Cuando Belle and Sebastian salieron del circuito amateur

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VIGÉSIMO ANIVERSARIO

«Desde los primeros acordes de “I fought in a war” quedaba claro que seguían militando en el lado preciosista de la música»

 

Fernando Ballesteros nos lleva hasta el año 2000 para recordar el cuarto disco de los escoceses Belle and Sebastian, Fold your hands child, your walk like a peasant, un trabajo muy elaborado y la antesala de su éxito masivo.

 

Belle and Sebastian
Fold your hands child, your walk like a peasant
JEEPSTER RECORDS, 1990

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

No hay que dar muchas explicaciones para que un aficionado medio al pop se haga una idea de la grandeza de Belle and Sebastian. Es verdad que estamos en 2020 y que hace unos cuantos años que editaron sus trabajos más brillantes. Da igual, porque siguen ocupando un lugar destacado en este circo y son, por méritos propios, una referencia indiscutible, auténtico emblema de la década de los noventa y, sobre todo, de una forma muy determinada y personal de hacer las cosas.

Además de toda la imaginería que rodea al grupo, en la fórmula de su sonido encontramos la influencia de los Smiths y el folk de finales de los sesenta. En el centro de la escena que les define está la personalidad de su líder, Stuart Murdoch, aunque, seguramente, si solo hubiese contado su opinión mejor habría estado más escondido, porque siempre ha dado la impresión de huir de los focos. Es, si me apuran, la antiestrella definitiva. Es la suya una huida de la fama nada atormentada, una incomodidad sin aspavientos, con normalidad. A su estilo, vaya. Si destrozar habitaciones de hotel está entre los mayores tópicos del rock and roll y su estilo salvaje en la carretera —o eso nos han contado que ocurría entre los grandes nombres—, Stuart Murdoch se encuentra justo en el extremo opuesto. Lo suyo nunca ha sido tirar el mobiliario por la ventana, sino preocuparse por conseguir un calzado silencioso para andar por casa con el objetivo de no molestar a los vecinos de abajo. Así es él de adorable.

 

Fundación atípica

Los inicios de la banda tampoco fueron convencionales. Stuart no montó Belle and Sebastian poniendo anuncios en la prensa musical ni en los locales de ensayo. Sucedió en un curso sobre la industria musical, un curso para desempleados que tenía como premio, para los alumnos más aplicados, la grabación de un disco. Y ellos tuvieron ese honor. Tigermilk (del que hablamos aquí) fue la grabación en cuestión. Se editaron unas cuantas copias —no pasaron de mil— y, muy pronto, la obra se convirtió en una codiciada pieza de coleccionistas.

Su primer contrato discográfico los llevó a Jeepster y a la tarea de grabar una continuación a la altura. Y se superaron, porque If you feeling sinister es sobresaliente. Aunque no tenían pretensiones, las críticas y el clamor de su base de fans expandieron su nombre tanto que su tercer disco, The boy with the arab strap, les introdujo en el mercado de Estados Unidos de la mano de Matador.

Todo estaba creciendo para el grupo cuando llegó Fold your hands child, you walk like a peasant en el 2000. Otro gran elepé que, por primera vez desde que echaron a andar, fue objeto de debate. Y eso que, estilísticamente, no había grandes variaciones. Desde los primeros acordes de “I fought in a war” quedaba claro que seguían militando en el lado preciosista de la música. “Family tree” le cede el protagonismo en el micro a Isobel Campbell y es pura sensibilidad. Los Belle seguían abordando, huyendo también del gesto airado, lo frustrante del día a día. Y en ese empeño le cedían su voz a muchos no especialmente bien adaptados, como años antes lo habían hecho Morrissey y sus chicos.

 

 

Rompiendo clichés

En este punto me gustaría rescatar la escena de Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000) en la que Dick, el tímido y sensible dependiente de la tienda de discos de Rob, pincha al grupo y el fanfarrón y sobrado Barry le pregunta qué está sonando y termina quejándose de «esa música para llorones». Y sí, uno siempre tendió a imaginarse a Dick como el típico seguidor de Belle and Sebastian, aunque la experiencia nos ha enseñado que no son pocos los Barrys que se han convertido en fanáticos de la banda. Porque ellos están muy por encima de un cliché que se les quedó pequeño muy pronto. En realidad, todo se les fue quedando pequeño gracias, entre otras cosas, a canciones como “The wrong girl”, uno de los números destacados de su cuarto disco; “The model”, pura magia melódica con denominación de origen o ese cierre magistral que protagoniza “There´s too much love”.

 

Adiós al amateurismo

Con este álbum se despidieron de Jeepster y, en cierto modo, ese movimiento supone también el cierre de la primera etapa de la carrera del grupo. Y es que, por mucho que te cueste admitirlo, las servidumbres del éxito están ahí y son las que te obligan a pasar de escenarios intermedios al principal en los festivales, como les ocurrió en el FIB. Vamos, que la actitud amateur se puede llevar hasta un punto determinado. Y ese había llegado para ellos.

A partir de aquí hubo vídeos, conciertos multitudinarios, singles extraídos de los discos, rondas interminables de promoción, en fin, su trayectoria empezó a parecerse a la de un grupo grande de pop al uso. En lo meramente musical, estamos ante su disco más elaborado, el que más habían trabajado en el estudio hasta ese momento, y con diferencia. Tony Doogan se volvió a ocupar de los mandos: él entendía como nadie lo que buscaban a la hora de darle forma a sus canciones, más allá de la relación de amistad que mantenían y que había comenzado a dar sus frutos en If you feeling sinister.

Los arreglos de cuerda y los vientos visten de lujo algunas de las canciones del disco con el que —ya decíamos que era una época de cambios— decían adiós a su bajista, Stuart David. Los dos Stuart habían trabajado juntos desde los tiempos del curso para desempleados y parecían entenderse perfectamente en los artístico, además de buscar lo mismo para el grupo. Sin embargo, David se marchó para volcarse en Looper, su otro y más familiar proyecto.

 

 

La música de Belle and Sebastian seguía moviéndose muy al margen de las etiquetas. Ni los estertores del brit pop ni, por supuesto, el resurgir de las guitarras que asomaban a la vuelta de la esquina les iban a amparar en su saco. Su camino era solo suyo.

Aun así, el disco funcionó bien porque ya tenían un público consolidado, muy por encima de portadas en la prensa y titulares grandilocuentes. Por eso se metieron entre los diez más vendidos en el Reino Unido, antes de que su siguiente paso los llevara al cine.

Anterior entrega: High visibility, de The Hellacopters: dinamita (sueca) en estado puro.

 

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