Bunbury en Nueva York

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«Con “La constante” flotando en la habitación, polvo dorado digno de un Manuel Alejandro doctorado en Juan Gabriel, David Bowie y Tom Waits»


Julio Valdeón se recrea escuchando Expectativas, el último lanzamiento de Bunbury, coincidiendo con su paso por Nueva York en el tramo final de su gira estadounidense.


Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JOSE GIRL.


Enrique Bunbury agota el Terminal 5. Se cuenta entre los poquísimos artistas españoles que concitan adoración a este lado del océano. 3.000 entradas vendidas, sold out, como es norma en nuestra estrella más universal junto a Joaquín Sabina. Aunque el jienense trasciende el estricto negociado rock y, bien pensado, tampoco parece justo encasillar en un monotema o estilo al autor de obras tan heterodoxas y omnívoras como Radical sonora, Las consecuencias, Palosanto o Licenciado Cantinas. Su último artefacto, Expectativas, publicado en 2017, desbarataba cualquier expectativa por el difícil camino de innovar sin dejar de ser él mismo. Un extraordinario animalito para el que Juan Puchades pedía tiempo cuando le escribió la reseña en Efe Eme. Un disco de notable alto, mínimo. Una obra con un sonido ligeramente monolítico, enamorada de una cierta densidad, que exige reposo y digestión lenta. Que derrocha energía, punch, en unos estribillos a ratos efervescentes. A lomos de una lustrosa combinación de electrónica y rock clásico que por momentos puede escorarse hacia un soul hermanado con las barbaridades sónicas de un Joe Henry y en otras ocasiones le guiña un ojo a la frontera entre México y EE.UU. y/o bucea en los pantanos de los Black Keys o los trallazos de T-Rex.

Acostumbrados al machaque sensorial, al bombardeo permanente y a la exigencia de seguir la insustancial divisa de la inmediatez que todo lo domina, cuesta recordar los beneficios de masticar despacio las canciones y permitir que echen raíces y crezcan.  No digamos cuando los autores apuestan por escribir, en las antípodas del imperio del single, obras trufadas de caminos que cruzados hasta bordar una narrativa más o menos compacta sin resbalar en las sinuosas trampas de lo conceptual. Metidos en harina, y mientras cuento las horas para el concierto, vuelvo a disfrutar con inesperada y brillante presencia del saxo. Un instrumento pasado de moda, declarado hereje por los monjes del indie, y que Bunbury encaja con extraordinaria facilidad entre brochazos industriales, oscuros teclados y guitarras de gran pureza que contrastan sobremanera con los tórridos latigazos del viejo saxo. Mención especial para unas letras que basculan con gran facilidad entre el comentario social y la confesión íntima. Aunque, lo confieso, si me das a elegir en el caso de Expectativas me quedo con las segundas. Con la bellísima “La constante” flotando en la habitación, polvo dorado digno de un Manuel Alejandro que estuviera al mismo tiempo doctorado en Juan Gabriel, David Bowie y Tom Waits, con sus cuerdas sintéticas y sus pespuntes de guitarra con sutiles guiños al The Edge de principios de los noventa y su saxo mullido y, sí, romántico, corto y cierro la introducción y apago el ordenador. Rumbo al Terminal 5. Mañana, más.

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