Motomami y la teoría de lo libérrimo

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COMBUSTIONES

«Ya no estamos acostumbrados a que un disco tan comercial sea al mismo tiempo moderno, innovador y vanguardista»

 

El recién publicado disco de Rosalía continúa en el epicentro de la controversia. Por sus formas, por sus fondos, por sus vestiduras comerciales y sus huesos innovadores. Por salirse de los clichés establecidos e incluso de los que se esperan de ella misma. Julio Valdeón lo analiza.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.


Me preguntaba hace un par de semanas por Rosalía. Por los peligros de flexionarse en exceso a los caprichos del mercado. Por el riesgo de resultar indistinguible de otras propuestas similares. Tras escuchar Motomami, rectifico. Con o sin la barrila del marketing, con o sin lanzamiento mundial, millones en promo y minutos de oro en el prime time, Rosalía va dos pasos por delante. Antena y pararrayos, su capacidad para asimilar las corrientes del momento, modas, gustos y tendencias, vuela pareja a sus monumentales reflejos para lograr un collage tan pegajoso como sombrío, tan romántico como cerebral y tan abigarrado como cartesiano. Quizá en los años sesenta o setenta resultaba habitual, pero ya no estamos acostumbrados a que un disco tan comercial sea al mismo tiempo moderno, innovador y vanguardista. Y valiente.

Claro que a mí me gusta más en su faceta de cantaora revolucionaria, pero que yo prefiera mil veces a Terremoto o a La Macanita, antes que a Bad Bunny o a Tangana, no significa que no aprecie el trueno libérrimo que sacude el disco. Atiborrado de trap, reggaetón, pop sintético, electro y rhythm and blues, pero también pringado con ecos de salsa puertorriqueña, bachata, ritmos industriales y hasta guiños al aire entre melancólico y fantasmal de los primeros discos de Antony and The Johnsons.

Frívola y emocionante, ingentísima y sagaz, bromista y frágil, la Rosalía de Motomami rezuma poesía underground y guiños manga, chandalismo y copla, sexo sin sumisión o complejos y toneladas de música bien sentimentada, en una colección de canciones que gana a cada escucha. Escritas con cartabón y escuadra. Arregladas y producidas con luces largas y minuciosa atención al detalle. E interpretadas por una cantante prodigiosa.

En unos tiempos en los que seguimos enrollados en debates tan estériles y estúpidos como el de la apropiación cultural, Rosalía, como antes Camarón o Pata Negra, como Picasso o Ferran Adrià, roba donde le peta y aprovecha cuanto le gusta para crear una obra profundamente original, que subyuga incluso aunque en principio parezca que se dirige a una generación y hable de un mundo que no son los tuyos. En realidad, y a partir de materiales perecederos, Motomami luce atemporal y hondo, universal e inoxidable.

Anterior entrega de Combustiones: La muerte de la música.

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