Un lujo llamado Ariel Rot

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COMBUSTIONES

«Si uno quiere que su canción funcione, qué digo funcione, que suene como un trueno, invite a este hombre»

 

Atento espectador de Un país para escucharlo, Julio Valdeón escribe sobre cómo ha evolucionado el programa televisivo en esta segunda temporada en La 2, conducido por uno de los músicos más talentosos de nuestra escena: Ariel Rot.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Tenía pendiente acercarme a la segunda temporada de Un país para escucharlo. No me ha decepcionado. ¡Al contrario! La televisión pública, tan soporífera, tan mastodóntica, a menudo chorra y hortera, colonizada y vampirizada y aprovechada por todos los gobernantes que en el mundo hubo y habrá para colocarnos su mercancía, sus chollos, su propaganda, sus evangelios podridos, justifica su existencia, y los impuestos que pagas, con programas así. Que dignifican el oficio de hacer y cantar canciones. Sin gilipolleces posmo ni chistecitos sobre peinados, menudencias, chorradas, modas. Con respeto y cariño. Con talento y amor por el oficio.

Mérito de una dirección cada vez más fluida. Más alejada del sincopado publicitario y los golpes de efecto. Gracias también a unos guiones más sobrios. Con menos bobada lírica y menos reflexiones sobre el color de las nubes y el espíritu de las calles y blablablá. Mérito también, sobre todo, de un presentador imponente. Qué decir de sus alucinantes aportaciones a muchas canciones ajenas. Compruébenlo en todos los capítulos. Si uno quiere que su canción funcione, qué digo funcione, que suene como un trueno, invite a este hombre. El control que derrocha, y ese sentido para añadir músculo puro, emoción sin adulterar, control y guía, resultan prodigiosos. Una cosa es tocar bien la guitarra. Otra es hacerlo como los putos ángeles. Y otra, otra liga, otro negocio, otro rollo, es lo que hace Ariel Rot. Al que compararía con Marc Ribot o Warren Ellis si no fuera porque el hispano argentino, como compositor, más bien juega en la liga de Tom Waits y Nick Cave. Que el virtuoso sea además poeta, y de los buenos, capaz de decir y emocionar más allá del virtuosismo, tan sobrevalorado, distingue al autor de Cenizas en el aire o La manada de mil y un culturistas de las seis cuerdas. En su faceta de entrevistador, a diferencia de la primera temporada, cuando a ratos parecía ligeramente encorsetado por el formato, enclaustrado por los guiones, impone su carisma de comunicador inteligentísimo, elegante, sofisticado, cariñoso, punzante, ácido y dulce.

Por supuesto los invitados son siempre o casi siempre interesantes. El quién es quién de la música patria desfila o desfilará en pantalla. La realización, menos engolfada en la estampa pinturera, todavía puntúa lejos de la extrema brillantez de los últimos programas de Anthony Bourdain, por citar a otro poeta/viajero. Pero Rot va camino de consolidarse como el equivalente en lengua española y con Fender en bandolera del genio al que tanto quisimos. Mucho mejor cuanto más le dejen ser él. Cuanto más tiempo dedique a interrogar y charlar. Un país para escucharlo y un protagonista irrepetible. Le debemos canciones y discos estratosféricos. Ahora, encima, lo borda en la tele. Qué lujo. 

Anterior entrega de Combustiones: Como si Franco nunca hubiera existido.

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