Soy un truhán, soy un señor (o casi), de Ramón Arcusa

Autor:

LIBROS

«Un cúmulo de jugosísimos recuerdos salpicado de francas pinceladas de filosofía de vida alejadísimas de lo políticamente correcto»

 

Ramón Arcusa
Soy un truhán, soy un señor (o casi)
MR EDICIONES, 2020

 

Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

En el preciso momento en que uno tiene este Soy un truhán, soy un señor (o casi) en sus manos, y se dispone a sumergirse en su contenido, intuye que su lectura se va a hacer corta. Cuando comienza a devorarlo y comprueba que en él hay mucho de sinceridad y poco de paja, lo intuido deviene confirmación. En 2001 vio la luz Dúo Dinámico. En la brecha. Memorias (La Esfera de los Libros), escrito por Carlos Toro, periodista y letrista, entre otros, de éxitos como el ya eterno «Resistiré» (compuesto junto a Manuel de la Calva). Aquel volumen está considerado la biografía oficial de una de las formaciones más importantes de la historia de la música moderna hispana. En él se narraban, de manera ágil, las mil y una andanzas y hazañas de un proyecto irrepetible e icónico. Ahora uno de sus pilares, Ramón Arcusa, detalla, blanco sobre negro, algunas de sus vivencias, que son también las del Dúo y, por supuesto, las de piezas básicas de nuestra cultura como Julio Iglesias (faltaría más), a cuyo matrimonio el autor dedica buena parte de las 260 páginas de la criatura.

Soy un truhán, soy un señor (o casi) no tiene nada de oportunista. Su idea y gestación es muy anterior (damos fe) a la elevación a los altares de “Resistiré” como uno de los himnos reivindicativos de la lucha contra la COVID-19. Además, como el propio Ramón avanza en el prólogo, no se trata de una autobiografía al uso, sino de un cúmulo de jugosísimos recuerdos salpicado de francas pinceladas de filosofía de vida alejadísimas — como le pide el cuerpo tras más de 60 años de carrera— de lo políticamente correcto.

Apenas hay tiempos muertos en este volumen. Era de prever: el espacio dispuesto había que aprovecharlo al máximo. Condensa instantes que van desde aquellos primeros e inocentes pasos en el mundo de la música en el 59, en los que los dos jóvenes se pagaron de su bolsillo la fotografía en color de su primer vinilo porque la compañía no tenía presupuesto para ello, hasta la última gira que el Dúo se marcó el año pasado. Entre medias, pasajes irrepetibles como los viajes en Vespa entre Barcelona y Zaragoza para, mientras cumplían con la patria, tratar de labrarse un futuro en la música; la dura infancia de posguerra; los tejemanejes del incomparable Lasso de la Vega; el secreto de la autoría del célebre «Bailando twist»; la partida de nacimiento argentina de algunos de sus éxitos; la sorprendente relación de Manolo con los Pitufos; una extraña invitación llegada desde el entorno de ETA (y, años más tarde, desde la mafia neoyorquina) o, ya retirados de los escenarios, su trabajo descubriendo nuevos artistas y afianzando la carrera de otros populares.

Añadan a tamaño panorama acontecimientos históricos como el de grabar con la mismísima mesa de sonido que encumbró a The Beatles; el curioso episodio de la gestación del «La, la, la» (y el maletín de Serrat); los encuentros con figuras como Henry Mancini, Chubby Checker, Bee Gees, Stevie Wonder, Frank Sinatra, Diana Ross y los ensayos con Burt Bacharach o The Beach Boys; el hecho de que Jimmy Page o Ian Anderson trabajaran para el Dúo, o el brutal reto que supuso levantarse tras el tremendo batacazo de realidad propiciado por aquel triste parón de 1973, en el que todo el mundo pareció dar la espalda a uno de nuestros proyectos musicales más venerados hasta la fecha.

Todo ello, lo avanzábamos, coronado por la intensa, mágica, dilatada y (por momentos) tormentosa aventura de Arcusa con un Julio Iglesias que, bajo la tutela de Ramón, brindó al resto del planeta los mejores discos de su trayectoria. Aquellas casi dos décadas, comprenderán, dieron mucho de sí: el traslado a Miami, las costosas sesiones de grabación, su definitivo despegue internacional, el juicio sobre la paternidad de “Hey”, la relación con Enrique, el lujo asiático que rodea todo aquello que toca el cantante español más conocido del planeta (no se pierdan el episodio de sus Rolls Royce), y, evidentemente, los motivos (y el motivador) del desencuentro.

Aquellas mil pesetas que Manolo y Ramón pagaron para que sus míticos jerséis rojos deslumbraran en la portada de su primer epé, sin duda, fue la mejor inversión en la historia de un dúo que, desde el principio, tuvo muy claro que quería amarrar bien fuerte las riendas de su destino profesional y personal. Aquel gesto no fue casual, y demuestra la importancia que para ambos siempre tuvieron conceptos como profesionalidad, ambición, rigor o visión de futuro. Todos estos términos revolotean, persistentes, en un Soy un truhán, soy un señor (o casi), cuya honestidad brutal, tal vez, incomode a quienes no apuesten por hincar el bisturí hasta el fondo del pastel. Solo así serán capaces de toparse con un relato que rezuma sensatez, modestia y elegancia, tanto en la victoria, como (cuán difícil es) en la derrota, cuando Ramón reconoce que, en la segunda mitad de los sesenta, se durmieron en los laureles y no supieron reaccionar al ritmo que los nuevos sonidos marcaban. Genio y figura.

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