José María Cámara, un príncipe entre tiburones

Autor:

COMBUSTIONES

«Fue un príncipe entre cocodrilos y un caballero en un mundo de piratas»

 

Recién llegado de Nueva York, Julio Valdeón retoma el pulso de su columna semanal recordando al recientemente fallecido José María Cámara, importante ejecutivo discográfico que fue presidente de de Sony Music, BMG Ariola y RCA, al que también despidió cariñosamente Santiago Auserón hace unas semanas.


Una sección de JULIO VALDÉON.

 

La muerte de José María Cámara me agarró a mitad de camino entre Nueva York y Madrid. No pude despedir como merecería a un disquero inolvidable. Nunca tuvo la descortesía de pedirles a los artistas que fueran simpáticos. Le bastaba con que dieran lo mejor en su oficio, con que exprimieran las mejores canciones posibles, mientras él, huérfano de vanidad, reactivo a los halagos, tan lejos de los tópicos ejecutivos ajenos a las necesidades de los poetas, ejercía de robusto parapeto y entusiasta mecenas.

Fue un príncipe entre cocodrilos y un caballero en un mundo de piratas. Cuando lo entrevisté para Sabina, sol y sombra, la biografía que publicamos en Efe Eme, fue conmigo de una generosidad asombrosa. Recordó anécdotas, repasó nombres y aportó su visión, panorámica y al mismo tiempo minuciosa, de los años en los que trabajó con Joaquín Sabina. Que fueron los de la plenitud, los de la inspiración y la locura de un músico que iba a cerrar los noventa consagrado con las incontestables hechuras de un gigante. A Cámara hay que agradecerle, entre otras cosas, que lograse coagular el entusiasmo del músico para que 19 días y 500 fuera no un doble ligeramente irregular y definitivamente genial, sino un disco sencillo de una perfección, una armonía, una coherencia estilística, una variedad con todo el sentido y una belleza profunda y maciza.

En cuanto a Sol y sombra, fue proverbial la grandeza (y la paciencia) de aquel hombre al que no le importaba responder una y otra vez a mis cuestiones. Alguien que lo había visto todo, que había convivido con los más grandes y había trabajado y fichado al quién es quién de la música española del último medio siglo, compartió su tiempo y su memoria con un escritor entre pelmazo y obsesivo, interesado por todos las historias, por rocambolescas o nimias que parecieran. Su caballerosidad, su paciencia, su buen humor y su saludable retranca resultaban doblemente raras en un tipo que podría haberse comportado como un patricio resabiado o un príncipe desdeñoso. Por si fuera poco, tuvo el detalle de acercarse a la presentación, en Madrid, que celebramos junto a Javier Rioyo y Pancho Varona. Y por supuesto todo esto, que para mí fue tanto, no es nada comparado con la huella que deja en su oficio, millonario en artistas a los que ofreció seguridad y libertad artística, comprensión y apoyo. Ahora que las discográficas lucen como dinosaurios previos al meteorito, con la industria cultural española laminada por sucesivas epidemias, incluida la de los jetas que no pagaban los discos, ahora que no hay tiendas, ahora que el soporte físico tiene hechuras de reliquia y vocación de fósil, ahora, justo ahora, admirado José María, es justo y necesario recordarte y llorarte.

Anterior entrega: Shadow kingdom: Bob Dylan en el reino de las sombras.

Artículos relacionados