“Las infamias de un vizconde y otros cuentos de Buen Humor”, de Enrique Jardiel Poncela

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LIBROS

“Se puede leer como si estuviera escrito ayer, porque Jardiel se adelantó cincuenta años a lo que después se llamo posmodernidad”

 

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Enrique Jardiel Poncela
“Las infamias de un vizconde y otros cuentos de Buen Humor”
ESPUELA DE PLATA/RENACIMIENTO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Como un inmenso mapa que se va coloreando, un nuevo volumen rescata inéditos de esa generación española que hizo del humorismo bandera de vanguardia. En este caso, los inéditos responden a un puñado de artículos que salieron de la pluma de Enrique Jardiel Poncela y que han sido rescatados —como gran parte de su obra— por su nieto, que es quien mantiene el legado activo. Básicamente son textos de su juventud, antes de que sus comedias llegaran a los escenarios, en los que se adivina un talante menos cínico, más infantil, y en los que el desengaño que empapó sus textos posteriores no asoma la nariz.

El grueso de los artículos se extrae de la revista “Buen humor”, que —tachada en tiempos de excesivamente biempensante— se está revelando en estudios recientes como excepcional cantera de los humoristas que después estallaron en la República —Mihura, Neville o Tono compartían páginas con Wenceslao Fernández Florez o Gómez de la Serna— y conformarían, ahora sí, la mítica “La Codorniz”. Su estilo de talante frívolo y decorativo casaba bien con todo el repertorio ambiental que Jardiel se dispone a parodiar.

Por ejemplo, el folletín. La novela corta que da título a la colección supone un excelente aprendizaje que después afinará en su obra narrativa, que se modelará con dardos envenenados contra los géneros populares, no sólo el folletín, también las novelas de Fantomas o las espiritistas. Aunque más que de tramas, Jardiel es escritor de chispazos luminosos que en los textos breves destacan sobremanera; ese guardia de tráfico que asume con profesionalidad una calle sin circulación o el Dios más bíblico que se repantinga en un café —antecedente de “La tournee de Dios”— son más inolvidables que cualquier momento de sus novelas.

En el fondo, el aliento clásico que parodia es el del hombre comido por la fatalidad, un argumento cómico habitual, pero al que envuelve un estilo tan novedoso que aún palpita su frescura. Cada frase enreda símiles, dobles sentidos, equívocos… tan certeros como transparentes. Quitando ciertos anacronismos del contexto, se puede leer como si estuviera escrito ayer, porque Jardiel se adelantó cincuenta años a lo que después se llamo posmodernidad.

Anterior crítica de libros: “Blues de la frontera”, de Marcos Gendre.

 

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