El honky-tonk genuino de los Reeves Brothers

Autor:

COWBOY DE CIUDAD

«El honky-tonk más gamberro y ebrio de los setenta, el de Waylon Jennings, David Allan Coe o Billy Joe Shaver, impregna este trabajo»

 

Entre la recientísima hornada de discos de country, Javier Márquez se queda atónito al escuchar The last honky-tonk, el nuevo y recomendable trabajo de The Reeves Brothers.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

El pasado 28 de agosto fue un viernes memorable para los aficionados a la música country. De hecho, el mejor viernes del año. Los retrasos provocados por la pandemia y el confinamiento han derivado en la confluencia de un puñado de discos que esperábamos con muchas ganas y que, en la mayoría de los casos, han estado a la altura de las expectativas. Desde el cowboy and western Colter Wall (que ya comentamos aquí la pasada semana) al clasicismo de Zephaniah Ohora, el southern rock de la Allman Betts Band o el bluegrass de los dicharacheros Wood & Wire.

Con tan buena añada han entrado muchas ganas de echarle una escucha a los trabajos de otros artistas que también nos llegaron ese viernes y de los que, con franqueza, no conocíamos nada, como Heidi Newfield (y eso que es toda una veterana, ya hablaremos de ella) o Mo Bandi. Pero por encima de todos, si hay un disco que nos ha dejado sin palabras ha sido The last honky-tonk, el tercer elepé —aunque el primero de factura profesional— de The Reeves Brothers.

La portada ya nos da una pista de lo que vamos a encontrarnos en esa colección de doce canciones —nueve originales y tres versiones—, y desde luego no se trata de mera pose. Por la instrumentación y los arreglos, el sonido que se ha buscado, los temas y el lenguaje utilizado en las letras e incluso ese toque nasal de la voz —muy a lo Hank Williams Jr.—, da la sensación de que estemos pinchando algún disco de mediados de los setenta que, por alguna extraña razón, nos había pasado desapercibido hasta ahora. Porque, aunque puede rastrearse la devoción y el respeto por Lefty Frizzell, Faron Young o George Jones, es sin duda el honky-tonk más gamberro y ebrio de los setenta, el de Waylon Jennings, David Allan Coe o Billy Joe Shaver, el que impregna este trabajo, con un piano heredero directo del mismísimo Jerry Lee Lewis.

Los responsables de tanta referencia bien destilada son Matt y Cole Reeves, dos hermanos nacidos y criados en el estado de Nevada, hijos de un popular músico local de honky-tonk, Jack Reeves. Ya en 2016 grabaron un primer disco, Home sweet honky-tonk, al que siguió al año siguiente King of country music. Redescubiertos ahora, ambos trabajos muestran ya una gran solvencia de los hermanos y sus compañeros de carretera, pero andaban por entonces a la espera aún del apoyo comercial necesario. Este les llegó, al parecer, tras ganar en 2018 el premio al grupo honky-tonk del año en los Ameripolitan Award. Ese reconocimiento les hizo ser descubiertos por Kevin Skrla, el dueño del sello Wolfe Island, quien se los llevó a Dayton, Texas, para grabar el que esperan —y deseamos— que suponga su consagración nacional.

El tema que abre el disco, “100 proof honky-tonk”, es la mejor tarjeta de visita, con ese rabioso piano —con un sonido, más que brillante, centelleante— y unos refrescantes coros femeninos; puros y genuinos setenta. Este corte es una de las versiones del álbum, firmada por Shawn Ohler, a la que hay que sumar una de las canciones habituales del repertorio de su padre, Tucson. En cuanto a las piezas propias, tienen la extraña virtud de hacernos pensar si ya las habíamos escuchado, si no son material de otro autor o alguno de esos sospechosos «homenajes» que toman prestados más acordes de la cuenta. Pero no, lo que ocurre con “It gets cold at night in California”, “I’ve lost all my strength to sing the blues” (que podría venir firmada sin complejos por Merle Haggard) o “No. 7 Blues” es que son condenadamente buenas, además de rendidos tributos al estilo de los maestros; muchas influencias, pero una sola y bien solvente dirección del buque. Los versos que abren “Stagestop Bar” nos confirman que lo de estos hermanos es algo más que pasión por el country: «El primer recuerdo que tengo / es el llanto de una steel guitar».

Pero cuidado con sacar conclusiones equivocadas. Este no es un disco nostálgico, no es un sonido viejo ni los Reeves andan «anclados». Matt y Cole consiguen el difícil ejercicio que ya aplaudíamos de Colter Wall con el country & western: recuperan un género que conocen como la palma de sus manos y lo visten de limpio para mirar con él hacia el futuro. Ellos lo tienen más fácil que Colter, porque el honky-tonk ha demostrado ser uno de los sonidos más versátiles, emocionantes y divertidos del extenso mapa de la música country, y con el apoyo necesario, estos brothers podrían convertirse sin problema en sus nuevos referentes.

Anterior entrega de Cowboy de ciudad: La balada de Colter Wall.

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