Green mind (1991), de Dinosaur Jr.

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TREINTA ANIVERSARIO

«Contiene muchos pasajes que nos remiten al folk y a Neil Young y sus Crazy Horse»


Fernando Ballesteros desempolva su vieja copia de Green mind, el cuarto álbum de la banda estadounidense Dinosaur Jr., muy influida entonces por Neil Young. Un álbum en el que su líder, J Mascis, se encargó prácticamente de todo. Esta es su historia.

Dinosaur Jr.
Green mind
SIRE RECORDS, 1991

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Después de escribir sobre unos cuantos discos de la extraordinaria cosecha del 91 (como Badmotorfinger, de Soundgarden; Use your ilusion, de Guns N’ Roses; Bandwagonesque, de Teenage Fanclub; o Loveless, de My Bloody Valentine) saco la conclusión de que, además de ser un año crucial en la historia del rock and roll de las últimas décadas, lo fue también para muchos de los grupos de los que hablamos, porque, de una u otra forma, se estaban enfrentando a momentos de cambios trascendentales. En el caso de Dinosaur Jr, 1991 fue el curso de Green mind, su cuarto disco. En la práctica, el primer álbum en el que J Mascis tomó el control absoluto del grupo y, por si fuera poco, su debut para un sello multinacional.

Lejos quedaba ya el momento en el que, disuelto su primer grupo, Deep Wound, Mascis se animó a llamar a Lou Barlow, un viejo amigo de sus tiempos escolares. Con él y con Emmet Murphy «Murph» ocupándose de las baquetas —de las que, en principio, quería encargarse el propio J— echaba a andar Dinosaur, aún sin apellido. Así firmaron su homónimo debut en 1985, y dos años más tarde, con You´re living all over me y ya como Dinosaur Jr. daban un considerable salto cualitativo. Con él parecían encontrar una voz propia que iban a desarrollar aún más en Bug. Aquel fue el disco de «Freak scene», todo un himno que, por lo demás, no estaba solo. «Budge» o «No bones» eran canciones muy destacables que incidían en las señas de identidad del grupo. El trío había encontrado la senda.

El ruido campaba a sus anchas, pero no costaba dar con melodías brillantes. Esa era la gran virtud de Dinosaur Jr, aunque la historia está repleta de casos como este. El grupo despegaba en lo artístico, vivía un buen momento creativo mientras la relación entre Mascis y Barlow se deterioraba por momentos. Tras el divorcio, aterrizamos en 1991 con el cantante y guitarrista convertido ya en el único líder de un proyecto que era suyo. Solo suyo.

 

Influencia de Neil Young

El cuarto elepé de Dinosaur Jr. contiene muchos pasajes que nos remiten al folk y a Neil Young y sus Crazy Horse. El mundo miraba a Pearl Jam o Nirvana como los grupos que habían puesto a los más jóvenes tras la pista del canadiense, pero en realidad eran Dinosaur Jr. los que estaban bebiendo de forma más clara de las enseñanzas del maestro.

El caso es que, a pesar de los múltiples cambios, musicalmente el disco se abre de una forma muy similar a lo que ya habíamos escuchado en Bug. Es todo un acierto que un disco comience a cabalgar a lomos de «The wagon», una canción que arranca sin previo aviso. Aquí no hay respiro, ni la más mínima introducción, ni un segundo y la máquina carbura a tope de fuzz y melodía.

 

El primer disco «solista» de J Mascis

Han pasado los años y Green mind suena como una continuación lógica y nada rupturista respecto a su producción anterior. En su momento, en el 91, la crítica sí que vio diferencias. El poder del trío, con sus equilibrios inestables dentro y fuera del escenario, se había quedado por el camino y era algo que había marcado su trayectoria. En opinión de algunos, este era el primer disco solista de Mascis. Si hablamos de sonido, las novedades más palpables respecto a grabaciones anteriores las encontramos en la segunda mitad del disco, en la que el tono se torna más suave. Canciones como «Water» o «Thumb», con su omnipresente Mellotron, abren nuevas vías en la capacidad de J como compositor de canciones pop y el comienzo de una etapa de la marca Dinosaur Jr. que se iba a extender, ya de la mano de Mike Johnson, hasta bien entrada la segunda mitad de la década.

Lanzados tras un comienzo arrollador, «Puke + cry», con su estribillo machacón, es efectiva y abre el camino a «Blowing it» y su brillante mezcla de acústicas y eléctricas que, sin solución de continuidad, se convierte en «I live for that look» melódica, fulgurante y directa.

«Flying cloud» es delicada. Parece que se va a romper, casi como la voz de Mascis, que se mueve en el precipicio cuando no cae directamente por él con orgullo. Que no todo es la técnica, y menos en el arte.

«How’d you pin that one on me» les devuelve a la fiereza y la rapidez, es algo así como otro nuevo comienzo. Para dejar claro que Mascis, solo y —como leí en una ocasión, discutiendo consigo mismo— sigue pisando el acelerador con salero.

«Water» es puro Neil Young, con todo lo positivo para el autor que puede ser sacar a relucir una referencia como esta, mientras que «Muck» y su ritmo funky es una nota diferente ante de la traca final.

«Thumb» es el primero de esos dos últimos cartuchos. Hay que escuchar esa maravilla para comprender. Las palabras están bien, pero hay que darle al play. Y si llevan tiempo sin hacerlo, igual les pasa como a mí. Y es que he pasado veinte años, más o menos, sin escuchar este disco de principio a fin y, oh sorpresa, me he encontrado con que esta canción y la final «Green mind» y su rutilante estribillo son aún mejores de que lo que yo creía recordar. Dicen sus seguidores que Gardel canta mejor cada día; quién sabe, igual las viejas canciones de J también han ganado con el paso del tiempo.

El disco, en definitiva, es un gran trabajo con el que su autor —que lo hizo prácticamente todo— parece querer echar por tierra esa fama de perezoso que le han cargado a la espalda entre unos y otros. Quizá el joven Mascis no era muy ambicioso, pero diría que su capacidad de trabajo está acreditada por lo prolífico de su obra.

El camino sin Barlow, que recogía elogios de la crítica con sus Sebadoh, continuó para los Dinosaur con Where you been en el 93 y un año después con Without a sound. Y aunque huyo de la expresión y no me gusta utilizarla, un día es un día, así que allá voy: aquel fue un disco infravalorado. Mascis, quizá cansado, precisamente, del poco reconocimiento y las alusiones al pasado, aparcó el nombre para seguir trabajando en otros proyectos, antes de poner el capítulo final a esta etapa con Hand it over.

Y ese era el último capítulo de la historia hasta 2005, es decir, hasta que J y Lou hicieron las paces y decidieron volver a unir sus fuerzas. El resultado de la renovada alianza hizo saltar por los aires el refranero, al menos, esa conocida sentencia que dice que segundas partes nunca fueron buenas. Beyond, publicado en 2007, les devolvía a la actividad en un excelente estado de forma que confirmaron despachando Farm dos años más tarde. La pareja volvía a brillar y lo hacía partiendo de sus presupuestos clásicos y yendo aún más allá. Inspirados, rápidos, rejuvenecidos pero con la maestría que dan los años… Perdón si me excedo, pero es que no es fácil aparcar al fan cuando se escribe de un disco como aquel. Y la verdad es que ni lo intento.

I bet on sky (2012) y Give a glimpse of what yer not (2016) son buenos discos, aunque no llegan al nivel de las dos obras con las que volvieron a la vida y están también por debajo del álbum que han entregado este mismo año. Y es que Sweep it into space ha vuelto a demostrar que, casi cuarenta años después de comenzar su andadura, los Dinosaur son capaces de firmar un elepé que, para más de uno, se va a colar entre lo mejor del año.

Anterior entrega: Badmotorfinger (1991), de Soundgarden.

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