Cuando Robbie Robertson y The Band fueron hermanos

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COMBUSTIONES

«Tiene que quemar hasta la última gota de resistencia lidiar con unos socios ciegos de alcohol y drogas a todas horas»

 

Al hilo del documental sobre los legendarios miembros de The Band, Julio Valdeón reflexiona sobre la figura de Robbie Robertson y el camino abrupto que recorrió con el grupo.

 

Una columna de JULIO VALDEÓN.

 

La historia de Robbie Robertson, que para sus (inencontrables) seguidores resultaría tan reconfortante, pasará a la historia por unas canciones monumentales y unas historias chungas de celos, deslealtad y dinero. Digamos que sus excompañeros en The Band lo tenían por un caradura. Un listo pico de oro, que aprovechó el trabajo conjunto para arramplar con las canciones y sus regalías. Tampoco perdonaron que pusiera punto final al grupo. Por mucho que The last waltz, el concierto y a la vez despedida, haya cimentado su estatura hasta niveles merecidamente estratosféricos. Lo dice Bruce Springsteen en el documental que Robertson acaba de estrenar en Toronto. Con cualquiera de los tres vocalistas de The Band podrías haber montado un grupo histórico. Pero disponer de tres, y de ese nivel… Qué barbaridad. Y estaba Robbie. Que tocaba la guitarra con cristalina precisión de cirujano y escribía como los ángeles.

Hubo un intento de reconciliación en 2012. Pero para cuando viajó hasta el lecho de su camarada y némesis, Levon Helm, el batería, enfermo de cáncer, yacía inconsciente. En 1999 había muerto Rick Danko. En 1986 Richard Manuel se ahorcó de madrugada, durante una gira con Helm y Danko en la renacida The Band, en el baño de su habitación de hotel, a pocos metros de donde dormía su mujer. Aquel regreso del grupo fue, seamos piadosos, poco lucido. Claro que tampoco la época, el contexto, eran los más cómodos para su música. Veinte años después serían venerados por los artistas mil y un discípulos, empapados de americana y country de Brooklyn a East Nashville, de Nueva Orleans a L.A., de Austin a Canadá y Australia. Pero los ochenta fueron malos tiempos para la coplas y palos de raíz. Robertson, que aspiraba hacer carrera de actor y enamorar a la Ingrid Bergman de Casablanca.

Según todos los que han podido verlo, Once were brothers: Robbie Robertson and The Band, el documental que pone en imágenes el libro de memorias de 2017, es un testimonio de parte en el que reivindica su versión de los hechos. Hace bien. Por mucho que duelan las peleas con Helm y Cía., nadie puede negar que buena parte del cancionero inolvidable fue suyo. Y tiene que quemar hasta la última gota de resistencia lidiar con unos socios ciegos de alcohol y drogas a todas horas.

Por supuesto que sin ellos nada fue igual. A sus discos en solitario, incluidos los adelantos del último, les falta pellizco, duende, sabor. Pero a ver quién es el guapo que discute la majestad de The weight o The night they drove Old Dixie down, sus solos de acero colado junto al Bob Dylan del 66 y el 74, las sesiones en Big Pink o las bandas sonoras que ha cocinado. Eligió sobrevivir y trabajar con Martin Scorsese antes que arder de mala manera en una gira infecta en un hotel de mala muerte. No le culpo. 

Anterior entrega de Combustiones: El pan de los poetas y los vampiros digitales.

 

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