Tercer cielo, de Rocío Márquez y Bronquio

Autor:

DISCOS

«Quizá sea otro de esos empujones brutales que ya no veíamos desde el Omega de Morente»

 

Rocío Márquez y Bronquio
Tercer cielo
Universal, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Lo que han conseguido Rocío Márquez y Bronquio con este disco es difícil de creer. Parten de una cimentación sólida, el flamenco; pero este, en nuestros días, se ha llenado de experimentos, de transgresiones, como quizá nunca se habían dado desde los primeros setenta. La influencia callada de Sabicas junto a Joe Beck, en Rock encounter, abrió la puerta que después atravesarían Smash, Triana, el Luis o Camarón. En el caso de Rocío Márquez y Bronquio el viaje es hacia los fondos electrónicos y las texturas artificiales, que dan cobijo a la voz honda y llena de siglos de la cantante onubense. Experimentos similares —que quizá tengan su arrancada en el New hondo de El Turronero y los sintetizadores de Josep Lobelle— se han estado llevando a cabo en los últimos años, con resultados siempre sorprendentes y que nunca dejan de ser flamenco. En ellos no se desvirtúa nada, simplemente se cambia el decorado para volverlo de terroso a volátil o a duro.

Aun así, en el disco que comentamos hay algún tema en que lo orgánico tiene mayor presencia; pero, en conjunto, la voz está acompañada por un cromatismo electrónico extraño y ampuloso, que en momentos deja aberturas a paisajes naturales. En “Niña de sangre” aún se respeta ese espíritu de rondalla de los verdiales, el palo flamenco más cercano al folklore castellano, aunque los coros sintetizados resulten algo inquietantes. Y en “Exprimelimones” las bulerías recuperan un discurso de Federico García Lorca y se acompañan de un sonido análogo al de una juerga flamenca.

También hay dinamismo vital en “Un ala rota”, un garrotín cinematográfico en su envoltura, deudor de imágenes plásticas y sonidos de Caño Roto mezclados con psicodelia. La más festiva en este grupo es “Droga cara”, en cuyo sonido programado se adivina una cercanía amical con ciertas tradiciones que llevan siglos de pruebas y resultados. Dentro de estos géneros tan ligeros se engloba también “De mí”, una tecno rumba que cuesta creer que, con los parámetros ya marcados por decenas de canciones del estilo, pueda ser tan creativa.

Rocío Márquez lo es, desde siempre. Su creatividad se ha visto espoleada desde el inicio de su carrera por colaboraciones que sacian su curiosidad. Ha compartido estudio con Jorge Drexler, Refree, Christina Rosenvinge, Ojos de Brujo o Albert Pla. Sus letras también han tendido a beber de poetas de nuestros días como Luis García Montero, Macky Chuca —de palabras conceptistas, densas— o Carmen Camacho, que la ha ayudado a pulir las letras de un disco que también cuenta con la palabra de Lorca o de Unamuno.

Tras una primera parte más atenta a estos ambientes festivos, la segunda se abre tras un capricho instrumental que titulan “El mengue y la zarabanda”, entre moruno y psicogaláctico. Una seguiriya es la que tira adelante este capítulo de más hondura, “La piel #2”, en la que la voz se sostiene ronca y temblorosa, pero con el mismo poder de transmisión. Un poder que alcanza hasta el final de la obra con su canción más estremecedora, como cierre de un disco crudo y de sangre: “La marca”, como si Rocío Márquez se estuviese arañando por dentro.

Tras ello, solo queda bajar la cabeza ante esa voz cruda y sentir la piel emocionada ante esos fondos que transparentan desde cantos gregorianos a cultura urbana. Aristas de los palos flamencos con aristas de cables electrónicos que envuelven todo de creatividad explosiva y lo dirigen a universos que nunca ha hollado el cante. Quizá sea otro de esos empujones brutales que ya no veíamos desde Omega. Y lo mejor es que el viaje a esos universos aún acaba de empezar.

Anterior crítica de discos: A light for attracting attention, de The Smile.

Artículos relacionados