Steve Earle y los fantasmas de Upper Big Branch

Autor:

COWBOY DE CIUDAD

«Destaca como nunca el talento de Earle para narrar historias y rugir denuncias»

El nuevo trabajo de Steve Earle, Ghost of West Virginia, es el protagonista de esta semana en la sección de Javier Márquez Sánchez. Aquí desbroza su contenido y explica por qué la considera una de sus mejores obras.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Fotos: JACOB BLICKENSTAFF.

 

La versión corta: el nuevo disco de Steve Earle es probablemente su mejor trabajo en dos décadas, desde The mountain, en 1999; un álbum lleno de canciones emocionantes, duras, estremecedoras, con un abanico de ritmos y sonidos que recorren lo mejor de la Americana Music.

La versión larga: el 5 de abril de 2010, una explosión en una mina de carbón, la Upper Big Branch en Virginia Occidental, unos cincuenta kilómetros al sur de la ciudad de Charleston, costó la vida a 29 hombres. La empresa concesionaria de la explotación, la Massey Energy’s Performance Coal, ya había registrado en años previos una cadena de alarmantes «accidentes», fatales en algunos casos. En 2009 llegó a ser declarada culpable de diez cargos criminales vinculados a un incendio ocurrido dos años antes, pero el caso se resolvió con el pago de 2,5 millones de dólares en multas y el resto de su medio centenar de explotaciones pudieron seguir operando. Hasta el desastre de Upper Big Branch. En esta ocasión el número de muertos era difícil de maquillar, así que, tras la investigación de rigor el CEO de Massey, un tal Don Blankenshi fue condenado a un año de prisión por violación de las normas de seguridad.

Una década después de aquellos sucesos los dramaturgos Jessica Blank y Erik Jensen decidieron llevar al Off-Broadway la historia de aquellos hombres. En busca de un acompañamiento musical contundente, decidieron hablar con Steve Earle, uno de los artistas del panorama country que más conflictos y listas negras ha protagonizado en las últimas tres décadas por su actitud abiertamente progresista («izquierdista», dicen ellos: left-handed).

Con siete de las canciones compuestas para esa obra, Coal country, y tres piezas originales que ayudan a dar mayor coherencia al conjunto, Steve Earle ha presentado este mes Ghost of West Virginia (New West Records). Para ello, el artista de Hampton, Virginia, ha convocada una vez más a su banda de cabecera, The Dukes, y juntos han conformado una buena mezcla musical que combina hebras de bluegrass y rock con una base de country y folk primigenio.

 

«Una obra rotunda y comprometida sobre ese amplio sector de la sociedad estadounidense: los denominados blue collar workers»

 

Pero por encima de las concepciones musicales, en estas canciones destaca como nunca el talento de Earle para narrar historias en unos casos y rugir denuncias en otros. El disco, en realidad, no cuenta lo sucedido en Upper Big Branch, sino que pone su foco de atención en los mineros y sus familias, en los riesgos de su trabajo, la corrupción y falta de empatía por parte de la empresa y el gobierno y en la vida de sacrificios y frustraciones a la que se ven arrastrados. Con ello, el álbum sobrepasa la anécdota de la tragedia minera para convertirse en una obra rotunda y comprometida sobre ese amplio sector de la sociedad estadounidense que conforman los denominados blue collar workers (en referencia a los monos azules de trabajo que gastan desde mecánicos a mineros; en definitiva, el último escalón de la cadena laboral, en el extremo opuesto al de los white collars).

 

 

Desde luego la apertura de Ghost of West Virginia no está en absoluto pensada para sonar en las radios especializadas y menos aún en las convencionales, batalla que Earle dio ya por perdida hace muchos años. “Heaven ain’t goin’ nowhere” es un espiritual a capella en el que los miembros de The Dukes arropan a su líder en esta plegaria/advertencia que parece brotar de labios de las almas de aquellos fallecidos en 2010. La vida cotidiana de todos ellos es la protagonista de “Union, God and country”, un tema que rinde homenaje musicalmente a aquellos cantos corales de los trabajadores del ferrocarril de finales del XIX. Y ya aquí comienzan a aparecer versos demoledores: «Extraes carbón hasta el viernes / recoges tu paga / entonces te vas a la tienda de la compañía / y se lo devuelves todo. / Por eso crearon el sindicato / no tienen nada que perder».

 

 

Con una concepción similar de tonada de trabajo, “Devil put the coal in the ground” resulta aún más oscura, con una batería muy marcada que parece evocar el golpear cansado de las botas sobre la tierra (al estilo del gumboot sudafricano). Una afilada guitarra eléctrica emerge hacia el final para arrancar un solo desgarrador en medio del lamento furioso de los mineros. El tono duro se mantiene a pesar del sarcasmo que destila “John Henry was a steel drivin’ man”, revisión que lleva a cabo Earle de uno de los grandes clásicos del folk estadounidense. Frente a la versión efusiva, pero bastante canónica, que nos regaló Bruce Springsteen en su The Seeger sessions, Steve Earle opta por revisar tanto la melodía como la letra, y aunque conserva la esencia original, la suya es una canción mucho más cruda y directa, pasando a acusar directamente a la compañía de la muerte del minero John Henry y a advertir a sus compañeros de lo que ocurrirá si comienzan a ser sustituidos por maquinaria.

 

Cambio de tono

Al llegar al ecuador del disco, el tono de este frena en seco. Después de cuatro cortes furiosos, dramáticos y hasta cierto punto agresivos,Time is never on our side” es una pieza más pausada, un medio tiempo mucho más limpio en sonido, donde por primera vez escuchamos la voz de Earle sin la sensación de que vaya a resquebrajarse. Aunque la ilusión dura poco, porque a continuación llega uno de los pasajes más desoladores del álbum y una declaración de intenciones del mismo, “It’s about blood”, tema en el que el cantante se deja de paños calientes y pide que no se llame accidente a lo que fue una clara negligencia de consecuencias esperadas: «Dite a ti mismo que fue un accidente / un incidente aislado, parte del trabajo. / Sí, dile eso a las familias / a los niños sin padre, díselo a Dios / (…) Por cada hombre que murió por un dólar cubierto de carbón / un pulmón lleno de polvo y un corazón lleno de mentiras». No contento con la denuncia, Earle cierra la canción con una doliente y atronadora letanía de los nombres, uno por uno, de todos los fallecidos en Upper Big Branch.

 

 

Y es tras esa tormenta musical y emocional cuando llega la paz —solo musical— del corte más bello del álbum, aunque no por ello el menos triste. “If I could see your face again” no nos llega en la voz del cantautor sino de la responsable del violín en las filas de The Duke, Eleanor Whitmore. Ella representa aquí a esos familiares que han quedado viudos y huérfanos, y con una voz dulce y rota por la pena, reflexiona sobre el dolor de la ausencia y sobre todas esas cosas que no se hicieron o no se dijeron pensando que aún había tiempo por delante. Es la composición que más evidencia su origen teatral, y aunque parece fuera de lugar en el conjunto del álbum, cobra sentido dentro del carácter conceptual del mismo. Y un apunte: aunque Whitmore lleva a cabo una estupenda interpretación, es inevitable fantasear sobre cómo sonaría este corte en la voz de la buena amiga de Earle y gran dama del country Emmylou Harris.

 

 

El cierre del disco corre a cargo de tres piezas que reflejan muy bien su eclecticismo, pasando del country blues de la oscura “Black lung” al bailable rockabilly de “Fastest man”, para terminar con el medio tiempo “The mine”, subrayado por un lacónico violín.

No deja de resultar una ironía que pocos mineros de los Apalaches vayan a asistir a la obra de Off-Broadway escrita en su defensa, y aún menos acudirían a una gira del «rojeras» de Steve Earle por Virginia Occidental, estado en el que mayor número de votos recibió Donald Trump en las pasadas elecciones. Pero ya sabemos que Earle nunca ha querido contentar a nadie más que a su propia conciencia. So you wannabe an outlaw se titulaba su también espléndido álbum de 2017. Y con Ghost of West Virginia parece ofrecer la respuesta: ¿así que quieres ser un «renegado» de la música country? Pues si tienes lo que hay que tener, firma un disco como el que acaba de marcarse Steve Earle.

 

Anterior entrega de Cowboy de ciudad: Jessi Alexander y Tyller Gummersall: los riesgos de la independencia.

 

Artículos relacionados