El presente menos críptico de The Jesus and Mary Chain

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«Es la fotografía de un grupo vivo, un buen álbum por lo que ofrece, por lo que apunta y, sobre todo, por lo que representa»

 

Con motivo de la publicación del nuevo disco de The Jesus and Mary Chain, Glasgow eyes, Fernando Ballesteros se da una vuelta por la historia de los hermanos Reid y por cómo cada uno de sus pasos les ha traído hasta este 2024 con un álbum digno y enmarcado en sus propios códigos.

  

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Foto: MEL BUTLER.

 

Los Jesus and Mary Chain cumplen cuarenta años y lo celebran con una actividad llena de golosinas para sus seguidores. Biografía, documental y, por supuesto, disco con su correspondiente gira que les traerá de nuevo a España para actuar en el Tomavistas. Ya llegará el momento de los docus, los libros y los directos, porque hoy, lo que toca,  es reseñar la octava entrega en estudio de los escoceses.

Glasgow eyes es el segundo disco que la banda graba desde su vuelta en 2007. Tras casi diez años separados, los hermanos Red volvieron, entre otras cosas,  porque era casi imposible contestar con un “no” a la oferta que el Festival de Coachella les hizo para que encabezaran el cartel de aquella edición. Cabe suponer que, por el camino, habrían cicatrizado algunas de las heridas abiertas que hicieron que la siempre tormentosa relación fraternal terminara estallando ante los ojos de todos los presentes en el House of Blues de Los Ángeles, en plena actuación, allá por 1998.

Esa tensión entre Jim y William fue el  motor de una máquina que había arrancado con el seminal Psychocandy (1985), una obra que les hizo acreedores al título de la gran esperanza blanca del pop británico, y a la postre, el detonante de una ruptura que, por sonada y aparatosa, parecía definitiva. Sin embargo, la vuelta al directo de 2007, no fue puntual, se prolongó en el tiempo y cristalizó en 2017 con su regreso al estudio para registrar el notable Damage and Joy. Pero aquel elepé tenía su truco. En él volcaron relecturas de  algunas de las canciones que ya habían publicado en varios proyectos durante los años anteriores: temas de Jim en solitario, del disco de Sister Vanilla, en el que ambos le echaron una mano a su hermana o de Freeheat, el fugaz proyecto del vocalista que a todos nos dejó en su día con ganas de más.

Esta vez,  la historia es diferente. Para Glasgow Eyes comenzaron a trabajar desde cero y a la luz de lo que aquí se escucha,  podemos asegurar que lo hicieron con un marcado propósito experimental. En esta ocasión, el cuaderno sí estaba en blanco y eso les dio el margen suficiente para dar rienda suelta a toda su creatividad. Y esa es la principal diferencia respecto a su anterior disco. Los Reid, esta vez, juegan y arriesgan. Con más de sesenta años y una carrera de cuatro décadas a sus espaldas, solamente la intención ya se aplaude.

Y luego están los resultados. La potente “Venal Joy” abre el disco con brío, sintetizadores que chocan con guitarrazos, ecos de Suicide  y el lujoso adorno a los coros de Fay Fife de Rezillos, nada que objetar a este vibrante latido electrónico. “American Born” calma algo las cosas pero sigue sonando rotunda, concisa y —a pesar de la tecnología— orgánica.   Me cuesta más conectar con  “Mediterranean X Film” y “Discoteque”, es muy probable  que el problema sea mío, pero estoy tan acostumbrado a los caminos rectos, más o menos espinosos, con este grupo, que las sendas sinuosas y los ambientes me resultan algo más desconcertantes. Aún así, tras varias escuchas ha mejorado mi percepción de ellas y es muy posible que, si pudiese escribir esta reseña en unos meses, sería mucho más positiva que hoy. Lo que ocurre, es que,  entre ambas,  emerge la sobresaliente “Jamcod”, número con vocación de clásico del grupo, primer adelanto del álbum y vehículo perfecto,  por su mirada al pasado,  para ajustar cuentas con él en su texto.  También tiene su toque auto referencial “Chemical animal”, de nuevo los Jesus más canónicos si nos referimos al sonido y menos crípticos si hablamos de las letras, pues hablan de forma abierta sobre adicciones. Sin edulcorantes.

Mención especial para el capítulo de préstamos sobre los que se sustentan dos de las mejores canciones del disco. En “The Eagles and The Beatles” toman el riff de Joan Jett, aquel con el que declaraba su amor por el rock and roll y construyen una pegadiza melodía de tintes glam del todo convincente. Más llamativo aún es comprobar cómo son capaces de fusilar el riff del “Living after midnight” de Judas Priest, sí, sí, los Judas,  para firmar “Girl 71” el típico single incontestable del grupo.

Hay más: “Pure poor” nos traslada a tiempos pasados, los de Darklands, sin la rotundidad melódica de aquella cosecha, mientras que “Silver strings” los captura, de nuevo, más orientados a la experimentación y “Second of june” muestra esa faceta semiacústica del grupo que marcó Stoned and dethroned. Como broche, “Hey Lou Red” rinde pleitesía a través de su viaje con tintes psicodélicos al legado de la Velvet Underground.

Siempre hubo cambios y novedades en los discos de TJAMC. Solo hay que ponerse en la piel del fan que escuchó Darklands por primera vez y lo comparó con su debut, y sin embargo, hay una serie de rasgos que siempre han estado en su fórmula y que les han dado una poderosa seña de identidad. Esos elementos también están aquí, por supuesto, y respecto al uso de la electrónica, tampoco es algo nuevo. Lo que cambian, en todo caso, son las proporciones aplicadas a la receta.  Pero no, el disco no muerde y, claro está, nunca nos van a sorprender con una grabación de jazz, como ha tenido que aclarar Jim con su ácido sentido del humor.

Al final del trayecto, la conclusión es clara: la mejor noticia, es que siguen siendo los Jesus and Mary Chain, los que se meten al estudio “a ver qué pasa” como dice Jim, los que siguen manejando los elementos básicos que han conformado su discurso todos estos años. Se perdonan los resbalones porque apuntan a un futuro en el que algunas de esas vías podrían consolidarse. William y Jim están unidos y Glasgow eyes no da ningún síntoma de ser un trabajo hecho por compromiso.

Y ese es el gran triunfo del disco. Cuando un grupo vuelve a grabar después de años de silencio, hay un temor entre los fans a que lo que venga desmerezca la leyenda. Tengo sudores fríos al recordar aquel cuarto disco de los Stooges en pleno siglo veintiuno y los trabajos que han sacado Pixies tras su regreso, jamás los archivaré en mi cabeza junto a sus cinco lanzamientos iniciales. Con Jesus and Mary Chain esto no ocurre. De acuerdo, Glasgow eyes, no es, ni de lejos su mejor disco, pero es la fotografía de un grupo vivo, un buen álbum por lo que ofrece, por lo que apunta y, sobre todo, por lo que representa y es que, después de tantos años, a los Reid aún les quedan cuerda y ganas. Y aquí celebramos.

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