D.F.F.D. (2001): el certero regreso de The Dictators

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VEINTE ANIVERSARIO

«El disco suena como un cañón y las canciones están a la altura de su repertorio»

 

The Dictators
D.F.F.D.
DICTATORS MULTIMEDIA, 2001


Fernando Ballesteros recupera el disco con el que regresaron los Dictators hace justo veinte años. La ocasión perfecta para repasar su carrera y llegar hasta el presente de una banda con idas y venidas, pero de culto creciente.

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Las cosas claras desde el comienzo. Me apetecía escribir sobre D.F.F.D., el disco de regreso de The Dictators, para meterme de lleno en toda su obra  y reflexionar un poco sobre ellos. Y hablar de los Dictators es preguntarse por los motivos que impidieron un mayor reconocimiento en su primera etapa. Las respuestas son muchas y ninguna definitiva. Ellos llegaron antes y quizá esa fuera una de las razones. En marzo de 1975 se publicaba The Dictators go girl crazy, faltaba más de un año para que debutaran los Ramones. Adelantarse en el tiempo, aunque sea solo unos meses, puede cambiarlo todo. En esa línea se ha expresado, en más de una ocasión, Steve Van Zandt, uno de sus grandes fans, que los sitúa como el eslabón entre la era previa al punk, con los MC5 y los Stooges a la cabeza, y la escena que iba a tener como epicentro, el CBGB. Estar ahí, en medio, fue todo un hándicap.

El vocalista del grupo, Handsome Dick Manitoba, coincide en que tendieron ese puente porque, cuando comenzaron, los New York Dolls estaban tocando a su fin, Iggy  se encontraba fuera de circulación por las drogas y ellos llenaron un hueco con sus múltiples influencias y un sonido que no era propiamente punk. Lo eran en actitud, eso sí. En cualquier caso, las pocas ventas de su puesta de largo hizo que Epic les expulsase del sello. Aquel disco tenía un poco de todo y esa indefinición también jugó en su contra. “The next big thing” o “Weekend” convivían con canciones lentas como “Teen generate”, o versiones como “California sun” aquí también llegaron antes que los Ramones o el “I got you babe” de Sonny and Cher. Los Dictators eran un cuarteto en el que Manitoba aún era amigo, roadie y el «arma secreta» del bajista Andy Shernoff, los guitarristas Ross the Boss y Scott «Top Ten» Kempner y el batería Stu Boy King.

Su segundo trabajo, Manifest destiny, tampoco  ayudó a desterrar el fantasma de la indefinición.  Algunas canciones están más orientadas al pop, le hacen guiños al hardrock e introducen los teclados como parte importante en el sonido del grupo. Antes de editar aquellos temas con Asylum, el grupo estuvo cerca de dejarlo, pero siguieron y lo hicieron  con Andy cambiando el bajo por las teclas y Mark «animal» Mendoza ocupándose de las cuatro cuerdas. A pesar de todos los problemas, allí había buenas canciones y ciertos aspectos que marcaban el camino de la gran obra de su etapa setentera, un discazo como Bloodbrothers. 

Para ese tercer trabajo, Andy recupera el bajo y Mendoza sale de la banda, incorporándose poco después a los Twisted Sister. “No tomorrow”, “Baby let´s twist”, “Stay with me”… Mires por donde mires, estamos ante una maravilla de elepé, desde el «one, two, three» con el que Bruce Springsteen abre Faster and louder hasta la final “Slow death” de los Flamin Groovies.  Grande, muy grande. Pero cuando por fin habían grabado una colección de canciones que podía hacer  justicia al grupo, llegó el final. O un paréntesis tan prolongado que pareció serlo.

 

Un final anticipado

Los Dictators no se tomaban nada en serio, tampoco a ellos mismos. Su sentido del humor, que no era, para entendernos, lo que se conoce como humor inteligente, no le sentó bien a todo el mundo, por decirlo de una manera suave. Aquella parte de su carrera la cerraron con un directo que vio la luz después de su separación. Su título, Fuck ‘em if they can’t take a joke, resumía bastante bien el sentir del grupo, tras todo lo que les había ocurrido y el éxito que se les había resistido en sus tres trabajos de estudio. Después, cada uno tomó su camino. Top Ten siguió con Del Lords; Manitoba, entre otros quehaceres, condujo un taxi por las calles de NYC; Ross the Boss se lanzó a darle muerte al falso metal con los Manowar y Andy tocó con Fleshtones, produjo a otros, trabajó con los Ramones y  se convirtió en todo un experto en vinos.

Es un hecho, y ahí comenzábamos, que la crónica de la escena neoyorquina de los setenta no les ha concedido a los del Bronx todo el espacio que merecían. Un libro como Por favor mátame, que supongo que todos ustedes han devorado, hacía algo de justicia a un grupo que está detrás de la utilización de la palabra punk para definir toda aquella explosión que primero sonó en su ciudad y más tarde en todo el mundo. En 1975 John Holmstrom, Ged Dunn y Legs NcNeil fundaron la revista Punk en la que daban cobertura a todas aquellas bandas. Aunque Lester Bangs ya había utilizado la palabra en 1971, la revista homónima lo usó para llamar a aquel estilo de música, moda y, en definitiva, de hacer las cosas. Como reconocía el propio NcNeil, ¿saben para qué fundaron aquella publicación? Pues para entrevistar a los Dictators, de los que eran unos declarados fans. Ya lo he dicho, no utilizaré más palabras para justificar la importancia histórica de Manitoba y los suyos en la explosión punk neoyorquina.

Sucede que la vida, a veces, da segundas oportunidades, y la de los Dictators ha conocido sus mejores momentos en España. Ellos, en realidad, nunca se fueron del todo. Cuando llevaban más tiempo sin dar señales de vida, llegó el que podía haber sido su disco de vuelta. Lo que ocurre es que no fue con la marca original, sino la de Manitoba´s Wild Kingdom la que firmó un muy buen disco en 1990, titulado And you? Al carismático cantante le acompañaban en esta aventura Ross the Boss, Top Ten, JP Patterson y Andy, que se encargaba de las labores de composición de los temas allí incluidos. Para la ocasión, recuperan “New York New York” e incorporan canciones que ya no faltarán en los conciertos de Dictators, como el himno “The party starts now”. El elepé es, en su segunda parte, lo más heavy que habían grabado. Vamos, que Ross the Boss, que venía de fundar y triunfar con Manowar, pudo dar rienda suelta a sus pulsiones metaleras.

 

La segunda vida de The Dictators

Manitoba’s Wild Kingdom eran, en definitva, los Dictators, y su irrupción fue uno de los vehículos que hizo posible la posterior aparición de la banda madre en los  escenarios españoles. En los noventa comenzaron a hacer giras por salas en nuestro país y encontraron una respuesta que se fue haciendo más notable en cada visita. A ese culto creciente contribuyó el tributo que hizo posible el empeño y la impagable labor de Kike Turmix: una colección de versiones a cargo de nombres consagrados como Fleshtones, los Nomads o realidades emergentes de la que iba a ser inminente invasión escandinava, como Turbonegro o Hellacopters.

Por aquel entonces, en 1996, los clásicos eran más que suficientes para vivir auténticas celebraciones de rock and roll, pero la aparición de alguna canción nueva en el setlist, el buen momento de forma que acreditaban y la sensación de que no habían dicho su última palabra, calentaron el ambiente que alimentaba  la posibilidad de disfrutar de nuevo material en estudio. Y este terminó llegando y fue un auténtico lujo.

 

 

D.F.F.D. es un gran elepé. Desde el riff de sirena que abre el trabajo y hasta el último segundo, los Dictadores demuestran que su segunda parte sí era buena. “Who will save rock and roll” nacía con vocación de clásico del grupo, algo que en un grupo como este se demuestra sobre las tablas y con la reacción de un público que enloquecía con la canción. “I am right” les muestra en su vena más burra, la que les emparenta con las canciones más duras del disco de Manitoba’s Wild Kingdom, mientras que “Pussy and money”, chulesca, vuelve a rescatar uno de esos estribillos suyos que tanto nos gusta corear.

La rítmica “The moronic inferno”, con guiñito incluido a los Beach Boys, no baja el nivel pero se convierte en una especie de transición a un trío de títulos, con coros pegadizos que explora ese lado pop que siempre han tenido los Dictators. Esa es la línea en la que se mueven “It´s allright”,  “Savage beat” y, sobre todo, “What’s up with that”. Casi se impone,  a estas alturas,  que “In a presence of a new God” les vuelva a llevar por la senda más airada.

La instrumental “Channel surfing” seduce con su vibrante surf y esos toques western que adornan la canción. Una muestra más de que el disco no va a bajar en ningún momento del notable. Y para refrendarlo, la traca final. “Avenue A” es otra canción de esas que bordan los Dictators, melódica, pegadiza, una nueva  crónica neoyorquina en cuyo texto dejan claro que no les gustaba nada en lo que ya estaba convirtiendo la ciudad. “Jim Gordon Blues” es la más lenta del disco, una historia truculenta que, en lo musical, relaja el ambiente antes de volver a pisar el acelerador en “Burn, baby, burn”, la pieza ideal para terminar el disco, gritando y dejándonos la garganta. Vamos, lo que piden la mayoría de los temas de Dictators. Una fiesta.

 

 

El disco suena como un cañón y las canciones están a la altura de su repertorio y preparadas para enriquecerlo. Se habían tomado su tiempo, no ya desde el año 78, sino desde que comenzaron a grabar a finales de la década de los noventa. Toda la dedicación que pusieron se ve reflejada en aquellos surcos. Shernoff, que demostraba vivir un buen momento de inspiración, tras la salida del álbum anunció que, probablemente, se trataba del último con nuevo material del grupo. Decía que cada vez le costaba más componer canciones de rock. Quién lo diría escuchando esta remesa.

Su popularidad por aquí se reforzó con este disco, y ocuparon lugares destacados en los carteles de festivales importantes, como Azkena o el Serie Z, en los que desplegaron todo su poderío ante miles de personas. Tal vez merecieron más reconocimiento, antes y en más lugares del mundo, pero aquello fue lo más cerca que estuvieron del éxito que siempre merecieron. Al menos, en nuestro país.

Hubo conciertos en los años posteriores a D.F.F.D., pero también golosinas discográficas. En 2005 editaban el directo Viva Dictators y en 2007 veía la luz Every day is saturday, un disco en el que Andy puso todo su cariño para recopilar rarezas, demos y alguna que otra canción que no había salido en ningún disco. Un festín para los fans que nos permitía recuperar, además, temas como “16 forever” o  “Loyola”, que pese a no haber aparecido en ninguno de sus elepés de estudio son muy populares entre la parroquia del grupo.

 

 

Hace más de una década que nos visitaron por última vez. En los últimos años lo que ha pisado las salas españolas ha sido una versión del grupo, sin Andy, rebautizada como The Dictators NYC. Y así estábamos hasta que, el pasado mes de abril, la banda, con Shernoff pero esta vez sin Manitoba ni Top Ten —diagnosticado de demencia—, lanzaba dos nuevas canciones: “God Damn New York” y “Let´s get the band back together”. Y prometía más. ¿Habrá nuevo disco y gira? Si eso ocurre, olvidaré las bajas y que las grandes noches de hace  décadas ya no volverán, para recordar todos aquellos conciertos que se convertían en fiestas. Siempre merece la pena rendirle pleitesía a una pequeña leyenda, la de los Dictators, tan especial, tan contradictoria y paradójica que protagonizó uno de los mejores regresos del rock and roll con D.F.F.D. Y lo curioso es que lo hicieron sin haberse ido.

Anterior entrega: White blood cells, de White Stripes.

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