High visibility, de The Hellacopters: dinamita (sueca) en estado puro

Autor:

20 ANIVERSARIO

«La obra de un grupo que vivía su momento en la que, rebajando la dureza de la fórmula, aún rockeaban de lo lindo»

Fernando Balleteros brinda por el rock de los países del Norte, y en concreto por el que desplegaron los Hellacopters allá por el año 2000 con su cuarto e imprescindible High visibility.

 

The Hellacopters
High visibility
UNIVERSAL, POLAR, LED RECORDINGS, PSYCHOUT RECORDS, 2000


Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

La segunda mitad de la década de los noventa no fue fácil para los amantes de los sonidos más rockeros. La resaca del grunge y su segunda oleada fue, en el mejor de los casos, peliaguda, y los chicos del nu-metal, aquellos que iban en chandal, en fin… ¿Qué quieren que les diga? Los que habíamos vivido la era dorada de Nirvana y compañía y disfrutamos en su día de la locura y el desmadre de los tatuados angelinos unos años antes, echábamos algo de menos. Que narices: lo echábamos de menos prácticamente todo. 

Y ese era el plan, no había mucho más que rascar hasta que, de repente, llegó la salvación desde el Norte. Procedentes de tierras escandinavas y con un menú a base de high-energy, punk, algo de clasicismo, diversión y puro rock and roll, unas cuantas bandas nos sirvieron un banquete espectacular. En el pelotón de cabeza estaban los Hellacopters. Junto a ellos, Gluecifer, Turbonegro, Backyard Babies…y hubo más, muchos más, porque aquellos años las alegrías nos llegaron desde Suecia, Noruega e incluso Finlandia. Y antes de entrar en Hellacopters, no estaría de más recordar la figura de Kike Turmix: él había compartido escenario con casi todos ellos, los conocía, eran sus amigos; los chicos del Norte sentían un gran respeto por Turmix, que se las arregló para traer a nuestros escenarios y ponernos delante de los ojos a algunos de los mejores grupos del final del siglo pasado. Aquella labor fue impagable y nunca se lo agradeceremos lo suficiente. 

Por eso, porque gracias a los chicos más pálidos del continente estuvimos muy bien surtidos de guitarras, a muchos nos daba la risa cuando, en 2001 desde Nueva York, vía prensa inglesa, nos hablaban a todas horas de la vuelta de las guitarras. Resulta que el rock había vuelto, que no estaba muerto. Gracias, amigos, pero sepan que, para algunos, el rock siempre ha estado en el primer plano.

 

Los orígenes

Vayamos al caso que nos ocupa. Los Hellacopters se formaron en 1994 y nacieron como el nuevo proyecto de Nicke Andersson, al que el death metal de Entombed se le debía de haber quedado pequeño. Para dar rienda suelta a sus inquietudes rockeras, montó el grupo, con Detroit, el garage y los primeros Kiss muy presentes en su cabeza. Eso si, en Supershitty to the max, su debut, grabado en apenas 24 horas, también había algo de Motorhead y toneladas de suciedad. 

En esa furiosa línea seguía incidiendo su siguiente largo, Payin’ the dues, editado en 1997. Y aquí me van a permitir que abra un paréntesis para explicar una más que probable paradoja: si me preguntan por las obras clave de aquella hornada de grupos, me quedo con Apocalypse dudes de Turbonegro, Total 13 de Backyard Babies y Payin’ the dues de The Hellacopters. Pues bien, si cinco minutos más tarde me ponen en el compromiso de tener que elegir mi disco preferido de los Copters, responderé High visibility. ¿Contradictorio? Desde luego, pero también explicable. 

Las tres obras escogidas cubren mucho del espectro sónico que aquellos grupos nos ofrecieron y, en ese trío, la presencia del segundo disco de los Hellacopters se me antoja imprescindible para explicar lo que todos estos grupos nos dieron en el final del siglo pasado. Sin embargo, considerada la carrera del grupo sueco que nos ocupa de forma individual, la cosa se presenta distinta. Es complicado de entender, pero así es, a veces, la cabeza de un fan. 

Dejando a un lado las rarezas del que escribe esto, Payin’ the dues era un monumental tratado de castañazos de tres minutos ante el que no te podías mantener indiferente. Es más, no te podías mantener sentado. Era pura dinamita. El disco, que ya contaba con el teclado de Boba Fett, supuso también la despedida de Dregen. Su otra banda, los Backyard Babies, tampoco dejaba de crecer y el guitarrista se vio obligado a elegir.

Con la baja del carismático Dregen, ya volcado en los Babies, Nick Royal «Nicke» y sus compañeros se pusieron manos a la obra para darle forma a lo que terminaría siendo Grande rock, un disco que ampliaba la paleta de sonidos y relajaba algo el ambiente. Las cosas seguían rodando y este era el punto en el que las cosas podían crecer de forma exponencial. El gran salto parecía a la vuelta de la esquina: giras como teloneros de grupos mayores, conciertos propios con todo vendido y su debut para una grande en el horizonte. Definitivamente, estaban preparados. 

 

Las canciones

High visibility fue su primer elepé para Universal, posiblemente su disco más completo, la obra de un grupo que vivía su momento y el álbum en el que, rebajando la dureza de la fórmula, aún rockeaban de lo lindo. Por decirlo de una forma clara: aquí están las dos facetas de Hellacopters casi en igualdad de protagonismo. 

Las canciones de High visibility son brillantes más allá de tiras y afloja estilísticos. “Hopeless case of a kid in denial” es una maravilla con aroma a clásico y deja las cosas claras desde el comienzo; “Baby borderline” es vibrante; “Sometimes I don’t know” es una joya rockera y la preciosa “Toys and flavors”, con sus guitarras reinando, es otra de las cumbres melódicas de la obra.

Los sabores souleros de “You’re too good for me baby” añaden colorido a un lote de canciones extraordinario en el que también hay espacio para la calma de “No son unheard” y “No one’s gonna do it for your”. Pero la búsqueda del equilibrio está ahí y la garra vuelve de la mano de temas como «Truckloads of nothing» o ese trío de títulos final que es pura efervescencia. “I wanna touch” y “Hurtin’ time” nos remiten a los Hellacopters del pasado, igual que “Envious” y sus minutos de jolgorio, en los que riffs, solos de guitarra y coros de esos que piden ser berreados puño en alto nos recuerdan que estos suecos estaban aquí para alegrarnos la vida dando caña.

Otros discos, otros proyectos

Los siguientes pasos les llevaron al lado de los sonidos clásicos, al rock más reposado y con vocación masiva e incluso de las esencias sureñas. Esto último, quedaba bien patente, desde el título, en By the grace of God, un trabajo en el que alcanzaban un nivel altísimo que ya no reeditarían en el correcto Rock and roll is dead. Con la fórmula apuntando algún que otro síntoma de agotamiento, los Hellacopters dijeron adiós con gira y disco de despedida. O más bien era un «hasta luego», aunque, por aquel entonces, no nos avisaron de que volverían pasados unos años.

Antes, el inquieto y prolífico Nicke puso en marcha a sus Imperial State Electric, con los que debutó en 2010 y editó una serie de trabajos disfrutables, aunque por debajo de los grandes momentos que nos había brindado al frente de Hellacopters. Y allí volvió a situarse en 2016. En abril de ese año el grupo anunciaba la reunión de su formación original, con motivo del vigésimo aniversario de su debut. La vuelta era un hecho. El eterno retorno del rock and roll.

En los últimos tiempos, como si los años no hubieran pasado, hemos podido disfrutar de la presencia de Andersson y Dregen de nuevo juntos sobre un mismo escenario. Y, vaya esto por delante, sigue siendo una delicia asistir a ese espectáculo. Cuando todo vuelva a ser normal, cuando podamos gritar, saltar y chocar en una sala de conciertos, lo volveremos a hacer viendo a Hellacopters. Ellos, con la eterna juventud que, a modo de espejismo, proporciona el rock and roll corriendo por la sangre, aparecerán ante nosotros como aquella primera vez, hace ya unos cuantos años. Durante un ratito, volverá a ser 1997. Es la magia de este invento.

Anterior entrega: Butterfly album, de House of Love.

Artículos relacionados