Joaquín Sabina, inventario 75, de Juan Puchades y Julio Valdeón

Autor:

LIBROS

«Una historia a la que volver, aunque sea como a un libro de poesía, en el que abrir al azar una página de vez en cuando»

 

Juan Puchades y Julio Valdeón
Joaquín Sabina, inventario 75
EFE EME, 2024

 

Texto: MARTA SANZ.

 

A pesar de su título, Joaquín Sabina, inventario 75 no es una estricta sucesión de acontecimientos y obra sobre Joaquín Sabina, sino más bien un acto de justicia. Con la intensidad con la que ha defendido y trabajado una carrera de manera irreductible, con decenas de canciones maravillosas cuyos versos no se imprimen en el merchandising de sus conciertos, con el hombre que se esconde tras el bombín. Pero también con el tiempo, y con un oficio cada vez más maltratado por la imposición de ventas y repercusión inmediata.

La semblanza que voy a hacer de este libro necesita, creo, un breve contexto personal. No puedo decir cuándo escuché su música por primera vez, ya que mis padres ponían sus cintas en el coche casi cada fin de semana, en esa larguísima travesía que suponía llegar en los años ochenta desde Madrid hasta Bilbao. Sí ubico bien mi primer concierto, al que llegué a pesar de una tajante prohibición parental, con 15 años y haciendo autostop. Rebuscando en Google he podido confirmar que se celebró en el campo de fútbol Las Rozas (Madrid), el 27 de septiembre de 1996, y que la entrada costó 2.000 pesetas. Tengo un recuerdo vívido de esa noche, del escenario —compartido por Los Rodríguez y otros invitados de renombre que hicieron de aquello una fiesta—, de un Sabina apoteósico y de lo feliz que fui. Desde entonces dejó de ser para mí esa voz que salía del altavoz de un Renault 12 familiar, y se convirtió en un músico al que he visto en infinidad de escenarios —tantos como me ha sido posible—, y al que he escuchado o leído casi en cada entrevista que he podido encontrar.

Con esto quiero decir que me adentro en el libro con casi 30 años de conciertos y atención, sin ser experta en su trayectoria al detalle —mi malísima retentiva lo hace imposible— y sin un ápice de objetividad por el protagonista. Más que formar parte de mi memoria sentimental, como dice la maravillosa introducción de Julio Valdeón en el libro, Sabina es para mí una muleta emocional. A pesar del bagaje, este libro me ha descubierto recovecos desconocidos de su historia, me ha recordado otros que parecen sucedidos en otras vidas y, sobre todo, me ha hecho sentir muy afortunada por encontrar en sus páginas las canciones de mi vida.

Como formal lectora, y con la intención de hacer una reseña ordenada, comienzo a leer el libro de forma metódica. Tras dos fotos maravillosas de Domingo J. Casas (de la misma sesión que la portada), comienza la aventura. Leer un libro sobre alguien que te gusta mucho, y que la lectura no te guste demasiado, te deja un sabor de boca terrible. Por suerte la cosa no se tuerce, porque la ya anteriormente alabada introducción de Valdeón podría haber sido encuadernada como una obrita redonda. Un resumen vital de Sabina justo y enternecedor, que aprecia pasos grandes y pequeños, saltos al vacío y tropiezos, pero, sobre todo, da valor a un éxito que, como todos, tiene algo de azaroso, pero mucho de talento y trabajo.

Tras esta atinada declaración de intenciones, y un marco cronológico para poner sobre papel setenta y cinco añazos de historia, un capítulo dedicado a las influencias de Sabina, provenientes de todas las artes. Muchos son ampliamente conocidos, porque no deja de rendirles reconocimiento sobre el escenario o en sus canciones. Otros son menos populares, porque solo ha hablado de ellos en alguna entrevista. Y también hay alguno sorprendente. Dejo al lector el placer de descubrir el listado y la recomendación de tirar de todos los hilos que desconozca, porque igual que los versos que toma prestados para sus canciones, los músicos con los que colabora o los artistas que cita en sus entrevistas, sus alrededores están llenos de un talento que merece la pena visitar.

A partir de aquí, nos adentramos en la carrera de Joaquín, partiendo del año 78 (cuando graba su primer elepé, Inventario). Los autores la dividen en cinco etapas que finalizan en 2023, y se alternan para desgranar su obra disco a disco. Cada uno de ellos lo hace, inevitablemente, con un estilo particular, pero ambos logran huir de la pedante sucesión de datos, sin limitarse a volcar todo lo que saben del artista —que es mucho, sin duda— sobre el papel. Consiguen dar contexto a las canciones que ahora se escuchan por inercia, dando valor a la obra completa más allá del destripar impuesto por los aleatorios y playlists que se consumen sin criterio, impuestos por el algoritmo de turno. También rescatan las canciones menos coreadas, que quizá el aficionado más reciente a la música de Sabina —perfil que, en la última gira, coreaba a gritos “Y nos dieron las diez” y en la maravillosa “Cuando aprieta el frío” se iba a pedir una cerveza—.

El análisis de cada disco no es enciclopédico, pero incluye información muy interesante sobre cómo se gestaron y llegaron a ser lo que son dentro de su discografía, incluyendo varias jerarquías en su catalogación, que van desde las preferencias del propio autor hasta el impacto en las listas de ventas. También una valoración de Puchades y Valdeón, con la que se puede estar en mayor o menos desacuerdo, pero que está perfectamente argumentada.

Para completar el dibujo, cada capítulo comienza con una sección llamada Sabina por Sabina, que recoge algunas citas reseñables de Joaquín ante los medios en la etapa abordada. No es en absoluto anecdótica la selección: han conseguido hallar las palabras que describen al Sabina que es más que su caricatura, esa que tantas veces él mismo ha dibujado con ironía y humor y que probablemente le ha servido de cota de malla contra la exposición masiva que da la fama, pero que en sus entrevistas suele quedarse en el titular. Porque, aunque los destacados hablasen de putas, whisky o cocaína, las larguísimas respuestas lo hacían de su respeto por el público, del miedo a fallar en el escenario, de su terco activismo contra la rutina y el aburrimiento. También de la amistad, del terror que paraliza, de la depresión y de los afectos a lo largo del tiempo. Pero, sobre todo, de cómo ha forjado un oficio (aunque en 2006 ya decía que cada vez le preguntaban menos sobre música).

Esta tónica sencilla, darle en unas páginas voz al Sabina de entonces para adentrarse después en la narración de la obra en que derivó, hace que podamos recorrer la historia del artista sin desvincularla de la del hombre, entender las vicisitudes vitales que impactaron en su música. Que fueron todas, porque es la suya una discografía honesta como pocas.

Según avanzan las páginas uno se ve tentado, como en aquellos libros infantiles, a elegir su propia aventura, saltando de año en año, pasando directamente a la descripción de algunos discos para volver a viejos Sabina por Sabina. ¿Qué edad tenía cuando escribió esta canción? ¿Qué desamor fue antes? En el caos de páginas marcadas con horquillas, subrayados y apuntes en el margen espero no haberme dejado ninguna palabra por leer, aunque no sería un problema. Porque Joaquín Sabina, inventario 75 no es un libro para marcar como leído, sino una historia a la que volver, aunque sea como a un libro de poesía, en el que abrir al azar una página de vez en cuando. O para buscar qué decía o cantaba a la edad que cumplimos, cómo surgieron ciertas canciones o cómo se forjaron sus versos más célebres.

También es un retrato bastante fiel del protagonista, sin necesidad de mirar tras el telón, solo haciendo un ejercicio de memoria. Porque, aunque exista un personaje en el imaginario colectivo, no creo que Joaquín Sabina haya marcado el trazo grueso de su caricatura. Siempre se ha mostrado como es, en sus palabras y en sus canciones, en sus tropiezos y en sus miedos. Y recordarlo, en un libro escrito desde el cariño y la verdad, ha sido emocionante.

Anterior crítica: Derrama whisky sobre tu amigo muerto, de Raúl Núñez.

Artículos relacionados