Gloria y miseria de Warren Zevon, un caballero oscuro

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COMBUSTIONES

«Las suyas son unas canciones martilladas con frases de combustión profunda. Gastaba una literatura contundente, bronca y quirúrgica»

 

La posible inclusión del músico de Chicago en el Rock and Roll Hall of Fame, despierta los recuerdos de Julio Valdeón en torno a su figura. La de un rockero tan polémico como valiente que no solo no escondió sus errores, sino que quedaron plasmados en la biografía que su mujer escribió por él.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Warren Zevon, insigne cantautor rockero, el más literario y kamikaze de los trovadores del Roxy, murió como cantó, aporreando el piano de los excesos, sin preocuparse por hacer prisioneros. Sus crueldades, sus pasotes, sus caprichos, el maltrato al que sometió a empleados y parejas, fueron amortiguados por la sordina con la que el mundillo artístico protege los rincones oscuros de sus hijos descarriados. Después, al morir, su exmujer, Crystal Zevon, publicó una biografía tremebunda. I’ll sleep when I’m dead: The dirty life and times of Warren Zevon ofrece un retrato espantoso del hombre que murió de un cáncer de pulmón provocado por el contacto con los asbestos. Pero atención: Crystal escribió aquel libro a petición de su ex, con la condición de que no maquillara las caídas, ni perdonase ni uno solo de sus errores. Puede que fuera dado a las tropelías, pero también fue un tío valiente: cuando supo de su prognosis, acudió al programa de su amigo David Letterman y habló del cáncer a tumba abierta… y nunca mejor dicho. ¿Su consejo a la audiencia? «Disfruten de cada sándwich».

Pero ningún retrato de Zevon resulta serio si no hablamos de lo mollar. Su arte. Durante más de tres décadas encadenó unos discos de rock crudo y poético. Las suyas son unas canciones martilladas con frases de combustión profunda. Gastaba una literatura contundente, bronca y quirúrgica, poblada de perdedores y marginados. Una radiografía de los callejones de Sunset Boulevard, destilada con el gancho para el detalle y la evocación de un Ross Macdonald o un Raymond Chandler. Normal que, aparte de sus colegas, que lo adoraban, concitara la rendida admiración de Hunter S. Thompson o Stephen King. Más allá de Werewolves of London, su único éxito, acumula decenas de tonadas monumentales, de «A certain girl», «Things to do in Denver when you’re dead», «Splendid isolation» y «Carmelita». De esta última hay una interpretación casera, grabada en un motel, a cargo de Willy DeVille, a un Jack Nietzsche hechizado. Todo el dolor, toda la hechicería de la que Zevon era capaz explota en una estampa conmovedora.

Escribo mientras se rumora que, al fin, podría ser candidato al Rock and Roll Hall of Fame. Ojalá que sí. Todos los reconocimientos son pocos para un tipo tan averiado como sublime.

Anterior entrega de Combustiones: A la industria musical le pone suicidarse.

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