Lo que no es tuyo no es tuyo, de Helen Oyeyemi

Autor:

LIBROS

«Sus cuentos se apartan de la literatura al uso»

 

Helen Oyeyemi
Lo que no es tuyo no es tuyo
ACANTILADO, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Lo menos que se puede decir de la novelista británica, aunque de orígenes nigerianos, Helen Oyeyemi, es que sus cuentos se apartan de la literatura al uso. Los nueve cuentos que incluye este volumen tienen todos, como uno de sus motivos temáticos, una llave, una llave que hace pasar al lector de una situación de estabilidad costumbrista a mundos que rozan lo onírico y entran de lleno en lo simbólico. No, no se trata de que esas llaves abran puertas a lo maravilloso, sino que lo que hay al otro lado posee una carga mágica que no se define sino desde los ojos del narrador.

Sin duda, el cuento más reconocible del volumen para el lector de nuestra legua es “Libros y rosas”. Con mucho de folletín, cuenta la vida de una niña abandonada a las puertas del Monasterio de Montserrat, a la que han de cuidar los monjes hasta que entra a trabajar en La Pedrera y recibe un día, de una compañera de juegos amorosos, la llave de un jardín secreto. El cuento recrea una sublime historia de amor y muerte, secretos de marchantes de arte y la mirada a la Ciudad Condal con ojos ingleses. Juraría que Oyeyemi ha leído a Poe —como todos—, pero también que ha leído a Carlos Ruiz Zafón.

Lo curioso es que cada uno de los relatos tiene —aparte de la llave y una ambientación en que la realidad parece ser una proyección alegórica— caminos secretos en común, sin que se distinga a las claras. “No solo de disculpas vive la mujer” reflexiona sobre la fama, el dolor y los medios de comunicación, mientras que en “¿Tu sangre es tan roja como esta?” aparecen marionetas dulce y aterradoramente humanas —como las de J. F. Sebastian en Blade Runner— y los árboles tienen pulsión de vida, como en los cuentos tradicionales.

Y un cuento tradicional, de los que juntan poética con horror con todas las de la ley, es “Ahogamientos”. Un tirano que ahoga a sus enemigos en una ciénaga casi sin confines, edificios en la linde del bosque con vistas a esa extensión y ese lirismo onírico y simbólico que parece ir hasta lord Dunsany, el irlandés de los antiguos dioses paganos.

Trazos de humor, por el contrario, tiene “La sociedad de las feas con ganas”. Una joven universitaria conoce, en el tren de vuelta a casa, a dos de las gestoras de una sociedad que nació para contrarrestar un club inglés que solo aceptaba mujeres de atractivo contrastado en sus cenas de gala. Jóvenes británicos con ironía británica rompiendo viejas rencillas. Su estructura es bastante cerrada, caso extraño en unos relatos cuyo centro se va disgregando, se pulveriza para aparecer, como polvos mágicos, en algún otro de los relatos.

El que cierra el lote, con un claro mensaje en su título —“Si un libro está cerrado con llave, probablemente hay una buena razón, ¿no crees?”— resulta, sin embargo, el más perfecto estructuralmente, el más humano, y junta a la perfección los dos caminos del libro: habla de la soledad, de emociones humanas, de la comunicación, como si fuera un sueño. Y seguramente este es el mayor valor de la escritora británica, entender que la realidad no funciona si no la tomamos más que como realidad, si no nos imponemos la obligación de soñar. Sus palabras en una entrevista son el mejor cierre del artículo: «Entiendo lo imaginario y lo real como dimensiones que verdaderamente son iguales y que se dan forma y se alimentan entre ellas».

Anterior crítica de libros: Soy un truhán, soy un señor (o casi), de Ramón Arcusa.

 

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