El cine que hay que ver: «Centauros del desierto» (John Ford, 1956)

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«Ford edificó los cimientos del cine estadounidense, basado en la idea de que la psicología de los personajes se muestra a través de su exposición a circunstancias extraordinarias»

 

Clásico entre los clásicos del western, «Centauros del desierto» presenta una de esas lecciones morales propias del cine de John Ford que, en sus manos, se convertían en epopeya.

 

 

Una sección de MANUEL DE LA FUENTE.

 

 

En 1971, Clint Eastwood saltaba al estrellato con el estreno de «Harry el sucio». La película, dirigida por Don Siegel, nos presentaba a un policía de San Francisco que tenía que enfrentarse a un asesino en serie y a la burocracia de la ciudad, que entorpecía la detención y procesamiento del criminal. Eastwood interpretaba a Harry, el pistolero cínico que iba por libre y que se servía de unos métodos que rozaban la ilegalidad, obteniendo tal impacto la película, que dio origen a varias secuelas y a todo un género de policías justicieros que van limpiando la ciudad de violadores, macarras y delincuentes.  Sin embargo, «Harry el sucio» también puso sobre el tapete el debate sobre ideología y representación, ya que la película obtuvo críticas muy negativas en Europa, al considerar que se hacía un alegato a favor del fascismo y en contra de la garantía de los derechos procesales de las sociedades democráticas. Estos sectores de la crítica no veían en la cinta de Siegel su enfoque burlón e iconoclasta (con la secuencia de Harry deteniendo un atraco, pistola en mano, mientras mastica un sándwich) sino una lectura aberrante que implicaba que Harry (el personaje) era un fascista, al igual que también lo eran Eastwood y Siegel (el actor y director que le daban vida).

La empanada mental surge de una confusión básica a la hora de analizar un relato. Y esta se resume en que el autor expresa su punto de vista no en la construcción de las características del personaje sino en la escritura de una historia que pone a prueba las vivencias y respuestas de los personajes. Es decir, que un personaje fascista en una película no convierte al director directamente en un fascista, porque, si fuera así, nadie podría hacer películas sobre Hitler para denunciar el fascismo. Esta obviedad, que sigue generando confusión, ha venido afectando, durante muchos años, a la consideración de la película «Centauros del desierto» («The searchers»), dirigida en 1956 por John Ford.

 

 

«La presentación de la historia es el ejemplo de manual de cómo narrar sin mostrar explícitamente, de cómo utilizar las herramientas fílmicas para introducir a los personajes y exponer sus conflictos»

 

Ford es reconocido como el epítome del cine clásico norteamericano. A lo largo de sus más de cien películas realizadas durante cerca de cincuenta años de carrera (entre 1917 y 1966), Ford edificó los cimientos del cine estadounidense, basado en la idea de que la psicología de los personajes se muestra a través de su exposición a circunstancias extraordinarias. De su reacción se sacarán conclusiones y lecciones sobre la condición humana. Así, en sus películas, predominan los géneros de aventuras (como el western), capaces de generar peripecias continuamente para poner a los personajes a prueba. Sin embargo, en su extensa trayectoria también podemos encontrar películas sobre la cotidianeidad, sobre personajes anónimos que tienen que hacer frente a sus problemas diarios, y que nos muestran el carácter liberal de Ford, su convicción de que la libertad individual no puede verse sometida por grupos religiosos, económicos o políticos. Ahí están sus películas con Will Rogers en los años 30 («Doctor Bull», «El juez Priest» y «Steamboat round the bend»), anticipo de «El hombre tranquilo». O lecciones como su última película, «Siete mujeres», un durísimo ataque contra el fanatismo religioso.

Sin embargo, en «Centauros del desierto», uno de sus westerns más conocidos, el protagonista no es ya un médico o un juez de tendencia progresista, sino un excombatiente de la guerra de Secesión que se caracteriza por su condición de perdedor, resentido y tremendamente racista. Ethan Edwards (John Wayne) vuelve a casa de su hermano al finalizar la guerra. La presentación de la historia es el ejemplo de manual de cómo narrar sin mostrar explícitamente, de cómo utilizar las herramientas fílmicas para introducir a los personajes y exponer sus conflictos, es decir, de todo un modo de proceder en el cine de John Ford y, por extensión, en el cine clásico. El juego de miradas y gestos que establecen Ethan, su hermano y su cuñada involucran al espectador en un pasado de reproches, de antiguos amores y de confrontaciones producidas por la guerra. Cada uno arrastra sus problemas como buenamente puede.

 

 

«Centauros del desierto’ supone, además, la desmitificación de John Wayne y la negación de esa visión monocorde del héroe de Ford. Al contrario, el héroe de sus películas está en constante lucha contra los elementos, anteponiendo incluso el deber sobre sus intereses personales»

 

Toda esta situación estalla en Ethan cuando los comanches matan a la familia, aprovechando que éste se había alejado de la casa debido a una estrategia de distracción de los indios. Su objetivo será, a partir de entonces, seguir el rastro de la tribu india que ha llevado a cabo el ataque, buscando venganza y el rescate de la hija menor, una niña que ha sido raptada. En su búsqueda le acompañará el hijo adoptivo de su hermano, un mestizo que aflorará en Ethan todo el resentimiento. A lo largo de la película, Ethan no dejará de expresar esa lucha interior que caracteriza a los héroes de Ford: la necesidad del cumplimiento del deber por encima de todo, superando incluso sus propias reticencias culturales y políticas. Al volver a casa con su sobrina en brazos, y quedarse solo en el umbral de la casa, para volver a continuación sobre sus propios pasos y desaparecer en el horizonte, el héroe siente que, una vez más, ha llevado a cabo su cometido.

«Centauros del desierto» supone, además, la desmitificación de John Wayne y la negación de esa visión monocorde del héroe de Ford. Al contrario, el héroe de sus películas está en constante lucha contra los elementos, anteponiendo incluso el deber sobre sus intereses personales. Así como «Harry el sucio» ponía en juego su reputación, su carrera y su propia vida por el cumplimiento de una misión que consideraba justa, Ethan Edwards deja a un lado sus ideas racistas, sus prejuicios y resentimientos para aportar un poco de justicia y cordura en un mundo salvaje, en una sociedad depredadora y feroz. Ésa es la auténtica lección moral de una película como «Centauros del desierto». Una lección que ciertos sectores de la crítica se niegan a ver. Pero siempre quedan visiones sensibles, como la del crítico José Luis Guarner, que, en su última noche tras una larga convalecencia por el cáncer que padecía, pidió morir viendo la película de Ford y contemplando a John Wayne abandonando de nuevo su casa y perdiéndose en el paisaje de Monument Valley.

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