Reaccionarios, beatos e imbéciles

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COMBUSTIONES

«La barbarie es concebir el arte como palanca de cambio social y al escritor o cineasta como social warrior, y no como reflejo de una época»

 

Julio Valdeón reflexiona sobre la última condena a un rapero por enaltecimiento del terrorismo y la retirada de Lo que el viento se llevó, entre otras polémicas decisiones sobre la libertad de expresión artística.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Por lo visto el Tribunal Supremo ratificó el otro día la condena a 9 meses y un día de prisión de un rapero por enaltecimiento del terrorismo e injurias y una multa de 30 euros diarios durante 168 días, y responsabilidad subsidiaria, en caso de impago, de 84 días de privación de libertad, por un delito de injurias y calumnias contra la monarquía y las instituciones del Estado. Un horror, posiblemente contrario a la jurisprudencia europea, y que ataca la libertad de expresión, por más que argumentan que algunos de los tuits humillaban a las víctimas y/o exaltaban el terror. Supongo también que es una sentencia casi inevitable dada la ley que tenemos y, uh, la poca prisa demostrada por la coalición gubernamental, que lleva dos años al cargo y todavía no ha movido un dedo para reformar, tal y como prometió, el Código Penal.

Horas más tarde descubro que Lo que el viento se llevó ha sido retirada de la plataforma HBO. La censura, de uno a otro confín. Por supuesto que Lo que el viento se llevó es una película bastante racista, pero fiel reflejo de la sociedad estadounidense de 1939, año del rodaje. El delirio es legislar sobre las obras de arte antiguas con la mentalidad del presente, ridículos conquistadores de mundos desaparecidos, defensores de Stalingrado desde el sofá, afamados colegas de Harriet Tubman con 150 años de retraso y vía Twitter. La barbarie es concebir el arte como palanca de cambio social y al escritor o cineasta como social warrior, y no como reflejo de una época, defendible o no por sus valores estéticos, y al autor como notario del zeitgeist.

Sostener, como un tal Ignasi Guardans, que toca ocultar la obra de Victor Fleming porque el racismo sigue vivo y duele, nos aboca a elaborar un censo de causas pendientes y proceder en consecuencia, tea en mano, por los pasillos de las filmotecas, museos y librerías. De hecho, llevamos un tiempo aplicados al particular: de Lolita, Nabokov y Kubrick a Balthus, Woody Allen e, incluso, el último Tarantino, vamos a tope de traumas para justificar la hoguera. Qué tiempos aquellos, oigan, cuando defendíamos la lectura crítica. Estos émulos de Il Braghettone son ridículos. Sin duda. Pero también peligrosos. Y ahora vayan y expliquen a la jauría que «Es señal de la degeneración de los estudios literarios que a uno se le considere un excéntrico por mantener que la literatura no es dependiente de la filosofía, y que la estética es irreductible a la ideología o la metafísica. La crítica estética nos devuelve a la autonomía de la literatura de la imaginación y a la soberanía del alma solitaria, al lector profundo: nuestra más recóndita interioridad. En un gran escritor lo profundo de esa interioridad constituye la fuerza que consigue sacudirse el abrumador peso de los logros del pasado, para que cada originalidad no sea aplastada antes de que se manifieste. Los grandes textos son siempre reescritura o revisionismo, y se fundan sobre una lectura que abre espacio para el yo, o que actúa para reabrir viejas obras a nuestros recientes sufrimientos» (Harold Bloom). En cuanto al rapero vergonzosamente condenado, y el doble rasero de una peña insufrible, cómo no recordar las palabras del gran Félix Ovejero: «Por la mañana se reclama el cierre de una exposición por islamófoba y por la tarde se defiende el derecho a la blasfemia». Estamos rodeados. De reaccionarios, beatos e imbéciles. 

Anterior entrega de Combustiones: Bunbury, el francotirador.

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