Vuelve el que nunca se fue, vuelve Bob Dylan

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COMBUSTIONES

«Llegó el anuncio de Rough and rowdy ways y el mundo resopló unos segundos y los dylanitas sentimos que amanecía de nuevo»

 

El estreno de una nueva canción de Bob Dylan, y el anuncio de su próximo álbum de canciones propias, que saldrá el próximo 19 de junio en el sello Columbia, lleva a Julio Valdeón a recordar la grandeza de su obra.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

A Bob Dylan lo dábamos por jubilado, al menos en el estudio. Hacía 8 años de Tempest, su último disco con canciones propias. Lo siguiente, cinco rodajas de covers del cancionero clásico, lo situaron más allá de la línea vital del rock and roll. El muchacho que empezó para emular a Little Richard y Buddy Holly parecía abandonar todo lo que fue suyo, lo que lideró, abrasó y recompuso, para perderse por los caminos poéticos y sentimentales de la infancia.

Primero había potenciado el folk, cuando enseña que puede cultivarse sin tocar asuntos caducos, abierto a lo político contemporáneo y a lo doméstico e impúdico, íntimo, recuerden The freewheelin’ Bob Dylan, The times they are a-changin’ y Another side of Bob Dylan. De paso enseñó a escribir a cuantos le siguieron. Hasta entonces encadenados al «me quiere/no me quiere». Deudores todos de su contundencia implacable, su feroz inventiva, su talento de queroseno y miel. Qué decir del movimiento hacia la Fender, Bringing it all back home y Highway 61 revisited, de la alianza entre el mercurio líquido y Nashville, Blonde on blonde, de las Basement tapes, fundación de la «Americana», o del paradigma del disco confesional, dedicado a una ruptura amorosa, Blood on the tracks, por supuesto…

Y así hasta los álbumes del renacimiento, Time out of mind, Love and theft, Modern times, Tale tell signs, Together through life y el citado Tempest. Pasando por las soberbias entregas cristianas, Slow train coming, Saved y Shot of love, todavía mejores en sus reencarnaciones en directo: The Bootleg series Vol. 13: Trouble no more 1979–1981. Y por cierto, citar las Bootleg series permite añadir que contienen algunas de las mejores canciones y revisiones de un artista que, como bien dice, contiene multitudes.

Pero con Shadows in the night, Fallen angels y Triplicate el rock, el blues, el folk, el country parecían ceder en favor de las canciones de entreguerras. Hasta que, tras “Murder most foul”, “I contain multitudes” y finalmente “False prophet”, llegó el anuncio de Rough and rowdy ways, cuya portada, obra de Ian Berry y fechada en 1964, avisa ya del contenido del brebaje: estamos ante la fotografía de un club underground en Cable Street, Londres, frecuentado por negros y donde, suponemos, sonaba rhythm and blues, soul, etc. De modo que el mundo resopló unos segundos y los dylanitas sentimos que amanecía de nuevo porque, como decía el otro día un amigo, un maestro, Shakespeare para la literatura y Marx y Darwin para el pensamiento, y le faltó añadir a Bob Dylan para la música, para la confluencia de la música y el verbo, para la poesía y el ritmo, para la metáfora a lomos de una guitarra, para el corazón, la sal, la luz y la sombra, para dar nombre a los animales y viento a las alas, para la piedra que rueda interminable y la noche que siempre vuelve, derramándose sobre los vivos y los muertos, sobre los discos vestidos por el polvo y los cuchillos sin nombre, para calmar el hambre, asesinar la sed y abrevar a los caballos del ruido, para poner música a los desaparecidos y pájaros en el cielo y azucenas en tu pelo y lágrimas sobre tu sexo y tu silencio y tu carne, tu paz y tu espíritu.

Quiero decir que vuelve Dylan, y no conviene hacer demasiado caso, que enloquezco.

 

Anterior entrega de Combustiones: En una ciudad fantasma, con los Stones.

 

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