Badmotorfinger (1991), de Soundgarden

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TREINTA ANIVERSARIO

«Un trabajo en el que el grupo parece haber encontrado su camino»

 

Fernando Ballesteros recupera el tercer disco de Soundgarden, Badmotorfinger, con el que la banda del carismático Chris Cornell asentaron lo planteado en los dos primeros discos con garra y tino.

 

Soundgarden
Badmotorfinger
A&M RECORDS, 1991

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Podemos decir que 1991 fue el gran año creativo de Chris Cornell. Es verdad que Badmotorfinger, el disco que editó Soundgarden aquel curso, fue superado —por la mínima, eso sí— por su siguiente trabajo, pero es que aquellos días Cornell tuvo tiempo y talento para darle forma también al único y mítico disco de Temple of the Dog. Un disco en el que se juntó con Matt Cameron, un debutante y aún desconocido Eddie Vedder y el resto de Mother Love Bone para rendir homenaje al vocalista de estos últimos, muerto un año antes víctima de una sobredosis. Aquel tributo a la figura de su gran amigo, Andy Wood, bien merece un capítulo propio, pero si siguen leyendo comprobarán que volveremos a referirnos a él.

Pero hoy vamos a centrarnos en el álbum de Soundgarden, que llegaba después de varias y notables grabaciones  y de  una carrera de éxito gradual que se inició con Ultramega OK y que continuó con Louder than love, un magnífico disco que les puso en el mapa y les convirtió en la punta de lanza de la hornada de nuevos grupos que venían de Seattle. Todo lo que habían apuntado en sus dos primeros elepés lo confirmaban en Badmotorfinger, mejorado y ampliado. Y más centrados, mucho más concretos. Un trabajo en el que el grupo parece haber encontrado su camino.

Las bases son las mismas, pero afinan el tiro y alcanzan el sobresaliente. Entre las novedades destacaba la presencia de Ben Sheperd, que se ocupó del bajo en sustitución de Hiro Yamamoto, que había abandonado la banda. Sheperd no solo se mostraba como un músico brillante y que encajaba como un guante con sus nuevos compañeros,  sino que iniciaba sus aportaciones a la composición, una faceta en la que incidiría en el gran Superunknown tres años más tarde.

 

El repertorio

“Rusty Cage” nos da la bienvenida pisando el acelerador, aunque a mitad de camino frena y nos lleva a territorios pesados en los que es inevitable pensar en una referencia omnipresente en la carrera del grupo: los grandísimos Black Sabbath. En cualquier caso, todo un disparo en el centro de la diana  para abrir el disco y una de esas canciones que ha tenido, al menos, dos vidas. Porque es de justicia recordar aquí la sensacional versión del ya por aquel entonces veterano Johny Cash, que la incluyó en Unchained, su segunda entrega junto a Rick Rubin, en las célebradas —y no es para menos— American Recordings.

Y si el envite inicial funciona a las mil maravillas como puesta en escena, la segunda canción de Badmotorfinger, “Outshined”, es una de las favoritas del que firma estas líneas y de muchos de sus fans. Un nuevo riff imbatible y un coreable estribillo con Chris Cornell demostrando que había pocas gargantas como la suya en el rock and roll. En esos momentos, Chris era lo más parecido a un Dios del rock encima del escenario. Suena exagerado, lo sé,  pero era así. Lo tenía todo: imagen, poderío, carisma. Reinaba en las tablas.

Canciones tampoco le faltaban. En “Slaves & bulldozers” rebosan energía, y “Jesus Christ Pose” es un huracán en el que el vocalista lleva sus facultades hasta el límite. El disco va como un tiro y es casi imposible mantener el nivel, por lo que “Face pollution” —que está algo por debajo, aunque me encante su latigazo punk-rock— nos sirve casi como un pequeño paréntesis, antes de que “Somewhere” retome la línea de excelencia del inicial póker de temazos y “Searching with my good eye closed” nos seduzca con sus seis minutos que van de más a mucho más: tras una introducción prolongada, se desliza una canción en la que Chris se permite el lujo de dejar de exigirle el máximo a sus cuerdas vocales. Una canción sobresaliente, se mire por donde se mire.

En algún momento hay que detenerse en la figura de Kim Thayil y, miren por donde, va a ser ahora. El guitarrista, que nunca ha negado sus influencias —además, de Sabbath, el nombre de Led Zeppelin siempre ha estado ahí—, consigue dar forma a un estilo propio y se presenta, a estas alturas de su carrera, como una máquina de escupir riffs sobre los que se construyen unas melodías que, aunque algunas veces no le hacen ascos al punk o a sonidos experimentales,  en su mayoría se emparentan con sonidos mucho más cercanos al metal. “Room for a thousand years” es otra de esas canciones que van directas al estómago, en la que destaca el gran trabajo de la sección rítimica, en especial de un Cameron espectacular,  mientras que “Mind riot”, con su ligero aire psicodélico y su aparente tranquilidad, se sale del camino trazado por el que se mueve Badmotorfinger. Quizá por eso sus efectos no son tan instantáneos, pero, créanme, está entre lo mejor del disco.

En el tramo final vuelven a subir la velocidad de las operaciones con la divertida “Drawning flies”, poco más de dos minutos en los que se sueltan el pelo y nos recuerdan que no solo viven de ritmos pesados. Y se agradece el respiro antes de las dos últimas e intensas canciones. Primero, “Holy water” nos devuelve al sonido que marca el conjunto del disco. Se trata de  una de las canciones que le pondría a alguien que se tuviera que hacer a la idea, en unos pocos minutos, de los derroteros que seguían los Soundgarden del 91. Por último, “New damage” es una despedida a lo grande. Si “Rusty Cage” era una perfecta puesta en acción, este es un broche inmejorable. De nuevo los ritmos lentos y cargados creando atmósferas, y otra vez los grandes nombres recurrentes, los clásicos, pasan por nuestra cabeza. Sin embargo, más allá de influencias, Soundgarden le habían dado forma a una obra en la que daban varios pasos adelante y con la que mostraban que estaban cargados de personalidad.

 

Un paso más hacia las masas

La producción corrió a cargo de Terry Date, que le dio a estas canciones lo que pedían, lo que necesitaban; no se le puede poner ninguna pega a su trabajo. Con estos mimbres, A&M puso el disco en las tiendas, curiosamente, el mismo día que Nevermind. Comercialmente, también supuso un salto para la banda, aunque mucho menor que el de sus vecinos, claro está. Comparado con el éxito de Nirvana o de Pearl Jam con Ten, aquel mismo año, lo de Badmotorfinger se queda muy lejos. Lo cierto es que, aunque el mercado nos da sorpresas, en este álbum no había canciones con el gancho comercial que tenía el segundo disco de Nirvana o el debut de los de Eddie Vedder. De todas formas, el tercero de Soundgarden, se vendió mucho mejor que sus dos obras anteriores, les llevó a grandes recintos embarcados en la gira en la que Guns N’ Roses presentaban Use your illusion e incluso les llevó a los Premios Grammy, al ser nominados en la categoría de metal, por cierto.

El paso hacia lo masivo, no obstante, lo darían tres años más tarde con Superunknown, con el que llegaron al número uno. Allí, en su cuarto disco, dieron forma a otra extraordinaria colección de canciones en las que, a todas las virtudes ya conocidas, añadían otras que les acercaban a los gustos de públicos más numerosos. Y es aquí donde conectamos con las primeras líneas de este artículo, a lo importante que fue para ellos el año 91 y la publicación de un disco como el de Temple of the Dog. Allí había canciones como  “Say hello 2 heaven” o “Hunger strike”, con mucho más potencial comercial que todo lo que había firmado Cornell hasta ese momento. Algunas de aquellas vías las exploró en Superunknown y el resultado fue difícilmente mejorable. La evolución lógica de un grupo que había firmado dos obras para el recuerdo. Sus dos  mejores discos.

Nada de lo que hicieron posteriormente superó la cima creativa alcanzada en el periodo que fue del 91 al 94. Tampoco Cornell, en otras aventuras, pudo siquiera acercarse a aquellos logros. Pero lo que nadie le va poder quitar es que la suya fue la voz con más poderío de una generación irrepetible.

Anterior entrega de Treinta aniversario: Badndwagonesque (1991), de Teenage Fanclub.

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