Vetusta Morla: «El miedo más grande de cualquier músico es dejar de ser recordado»

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Guille: «Son dos horas y cuarto de concierto, pero cinco meses de trabajo, más la preparación del disco»

 

A punto de atracar en el Wanda Metropolitano para presentar su último trabajo, Vetusta Morla reflexionan sobre el camino recorrido hasta Cable a tierra. Arancha Moreno charla con ellos.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos estudio: JERÓNIMO ÁLVAREZ.
Fotos directo: GLORIA NM.

 

Ámsterdam, Bruselas, París, Bonn y varias ciudades de México ya han sido testigos de las primeras descargas del Cable a tierra. Ahora, Vetusta Morla juegan en casa. Tras varias semanas recorriendo el país, los madrileños se enfrentan al escenario más multitudinario de sus vidas: actúan en el Wanda Metropolitano el 24 de junio. Recogiendo el testigo de sus Satánicas Majetades, los últimos en tocar allí, pero con una propuesta muy diferente. Lo suyo es escarbar en la raíz y trabajar para llevar cualquier mínimo sonido hasta el último rincón del estadio. Nos lo cuentan, ante unas cuantas tazas de café, en la cafetería del Hotel de Las Letras, en el corazón de la Gran Vía madrileña, donde laten también las mentes agitadas de Pucho (vocalista), Guille Galván (guitarrista y compositor) y David el Indio (batería). Tan incandescentes como su nuevo disco y más que preparados para la gran cita que viene.

 

Se habla poco de lo caótico que es tocar en casa y estar pendiente de las invitaciones para la familia y amigos que vienen, ¿verdad?
David:
La parte buena es que todo el mundo está allí ese día, lo malo es que hay que organizarlo y ¡es como una boda, casi!

 

Hay que quitaros un poco de estrés, que ya bastante tenéis con preparar lo que va a suceder en el escenario.
Pucho:
¡Solidaridad!
David:
Luego eso pasa a nuestro equipo de producción, días antes, y así podemos centrarnos. Y nuestra gente cercana ya sabe cómo funciona esto e intenta no molestarnos mucho. Hay gente que no lo sabe, y no puede evitarlo, pero bueno.
Pucho: Nuestro equipo se encarga de todo: prensa, fotógrafos, gente de la industria que invitas por cortesía…

 

¿Cuántas veces habéis pisado el Wanda antes de vuestro próximo concierto allí?
David:
Yo estuve viendo al Atleti hace más de un mes y viendo a los Rolling hace tres semanas.
Pucho: Estuvimos también en una charla para El País. Hicimos un vídeo muy gracioso allí, calentando en banda. Hasta que no pisé el césped no fui consciente de las dimensiones. «¡Esto es muy grande!» [risas].

 

¿Dónde habéis preparado un espectáculo de estas dimensiones? ¿Habéis alquilado una nave para reproducir lo que vais a desplegar en el estadio?
Pucho: En abril hicimos unos ensayos generales en Fluge, una empresa que tiene todo el material: escenario, luces, sonido, etc. Tienen una nave en la que se reproduce, como dices, lo que va a suceder, porque el espectáculo lleva una regiduría de plato de televisión, casi, está todo medido y controlado, todo hay que ensayarlo. Es una nave grande, aunque no de las dimensiones del Wanda, claro.

 

Los espectadores pensamos en las dos horas que suele durar un concierto, pero no en la cantidad de tiempo que se invierte en prepararlo. ¿Cuál es la intrahistoria de esta gira?
Guille:
Hemos hecho dos tandas de ensayos. Primero, el del repertorio, ver qué canciones tocamos y cómo, en nuestro local, el pasado enero. Luego ensayamos en otro local más grande, donde sumamos a nuestros técnicos de sonido y de monitores durante una semana, para que conozcan el repertorio y preparen todas las sesiones y la mezcla. Luego vienen los ensayos de escenografía, que son unos diez días: primero el equipo técnico y luego ya con nosotros. Y entremedias de eso, que son tres meses, está el trabajo de escenografía y de luces que hace nuestro equipo y supervisamos nosotros. A esto se une que, en mitad del proceso, se nos ocurrió incorporar a la gira a El Naán y Aliboria, con lo cual hubo que volver a ensayar otra vez, y como no podíamos hacerlos in situ, porque ellas viven en Galicia y ellos son palentinos, Juanma recopiló los arreglos, se los mandamos y nos fuimos un par de días a su pueblo para ensayar. Como bien dices, son dos horas y cuarto de concierto, pero cinco meses de trabajo, más la preparación del disco.

 

Años de trabajo concentrados en un par de horas de puesta en escena. Es interesante conocer el recorrido, porque al otro lado no somos conscientes.
Guille:
La producción este año, no solo para nosotros, ha sido una locura absoluta. Había que leerse el BOE de cada país porque la situación iba cambiando: las normas de las vacunas, de las mascarillas… ha sido un trabajo de titanes. Aparte del nivel de producción y de equipos, están la inflación, el desabastecimiento… Que haya hierro en los escenarios, que lleguen las cosas a tiempo, es un problema. Lo que antes tardaba una semana ahora tarda seis meses. Está siendo un año complicadísimo para el sector.
Pucho: Han cerrado muchas empresas, no hay ni equipo humano ni material, y ha salido todo el mundo de gira.
Guille: Las giras de 2020, 2021 y 2022 están saliendo a la vez.
David: La pregunta es: «¿Hay tanto público?».

 

¿Y quién pierde, en este caso? Perdemos todos, los músicos y el público, que tiene que elegir, ¿no?
Guille:
Se habla de saturación, pero la gente necesita trabajar, porque lleva año y pico sin hacerlo. El público es el mismo y la oferta es mayor.
David: El público es incluso menor, porque hay gente que todavía tiene miedo de incorporarse a la vida social. Y gente que tiene menos pasta, también. Además, hay más oferta, así que al final hay menos público.

 

¿Cómo se os ocurrió incorporar a los músicos de esos proyectos folclóricos, El Naán y Aliboria, a la gira española de Cable a tierra?
Guille: El año pasado presentamos “Finisterre”, el adelanto, y como el disco partía de una mirada hacia otro tipo de instrumentaciones, hacia la música popular o folclórica, teníamos la necesidad de juntarnos con gente que hiciese ese tipo de música en los sitios a los que íbamos. Y los llamamos. En Coruña vivieron Aliboria, en Burgos estuvieron Fetén Fetén, al Palacio Real vinieron El Naán… Fue una experiencia muy bonita y le estuvimos dando vueltas. Estábamos en México…
Pucho: Y nos liamos la manta a la cabeza, como hacemos siempre [risas].
Guille: Había rondado la idea, pero ya teníamos los ensayos muy avanzados. De hecho, estábamos presentando el disco en Europa, pero pensamos: «¿Por qué no lo intentamos?». Por mostrar otra cosa, que no seamos siempre los seis, incorporar otro tipo de músicas, de caras… que haya mujeres en el escenario ha sido muy bonito. Somos lo que somos porque llevamos veinte años juntos, pero es extraño que en un escenario solo haya tíos, y ha sido muy chulo lo que ha sucedido. Incluso entre nosotros: es como cuando invitas a alguien a casa y entre la familia se tratan todos mejor, porque hay alguien de fuera [risas].
Pucho: Se generan otras dinámicas, fuera y dentro. Esa paridad en la orquesta provoca cosas muy mágicas. El escenario ha adquirido otra dimensión.

 

En vuestros conciertos transmitís conceptos que no deben ser fáciles de reproducir en escenarios de ese calibre. ¿Es un reto intencionado y difícil de materializar?
Pucho:
Eso es algo que me comentó una amiga después del concierto de Barcelona. Me decía: «Es increíble cómo vuestro núcleo, los seis, llegáis a la colectividad».
David: Ella se refiere a ese intimismo, ¿no?
Pucho: Sí, pero es un intimismo colectivo. Es lo que dice Guille de las escalas que hay en el disco. El disco tiene mucho de todo esto que nos ha ocurrido, más allá de la pandemia. Cosas que nos han hecho vernos muy pequeñitos, muy frágiles. Es un disco que saca fuera la fragilidad que tenemos todos. Por eso hay ese juego de escalas en el disco, lo micro y lo macro. Eso lo llevamos al directo, y no es fácil.

 

Pucho: «El disco saca fuera la fragilidad que tenemos todos»

 

Cuando los artistas se enfrentan a escenarios tan grandes, generalmente buscan una exposición más fácil de extrapolar. Buscan más impactar, herramientas más llamativas, pero vosotros llegáis igual de lejos con herramientas más pequeñas.
Pucho: Queríamos estar juntos, no expandirnos en el escenario como una banda de rock al uso, porque la música es muy de escucharnos unos a otros.
Guille: Nosotros repetíamos mucho a los escenógrafos justo esto que dices. Hay que pasar de lo micro a lo macro, y que el que está lejos lo vea en las pantallas, pero dar la oportunidad de que la gente vea la mesa de nuestra cocina. Y que el concierto acabe en esa mesa, que es una mesa de cocina, de labor. Queríamos estar juntos, como la banda de Neil Young, pero que los medios tecnológicos agrandasen eso. No agrandarnos a nosotros, sino transmitir esa intimidad a lo grande. Está basado en la idea del disco, de que todo acaba en los pies de algo, o que todo nace de los pies de algo. Ese era el reto: que lo que sucede en el estadio se pueda reproducir en una mesa dando golpes. No hemos hecho nunca un estadio tan grande. El otro día, viendo a los Stones, entramos David y yo, y fue… El campo tiene un área técnica muy grande, y el estadio es como una olla que va hacia afuera.

 

Para vosotros el concierto de los Stones fue un subidón doble: verlos en vivo y pensar que vosotros erais los siguientes, ¿no?
Guille:
Fuimos a chequear.
Pucho: A fichar, a ver cómo lo hacía Mick [risas].
David: A visualizarnos allí, también.

 

Ya estáis acostumbrados a los espacios grandes, después de aquel macroconcierto en la Caja Mágica en 2018 ante más de treinta mil personas. Hay muy pocas bandas que manejen esos números. ¿Os sentís una rara avis de la escena?
Guille:
Más que rara avis, lo que sentimos es que lo que sucede alrededor de Vetusta casi desde el principio es extraordinario. Muchas veces nos preguntan el secreto y no tenemos ni idea, porque no cumplimos con casi ninguno de los requisitos para que esté sucediendo esto.

 

¿Y cuáles son los requisitos?
Guille:
Bueno, creo que no somos una banda comercial, no sonamos en radios comerciales como para tener un público masivo como el que tenemos. Nuestra carrera ha sido una búsqueda constante, discos que iban a ir por un lado y les hemos dado la vuelta. Hemos hecho bandas sonoras… Una de nuestras canciones más coreadas es “Los días raros”, que dura siete minutos.
Pucho: Y con un silencio en medio.
Guille: No creo que Vetusta sea un grupo fácil desde el punto de vista comercial. Así nos lo hacían ver en nuestros inicios: éramos demasiado indies para los mainstream y demasiado mainstream para los indies. No nos querían en ninguna discográfica, y en ese hueco nos hemos movido. Sigo viendo la carrera de Vetusta con ojos de estupefacción.
Pucho: Es un poco friki, si lo piensas. Casi como una banda de culto, pero tampoco nos consideramos una banda de culto.

 

Quizá seáis de culto en el modus operandi, pero no lo sois porque tenéis una legión de seguidores.
Guille: Hay una cosa muy guay en nuestra forma de planificar las giras, y es que cualquiera nos puede ver como una banda de culto cada año. Todos los años podemos hacer un estadio, una sala para mil, un festival y una sala para quinientos. Hemos dado todos los pasos, no hemos nacido en los palacios de deportes ni en los estadios, hemos hecho salas de cincuenta, de cien, de doscientos, quinientos, mil… y sabemos que podemos dar un paso atrás y no nos caemos. Es como cuando escalas, que te dicen que siempre tiene que haber tres puntos de apoyo. Sabemos que podemos ir a Europa y hacer salas de quinientos. Y hay mucha gente que viaja a Europa porque le gusta vernos en salas.
Pucho: Tenemos muchos formatos. Hay gente que prefiere vernos en acústico, en un teatro, gente un poco más mayor o a la que no le molan los espacios grandes.

 

¿La cuadratura del círculo de vuestro éxito son el talento, la suerte, la perseverancia y la falta de precipitación?
David:
Faltaría la honestidad. Hay cosas que veo por ahí que huelen a la mentirijilla.

 

Jugar a la poesía es muy fácil y hay artistas que lo hacen, pero sin contenido. ¿Va por ahí lo que apuntas?
David:
Sí… Nuestra propuesta es muy honesta: cómo somos, de dónde venimos, cómo hacemos las cosas… Hay autenticidad en lo que hacemos.
Pucho: El mensaje son las canciones, pero también la forma de comunicar las cosas al público.
Guille: Es que la forma es muy importante, sobre todo en una carrera medio larga. Te define tanto o más que el estilo. Siempre hemos intentado cuidar mucho no solo el qué, sino el cómo.

 

Hay un discurso creativo muy potente en las canciones, en los libretos de los discos, los escenarios. Hay muchas capas de lectura en Vetusta Morla.
Guille
: Hay gente que se quedará con una capa, otros con todas… Antes de montar la discográfica, decíamos: «Jo, sería maravilloso convertir la música en un trabajo que te dé para vivir, y que eso te permita seguir haciendo música». Eso, que es algo que hemos conseguido, te coloca en tu labor como artista, pero también como trabajador, porque no necesitas salir y hacerlo todo, todo, todo porque luego estás tres años sin tocar, y tienes la urgencia de hacer un disco porque necesitas ganar pasta. Nosotros tenemos un sistema de trabajo en el que las necesidades son artísticas. Tenemos un sueldo al mes, y eso es superimportante para no tener la precipitación y poder entender a todos los equipos que trabajan con nosotros. A la gente no le interesa que le cuentes esto en un concierto, pero te da una solidez que es importante. La clave son muchas sumas, no solo la música.

 

El nombre de vuestro sello también os define muy bien, Pequeño Salto Mortal. El «pequeño» parece que aminora el impacto, pero un salto mortal, por pequeño que sea, es mortal.
Guille:
Deberíamos hacerle un homenaje a Krahe: «No sé tus escalas / por lo tanto eres muy dueña / de ir por ahí diciendo / que la tengo muy pequeña» [letra de “Burdo rumor”]. ¿Cómo seguía?
Pucho: [Risas] «En vez de esconderla / como haría el avestruz / tomo mis medidas, hágase la luz». No me acordaba de ese tema, ¡qué fuerte Krahe!
Guille: El ideólogo.

 

Lograr el éxito desde el margen puede ser muy incómodo para la industria. ¿Alguna vez habéis sentido que a la industria le resultáis molestos?
Pucho:
Tanto nosotros como la industria tenemos nuestra manera de funcionar. No creo que les hayamos molestado, nos han llegado a dar la enhorabuena y a decir que ellos no lo podrían haber hecho mejor. No creo que sea algo molesto. Ellos van a lo suyo y nosotros a lo nuestro.

 

Hace poco, hablando con Quique González, él reflexionaba qué puede hacer la industria por un artista, y os puso de ejemplo: «Vetusta Morla lo hicieron ellos».
Guille: A lo mejor es mi percepción y me equivoco, pero en la época de Un día en el mundo sí que existía un circuito con muchas cabezas. Existía el mainstream, lo que sonaba en Los 40, una escena más alternativa, otra más underground… cada una tenía su propio espejo, y uno de una escena no tenía la necesidad de saltar a otra. Desde que la música nos llega por el móvil, todo se ha convertido en una misma cosa. Por un lado, está bien, porque rompe barreras, muchas veces estilísticas o de prejuicios, pero al final es terrible. La industria no te compara con el que ha ido a tu local de ensayo, se ha criado en tu barrio, ha hecho un tipo de música y está en tus mismas condiciones, sino con el que tiene más streamings de tu país o tu ciudad, sin ningún tipo de contexto. Cuando salimos nadie miraba en una lista de ventas, y ahora todos estamos injustamente en el mismo saco, porque no todo el mundo tiene las mismas posibilidades ni desarrolla su carrera de la misma manera. Ese peso ha caído en los hombros de la mayoría de los artistas, y eso me parece muy peligroso artísticamente.

 

Es un mercado del dato sin información, sin contexto.
Guille: Claro. ¿Qué le ha costado a esa persona grabar ese disco? ¿Qué equipo tiene, qué presupuesto tiene?

 

David el Indio: «Nuestra propuesta es muy honesta: cómo somos, de dónde venimos, cómo hacemos las cosas… Hay autenticidad en lo que hacemos»

 

Hablando de estilos: en “La virgen de la Humanidad” hay un extracto de Quintero, León y Quiroga, autores de coplas como “Ojos verdes” o “Ay pena, penita, pena”, entre otras muchas. Guille, ¿cómo te acercaste al género? ¿Fue accidental o buscando otro tipo de referencias?
Guille:
En este disco nos dimos cuenta de que todo el tiempo que habíamos pasado en casa, sin viajar, escuchamos y utilizamos otros instrumentos y referencias. Nos hemos criado en la ciudad, con una mirada muy puesta en lo anglosajón, y en ese tipo de introspección, de no ir al local de ensayo a tocar la guitarra eléctrica o la batería, tenías la oportunidad de tocar instrumentos que no tenían tantos vatios, que no habíamos utilizado porque no eran idóneos en el lugar donde tocábamos, pero que quizá era el momento de investigar. Esa música que pasa de padres a hijos, que le cantas a tu niño cuando se duerme o te cantaba tu abuelo cuando eras pequeño, es común a todo el mundo. Ese folclore no lo hemos mamado en muchas ocasiones, porque nos hemos criado con otro tipo de música. Dijimos: «Vamos a buscar nuestro folclore». Nuestro folclore tiene cosas españolas, latinoamericanas, los Beatles… todo lo que forma parte de nuestra identidad cultural o educación sentimental. Para las letras me fijé en cómo escribía otra gente en la música popular, hice el ejercicio de salirme de las canciones e intentar escribir con esas imágenes, metáforas y construcciones que tienen que ver más con lo popular. Las canciones pedían eso. El disco habla de la fragilidad humana, de cómo estamos en la cuerda floja todo el rato. Ahí había un imaginario universal que tenía mucho que ver con lo lorquiano y la copla. Para “Puñalada trapera” o “Corazón de lava” la imaginería tradicional era muy apropiada. Escuché canción popular y canciones antiguas. Sin ser eso, el escenario de las letras va por ahí.

 

El otro día, Elvira Sastre reivindicó el consumo de cultura en soledad. Cada uno tendréis vuestras referencias, pero también las compartís para crear. ¿Qué cosas habéis compartido en este disco?
Guille:
Hay un documental muy interesante, Folk, que habla de la música folclórica, identidades culturales, etc., donde salen El Naán o Fetén Fetén, y lo estuvimos viendo y debatiendo. David tiene un conocimiento muy grande de todo esto. Él conocía a un luthier que hacía guitarras en un pueblo de Cuenca, Casasimarro, muy curioso. Es un pueblo muy pequeño donde están dos de las fábricas más importantes de guitarras. Eran de la misma familia y se separaron. David y yo fuimos un día para encargar una guitarra para Juanma, para regalársela de parte de todos. Fue la primera vez que incorporamos un instrumento que no era eléctrico o acústico de nuestro rollo, a ver qué pasaba. Siempre que recibes un instrumento nuevo intentas utilizarlo, y ese guitarro empezó a usarse en la banda sonora de La hija. David utiliza mucho los panderos…
David: Los panderos cuadrados. Es un instrumento que nos enseñó nuestro productor, Campi, hace unos años. Empecé a investigar el mundo de la percusión tradicional, que es superrica e interesante. Viene de épocas de una pobreza considerable, la gente no tenía instrumentos y hacía la música con lo que pillaba: con las cucharas, con el asa del caldero, con las piñas… En nuestros conciertos se ve todo eso, las Aliboria tocan una azada de campo con una piedra, sartenes, vieiras… es muy interesante. Un mundo nuevo, muy cercano y a la vez muy lejano. Esa rama empezó a aparecer y dejamos que aflorase, y de ahí surgieron todas las canciones del disco.

 

Esa mirada a lo propio, en lo musical, contrasta con la temática, en mi opinión. Hay músicos cuyas letras son casi un diario de lo que les pasa. Aquí veo más retrato social, no veo tanto al individuo como lo que está contemplando la persona que escribe. “Una puñalada trapera”, “La diana”, “No seré yo”… ¿Es así?
Guille:
Creo que es el disco más dramático en el sentido lírico, existencial.
Pucho: Es lo que hemos transitado todos. Ha habido un recogimiento de cada uno, pero las pantallas han sido nuestra observación del mundo. Tiene ese espíritu.
Guille: También tiene que ver con lo micro y lo macro. Hay canciones que parten desde muy dentro, pero se proyectan al fondo. La deriva era como una crónica, muy periodístico, y en Cable a tierra hay un personaje, el autor, que es protagonista en las canciones. Mira “Puñalada trapera”: «Somos carne de remplazo / imborrable es nuestro canto» y «ya siento aquí en mi costado / tu puñalada trapera». “Al final de la escapada” habla de nosotros como banda, y como público respecto a otras bandas, de ese miedo que tenemos de lo que pasará cuando no estemos aquí, si seguirán nuestras canciones. Dejar de ser recordado es el miedo más grande que tiene cualquier músico.
Pucho: Y cualquier persona. ¿Me recordarán cuando muera?
David: Como en Coco.

 

Como músicos, ¿tenéis cierto miedo, o inquietud, a desaparecer para el público?
Pucho:
Yo no mucho [risas].
Guille: Siempre lo tienes. Siempre que preparas un disco, dices: «¿Seguirán ahí? ¿Estarán en otra?». Todas las carreras largas, y ya empezamos a serlo, tienen una temporada de darse una vuelta por otro lado para luego volver.
Pucho: ¡El paso de la laguna Estigia! [risas].
Guille: Una vez, Carlos Raya me dijo una cosa que me hizo mucha gracia. Lo clavó, el tío. Dijo: «No hay que estar siempre encima de la ola. Está muy guay, porque te diviertes, te ve todo el mundo, eres el foco de atención… pero es muy cansado. A veces hay que estar agarrado a la tabla viendo cómo otros surfean, y a veces hay que estar en el chiringuito mirando. ¡Lo importante es estar en la playa!» [risas]. Aguantar todo el rato encima de la ola es agotador.

 

Y a veces, desgraciadamente, la ola te arrolla. Le ha pasado a Bunbury, que ha tenido que abandonar los escenarios antes de la cuenta por un problema vocal. Pucho, ¿eso te ha llevado a reflexionar sobre lo frágil que es la voz?
Pucho:
Son generaciones distintas, y otras maneras. Igual que Guille lleva su instrumento a un luthier, o David está continuamente con el parche ajustando el instrumento, yo ajusto mi instrumento continuamente. Tengo una profesora con la que llevo casi catorce años, y es mi mantenimiento. La responsabilidad de alguien que se quiere dedicar a esto es cuidar tu instrumento. Otras generaciones anteriores a la nuestra no han tenido tan en cuenta este tipo de cosas, o ha habido mucha confusión, muchos miedos: «Ah, es que me van a cambiar la voz», o «no voy a cantar igual» o «el cantante auténtico es el que desafina». Son mitificaciones, cosas muy ancladas. Se puede hacer muchas cosas con la voz, rompiéndola, pero desde un lugar sano. El cuerpo es muy sabio: si le enseñas a hacer las cosas desde un lugar no vuelve a la parte incorrecta. Todos esos programas meten una cantidad de bulos bastante bestias que no tienen que ver con la realidad, han hecho mucho daño. Yo animaría a todo el mundo a que trabaje la voz. El otro día, David me mandó un artículo sobre los grandes beneficios que tiene cantar a nivel físico, inmunológico… El mejor ejercicio, el más sano, es respirar, y no todo el mundo respira bien, por eso hay que tener un mantenimiento, porque a veces te puedes abandonar, o relajar un poco. Cuando arrancamos en 2008 con Un día en el mundo empezamos a tener muchos conciertos seguidos, y yo no había hecho tantos nunca. Había tres o cuatro bolos seguidos, y me di cuenta de que, o me daban alguna clave, o no iba a durar ni un telediario. Ahí contacté con Patricia Ferro, mi maestra, y me ha ido muy bien, estoy muy contento. De hecho, hablé con Bunbury de todo esto cuando estuvimos juntos en el unplugged.

 

Guille: «No hemos nacido en los palacios de deportes ni en los estadios. Sabemos que podemos dar un paso atrás y no nos caemos»

 

¿Te refieres a cuando grabasteis “Planeta sur”, para El libro de las mutaciones (2015)?
Pucho:
Sí. Se lo comenté en los camerinos. Nos fuimos, volvimos al día siguiente, y me dijo: «He estado probando esto que te he oído, es muy interesante» [dice, poniendo la voz de Enrique]. Luego, cuando leí la noticia [de su cancelación], dije: «¡No!».

 

Hemos hablado del discurso creativo que hay en vuestra música. ¿Cómo se logra conjugar lo técnico con la emoción, para que esta continúe impregnando el discurso?
Guille:
En todo hay tecnología: en una cuerda vocal, en una guitarra… Es una buena pregunta porque nos la hacemos todos. Es el quid de todo. «¿Esto merece la pena? ¿Añadir esto tecnológicamente nos aporta algo comunicativamente?». Es una pregunta sin respuesta.
David: La tecnología tiene que estar al servicio de la expresión musical. La música no se trata de tocar muy bien un instrumento, sino de expresar y de crear.
Guille: Chomsky decía que la tecnología es como un cuchillo: puede ser maravilloso, porque sirve para cortar tu alimento, pero también para matar a alguien. Todo depende de la cabeza que haya detrás. La tecnología aplicada a la música nos ha dado una especie de dimensión divina, podemos hacer cualquier cosa desde cualquier ordenador. No es más emocionante hacer cualquier cosa con una guitarra que con un ordenador, ni al contrario. Es como quien tiene una vida superinteresante. No todo el mundo puede ser Hemingway, vivir una vida tan apasionante y escribir esos libros. Hay gente que tiene una vida apasionante pero no tiene la tecnología ni el oficio para transmitir esa emoción, y hay gente con una vida muy normal que tiene capacidad para transmitir emociones tremendas. Puedes tener la mayor tecnología a tus pies, pero si no sabes lo que quieres hacer, ni cómo manejarla, se convierte en una soga. En un sitio como el Wanda tienes que tener pantallas, porque la gente del fondo no ve nada, pero ese es otro debate: si un sitio para 40.000 personas es lo adecuado para transmitir la música. Ahí hizo mucho daño Woodstock. Todo el mundo hablaba de Woodstock, pero ahí escuchaban cinco.
Pucho: O los conciertos de los Beatles, hubo un momento que dijeron: «No vamos a tocar, porque para que no se oiga una mierda…».
Guille: Por suerte, ahora suenan bien los sitios de 30.000, 40.000 personas gracias a la tecnología. ¡Pero nosotros estamos intentando que se vea el golpe en la mesa!

 

En “Al final de la escapada” deseáis «que a tu banda favorita aún le queden muchos años». ¿Cuál ha sido la muerte artística que más os ha afectado? Me refiero a la disolución de una banda.
Guille:
A mí me dolió mucho la de R.E.M., fue una de las separaciones más chapó que ha habido: «Está todo bien, nos seguimos queriendo, pero ya está todo dicho». Me acuerdo de la separación de Héroes del Silencio, sí que me impactó.
Pucho: Yo tengo alguna, pero fíjate… lo que hablábamos antes del olvido [risas]. Ahora mismo no se me ocurre.
Guille: A todos nos ha dolido la separación de los Beatles, aunque no la hayamos vivido.

 

Sí, aunque sea en diferido. Vuestro próximo escenario está a la vista, pero al escuchar de nuevo Cable a tierra he buscado alguna pista para lo que viene. Hay cierto futurismo en “No seré yo”, hasta noto un sonido industrial en algún pasaje de “El imperio del sol”. ¿Podría ir por ahí, la cosa?
David:
Sonido industrial en “El imperio del sol”… interesante. Es una canción que parte de una cosa más acústica, lo que pasa es que la mezcla te puede parecer más industrial. Nosotros la metemos en el paquete de canciones que tienen que ver con lo tradicional, lo acústico, la percusión.
Pucho: Esa canción siempre me ha parecido como un wéstern. Me recuerda a una peli de Sergio Leone, aunque el estribillo no tenga nada que ver con esa movida, cuando canto «cambié todos los soles del imperio». Veo a John Wayne por Monument Valley. El arranque siempre me lleva a un wéstern.

 

¿Te pasa también en directo?
Pucho:
A veces, sí. En ese punto vengo de cambiarme de ropa, la banda ya ha empezado ¡y llego al micro un poco galopando! [risas]. Te ves en la peli.

 

Entonces, ¿hay alguna pista en Cable a tierra para el próximo disco?
David:
Ni puta idea.
Guille: Lo mismo en las canciones que se han quedado fuera.
Pucho: Sí… hay unas cuantas por ahí.

 

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