Cigala canta a México, de Diego el Cigala

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DISCOS

«El pellizco no viene por el dolor, sino por la melancolía que supura cuando quiebra la voz»

 

Diego el Cigala
Cigala canta a México
SONY, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es bien sabido que los ritmos de la Península y de la América hispana tienen más germen común de lo que parece. No hay más que leer cualquier texto de Santiago Auserón —El ritmo perdido o Semilla del son, por ejemplo— para convencerse de que antes de que los intercambios sonoros entre los dos continentes germinasen en cantes de ida y vuelta —otro argumento para sopesar la similitud del molde—, las mismas hechuras se estaban dando a ambos lados del Atlántico. El mismo germen africano generó en las dos orillas y trazó nuestra música. Ello explica a la perfección por qué desde presupuestos que parecen lejanos —boleros, rancheras…— el flamenco se siente tan a gusto.

Viene esto a colación de reseñar el último disco de Diego el Cigala, en el que establece su tratamiento para la música mexicana, sobre todo boleros, acompañados por alguna ranchera. De nuevo cabe recordar que, desde diversas perspectivas, la música flamenca los ha hecho suyos desde tiempo atrás. Únicamente cabe citar, por conocido por el gran público, a Bambino, pero en las juergas flamencas siempre se ha cantado “Perfidia” o “Soy lo prohibido”.

También se incluyen en este Canta a México, junto con otras diez en las que la voz de el Cigala toma las hechuras de la música y sabe trasmitir con su voz, de manera natural. No hay cosa más deleznable en la canción sentimental que una voz afectada, edulcorada o melodramática. Aquí, la voz rota del cantaor sabe perfectamente ajustarse con naturalidad a lo que está expresando, y el pellizco no viene por el dolor, sino por la melancolía que supura cuando la quiebra.

Son violines los que acompañan en muchas ocasiones esta voz. En “Somos novios”, los del Mariachi Vargas de Tecalitlan, pero también hay pianos íntimos en “Cenizas” o “Verdad amarga”, o esas trompetas, esencia misma de las rancheras, en “De qué manera te olvido” y “Se me olvido otra vez”. Se apartan de estas tónicas “Perfidia” —en que La Sonora Santanera la acerca a Cuba al crear un entramado de tumbado salsero— y “Si tú me dices ven”, en que aparecen esas guitarras pura esencia de Los Panchos, los que la hicieron célebre. Quizás se desmarca bastante de la coherencia de la obra es “El gato”, una versión de “La gata bajo la lluvia” Rocío Dúrcal, de 1981, que está compuesta por el madrileño Rafael Pérez-Botija, que componía tanto para José José como para Pablo Abraira.

No es una tacha: Diego el Cigala ha conseguido el cénit de todo gran artista, emocionar con cualquier cosa que cante. Ya lo hizo con la universal Lágrimas negras, lo hizo con el cancionero hispanoamericano en su disco de tangos y lo ha vuelto a hacer dedicando toda una colección a México. Seguramente no hay nada en él de impostado, es instintivo y es solera, pero ha aprendido a interpretar siguiendo el pulso justo del corazón dolorido.

Anterior crítica de discos: Punisher, de Phoebe Bridgers.

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