Kid A (2000): la exploración futurista de Radiohead

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20 ANIVERSARIO

«El pop exploraba nuevos territorios y ellos, habitualmente la rueda a seguir por otros, también tomaban buena nota»

 

Fue el cuarto disco de unos Radiohead absolutamente observados desde su aclamado debut. Y ellos respondieron con Kid A, disco que abordamos extensamente en el Cuadernos Efe Eme número 5 y que aquí disecciona más brevemente Fernando Ballesteros. Su particular ascenso por las afiladas montañas de la portada recreando ambientes, partiendo de la abstracción y mirando hacia el futuro.

 

 

Radiohead
Kid A
EMI / PARLOPHONE / CAPITOL RECORDS, 2000

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Hay momentos que son especialmente delicados en la trayectoria de un artista. El tópico habla del difícil segundo disco, cuando debe confirmarse todo lo apuntado en un debut en el que —supuestamente— se ha volcado toda la cosecha de los primeros años. En ese momento, cuando se apagan los focos, el creador tiene que partir de cero, con un cuaderno en blanco y la industria contemplando cómo se consuma la cuenta atrás en el calendario.

Más allá de tópicos, porque ellos no lo son para nada, la presión que recibió Radiohead tras el éxito del primer disco, Pablo Honey, se debió de quedar en nada tras lo ocurrido con su tercer elepé, OK Computer. Todo se desbordó tanto que los ingleses se vieron inmersos en uno de esos momentos en los que el reconocimiento puede llegar a ser incómodo y potencialmente contraproducente.

Con semejante panorama, la continuación de OK Computer no tomó caminos conservadores, ni mucho menos. El grupo se había plantado en el púlpito que la crítica, cada cierto tiempo, reserva a los redefinidores del rock. Pero seguir por esa senda no les parecía nada atractivo. Hubiese sido bastante aburrido para mentes inquietas y creativas como las suyas intentar reeditar los logros de su anterior álbum; unos logros que habían convertido a la banda en el modelo que muchos trataban de emular con desigual fortuna y poca personalidad.

 

Debate interno

Así estaban las cosas cuando comenzaron a darle forma a Kid A a principios de 1999. Y vaya por delante que los chicos no fueron a tiro hecho. No fue decir «seamos raros y huyamos del pop», de hecho, no había unanimidad entre sus miembros. El guitarrista Ed O’Brien —quién lo iba a decir, viendo por donde fueron los tiros— se inclinaba por canciones directas y guitarreras. No lo debió de pasar bien cuando fue perdiendo el debate con Thom Yorke. El vocalista fue quien apostó, desde el comienzo, por algo parecido a lo que, finalmente, terminaron plasmando.

Ellos siempre tuvieron claro que la opción continuista no iba a estar sobre la mesa, ni a la hora de escribir ni mucho menos a la hora de meterse en el estudio para registrar las nuevas canciones. En primer lugar, porque reemplazaron las guitarras por sintetizadores. Todo había cambiado. El pop exploraba nuevos territorios y ellos, habitualmente la rueda a seguir por otros, también tomaban buena nota de lo que ocurría fuera de su cuartel general. Hace unas líneas hablaba de las canciones; pues bien, tal vez sería mejor referirse a Kid A como sus nuevas experimentaciones. Y ahí, en la creación de ambientes, en el trabajo meticuloso de texturas sonoras, es donde encontramos a los Radiohead del nuevo siglo.

 

Escalar sin cuerdas

El disco, sin promoción —aunque esto habrá que matizarlo bastante—, sin singles y, por supuesto, sin el apoyo de clips, llegó a colocarse en el número uno del Reino Unido y USA. Así que, ya lo ven, nada de suicidio comercial: el mundo estaba dispuesto a acompañar a Radiohead aunque el destino al que apuntaran fuese tan poco amable en términos convencionales. Vamos, que los chicos de Thom Yorke se podían alejar de las fórmulas pop todo lo que quisieran, pero si pretendían que el planeta musical dejara de considerarles la referencia del momento, lo llevaban claro.

Tres años tardaron en mostrarle al mundo lo que habían cocinado. La empresa requería su tiempo: la fórmula no estaba agotada, pero ellos querían huir de estructuras tradicionales. Quien hubiera pasado todo ese tiempo esperando una segunda parte de Ok Computer se iba a llevar una decepción notable.

Y esa realidad ya se ponía de manifiesto en «Everything in its right place», un título que parece querer dejar las cosas muy claritas y una canción muy representativa — probablemente, la que más de todo el lote— de lo que nos espera en los nueve cortes siguientes. Se trata de la mejor puerta de entrada a este nuevo universo de Radiohead, nos mete de lleno en él con su ritmo hipnotizante, como tratando de asegurarse de que vamos a seguir ahí el resto de la obra. Parecen querer decirnos: «¿Te gusta? ¿Estás preparado? Pues lo estás para acompañarnos hasta el final». Un acierto para abrir fuego que no es casual, ya que Thom declaró en alguna ocasión que en el proceso de gestación y grabación del álbum, se preocupó más que nunca de la secuencia que iban a seguir las canciones. Nada es casual en Kid A.

 

Abstracción y futurismo

Samplers, sintetizadores… el mundo de Radiohead nada tenía que ver con el tradicional esquema guitarra-bajo-batería. La abstracción del texto, como ocurre en casi todo el disco, sugiere al oyente que se tome su tiempo y se moleste en buscar significados, de esos que no aparecen ante nosotros de buenas a primeras. Casi nada es inmediato en estos surcos.

El sonido está presidido por la búsqueda de ambientes. La canción titular, con la voz de Thom dificilmente inteligible, es como una caja de música futurista en la que aún se pueden intuir algunas de las pocas guitarras del elepé. Las seis cuerdas también están presentes en «The national anthem», que irrumpe con un riff repetitivo que terminará completándose con elementos que dotan al tema de un sorprendente espíritu de jam session, como los inesperados vientos. De lo más rupturista de un disco que rompe con el pop para abrazar múltiples influencias que van del jazz al kraut, siempre bañados de electrónica.

«How to disappear completely», de nuevo un título que cuenta mucho, mira timidamente al pasado. La voz de Thom quiere volver a un primer plano hasta ahora abandonado, y lo orgánico reclama la cuota de protagonismo que la tecnología había copado desde el comienzo. Y como la secuencia de canciones está pensada al milímetro, «Treefingers” es casi un remanso de paz instrumental, algo así como un respiro para el oyente antes de que comience la segunda parte. Así que, una vez pasado el ecuador, «Optimistic» vuelve a subir el contador de intensidad con un título que parecer querer jugar al sarcasmo ante la avalancha de adjetivos como triste o pesimista que han acompañado a la banda durante toda su trayectoria. Lo que ocurre es que, justo a renglón seguido, «In limbo» es pura melancolía.

Y aunque este sea uno de esos trabajos en los que las canciones no están en el centro de la escena, «Idioteque» es uno de los momentos más destacados de «Kid A», y aún más, de toda la producción del grupo. Electrónica desbocada, bajos poderosos y ambientes densos, muy densos, para un tema con el que alcanzan el punto máximo de altura. Toca bajar. Se impone ir recogiendo y recapitulando: «Morning bell» es un aterrizaje muy suave. No se trata de tomar tierra de forma abrupta, pero hay que ir bajando las pulsaciones, antes de que el cierre con «Motion picture soundtrack» le cante con crudeza al desamor.

Después de varias escuchas, ya se podía afirmar que habían desafiado a todos. Con Nigel Godrich sentado una vez más en la mesa de sonido, los chicos, habían trabajado durante meses en París, Copenhague, Glucestershire y Oxford. Allí, en casa, le dieron rienda suelta a su vertiente más experimental para terminar de pulir Kid A. Lo cuq ocurrió es que compusieron otras veinte canciones y, como ya todo era muy arriesgado, les debió parecer excesivo atreverse con la edición de un disco doble, así que prefirieron dejar en el cajón buena parte de esos títulos para Amnesiac, su siguiente envite.

 

Apoyándose en la Red

A la hora de poner el elepé en las tiendas tampoco fueron muy convencionales. Recuerden: aún no había terminado la década de los noventa, pero Radiohead ya estaban muy metidos en el mundo de Internet y lo supieron aprovechar convirtiéndose, también en este terreno, en una avanzadilla. Y la Red fue su campo de juego, ya que ese fue el medio elegido por el sello para promocionar su nuevo y rompedor trabajo. De manera que, como si la industria no tuviera ya suficientes dolores de cabeza, Radiohead iba a colaborar en mostrarles los nuevos tiempos que se avecinaban y que iban a pillar a muchos con el paso cambiado en sus despachos.

¿Qué podían hacer Yorke y compañía? Semanas antes del lanzamiento de Kid A en formato físico ya apareció para su descarga en la plataforma Napster, y el resto es historia. Hubo millones de descargas, así que había temblores en su compañía; sin embargo, las ventas no se resintieron y el disco escaló hasta lo más alto en las listas de medio mundo. Había sido mucha la expectación creada. A veces la falta de promoción —o la ausencia de una promoción al uso— es el mejor marketing, voluntario o involuntario, del que puede disfrutar un disco como este.

Kid A es, para un servidor, el momento en el que las cosas dejaron de parecer tan naturales en Radiohead. Hasta aquí habían reaccionado con gran audacia a las exigencias del mercado, a los cantos de sirena de una crítica que los adoraba. Todo resultaba inesperado y sorprendente, pero también parecía surgir de forma brutalmente sincera. A partir de este momento, los lanzamientos de los ingleses dan la sensación de ser pasos más calculados con el objetivo de epatar. Allí donde anidaba un espíritu creativo indómito parecía salir a la luz una necesidad de asombrar al mundo. Y esa es una tarea titánica que se cobra un precio muy alto.

La importancia de Radiohead en la música popular es innegable, y todo lo que ocurrió en el lustro que siguió a OK computer va a ocupar un lugar muy destacado en las enciclopedias de la música, con toda justicia. Sin embargo, ¿saben una cosa?, un sábado cualquiera, por la mañana, cuando me apetezca volver a escuchar un disco suyo es muy probable que me decante por los guitarrazos sencillos y viscerales de Pablo Honey. Muchas veces soy así de simple. Dame rock and roll.

 

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