“Cómo acabar con la contracultura”, de Jordi Costa

Autor:

LIBROS

“Rico en sugerencias, el libro es una elegía y una memoria sentimental”

 

como-acabar-con-la-contracultura-28-09-18

Jordi Costa
“Cómo acabar con la contracultura”
TAURUS

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Parece bien asentada en nuestros días la edición de libros que abordan lo que se ha llamado underground o contracultura, dentro de esa década informe y productiva que fueron los setenta. Revistas, cómics, bandas… son revisadas y reeditadas con el afán de poner orden en una escena que fue por naturaleza caótica y poco dada a preservar sus logros. O simplemente no los pudo preservar.

El caso que nos ocupa es especial, puesto que el barcelonés Jordi Costa es de por sí un buen conocedor de lo que se mueve en los márgenes de la pesada losa de la cultura oficial, tanto por ser considerado experimental como por ser deplorable, así que ha de ser encauzado para fijarse al paisaje cultural en el que todos estamos sujetos. Y su tesis tiene que ver precisamente con esto, con la idea de que el poder ha fagocitado cualquier estructura que se enfrente a él desde el cinismo o la ironía, hasta integrarla en la oficialidad de lo que procede. Ayudado por los artistas, en muchos casos. El salto que da Mariscal desde Los Garriris hasta Cobi resulta significativo. Un Cobi que, no lo olvidemos, recibió críticas hasta la extenuación cuando fue presentado, pero que ha acabado siendo un tierno icono nostálgico.

Parece quedar bastante claro en el libro que el epicentro de todo se sitúa en Sevilla, como también proclama “Blues de la frontera”, el libro sobre Pata Negra de Marcos Gendre. Cuando aún en Madrid y Barcelona no habían salido de unas músicas reflexivas y autoindulgentes, la capital del sur se empapaba de soldados americanos, jóvenes con fuerte sustrato musical, entrada cercana de sustancias que afinaban los sentidos y escondidas cuevas de pellizcos flamencos. El ir picando de una música y otra sin prejuicio suele converger en experimentos o pesados o maravillosos. Y en Sevilla supieron encajar la mezcla perfecta entre locura, folclore de la aldea global y peso de la historia propia.

Hay mucho más, desde luego. El año 80 en que con Almodóvar salieron a la luz una serie de transgresiones que habían estado al margen para un espectador genérico. Y con él, el cine ignoto de finales de los 70, películas falleras sobre San Vicente Ferrer, Alicia en la España de las maravillas, Zulueta y las Vainica como antítesis de Valerio Lazarov. Y cómic —o cómix—, cuya heterodoxia alternativa coincide con un viaje de Chumy Chúmez a California en el que conoce a Robert Crumb, con el rrollo y con fallidas revistas de cómic. Y la familia Vallejo-Nájera como desplegadora de un terror atávico, el padre desde su psiquiatría genocida y el hijo desde su hippismo de opereta italiana.

Rico en sugerencias, el libro es una elegía y una memoria sentimental. Elegía en cuanto atestado de fracaso, de constatación de que aquí en los setenta pasó algo que pudo hacer temblar todo pero que fue neutralizado por la cultura dominante. Y memoria sentimental, en cuanto —como todos los que fuimos niños en esos años— Jordi Costa se enfrentó con algún tebeo fuera de contexto en esos años y así fue centrifugado por un abismo que lustros después aún intenta explicar.

Anterior crítica de libros: “Las infamias de un vizconde y otros cuentos de Buen Humor”, de Enrique Jardiel Poncela.

 

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