Homenaje a Daniel Zamora

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Homenaje a Daniel Zamora

El pasado 28 de noviembre, Daniel «Pato» Zamora se quitaba la vida. Aunque Dani escribía y la fotografía era algo más que una afición, la historia del rock en español lo recordará por haber sido el bajista de una de las bandas esenciales de los años 90, quizás la más influyente: Los Rodríguez. Para recordar a Dani Zamora, aquí va nuestro modesto homenaje, con textos de los otros tres Rodríguez: Andrés Calamaro, Ariel Rot y Germán Vilella. Incluimos también una singular autobiografía escrita hace un tiempo por el propio Dani.

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EL PATO RECORDADO

Texto: Andrés Calamaro.

Daniel, El Pato, Zamora, oriundo de Palafrugell, consideraba entre sus influencias vitales a Julio Cortazar, Les Luthiers y a los pilares de la cultura catalana: Salvador Dalí, el arquitecto Gaudí y Michael Laudrup (literalmente)… Incluso se sonreía satisfecho si yo me acordaba de enumerarlos en los conciertos.

Pero Daniel era lector patafísico, presumía de coleccionar momentos bizarros que grababa de la TV, y compartía con sus compañeros. Los dos éramos los encargados de amenizar los kilómetros recorridos con VHS jugosos, que incluían pornocracia, la histórica mesa redonda de los Fernandos, cine clásico y música de la buena.

Todos aquellos que siguieron a Dani a través de su página virtual recordarán siempre el picante sentido del humor del Pato, así como su ternura para recordar a sus amigos y a los buenísimos momentos que compartimos en Rodríguez… Músico de talentos varios, completísimo en la guitarra de nylon y virtuoso en el bajo, se puso el uniforme de rockista para tocar rock y, sobra decir que, fue el bajo en nuestras principales giras y grabaciones. En las maneras de vivir, en los rockanrolles de la música y la vida, encontró la pasión, encontró el amor, y también le tocaron cartas (naipes) mal dadas, malos tragos que siempre escondía detrás de un sentido del humor agudo y subersivo.

Voy a recordar a Daniel cada vez que escuche a Frank Sinatra, siempre voy a recordar sus preferidas: «Second time around», «Cycles», «Call me»… También guardo una seleccion de contenidos visuales varios que me regaló para un cumpleaños en forma de «delux VHS box».

Trágicamente se enfrentó a los riesgos de amar y algunas de sus heridas nunca se cerraron… No siempre hay premio para los talentosos, no siempre hay trabajo… Y Daniel, hace apenas días… horas… rompió el laberinto anímico y eligió no pertecer más a este mundo. Ya lo extrañamos, lo echamos de menos, a Daniel. Un camarada para cantar y para reír. Nunca pudo sobreponerse a las pérdidas, a las ausencias y a las malas noticias.

Hoy quiero abrazarme con los que quedamos, para recordarlo y brindar, en la distancia, por los tiempos mejores, por los buenos viejos tiempos… Y quizás nos ayude a entenderlo la siguiente frase del rumano Cioran: «Cada vez que el tiempo me martiriza, me digo que uno de los dos va a estallar, que no es posible continuar indefinidamente en ese cruel enfrentamiento». O esta otra, que Daniel habría aceptado también: «Es real todo lo que procede de la emoción o del cinismo. Lo demás es ‘talento'».

Recordemos a Daniel Zamora con una lágrima y una sonrisa, ¡¡que se lo merece!!

 

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TAN SOLOS

Texto: Ariel Rot.

Dani Zamora, el Pato, my friend, ya no tenía problemas de salud. Se había recuperado heroicamente de un cáncer y se sentía orgulloso de su fortaleza física (y sexual) y de haberle ganado la batalla a ese enemigo que se había instalado sin permiso en su cuerpo.

El problema de Zamora era otro, exceso de conciencia y lucidez, sensibilidad extrema, incapacidad para el engaño y sobre todo para el autoengaño.

Zamora veía el mundo tal cual es, sin anestesia ni cristales deformantes (en quince años nunca lo vi drogarse ni medicarse), un lugar de mierda habitado por zafios, payasos y cretinos; y la vida, un viaje en el que en el mejor de los casos podías morir de una manera rápida y poco dolorosa. Su visión certera y ácida de la realidad asustaba, la visión de uno mismo bajo la mirada de Zamora asustaba, por eso no tenía muchos amigos ni compañeros de viaje. A veces no era cómodo estar con Zamora pero seguramente mucho mas incomodo era ser Zamora.

En los últimos años mantuve una relación intensa con Dani, disfrutaba de sus mails psicotrópicos, sus maravillosas creaciones, libros, cómix, viñetas, canciones, agudos comentarios o simples conversaciones telefónicas. A veces cuando venía a Madrid se quedaba en casa hasta muy tarde, incluso a dormir. Cargaba con su guitarra con cuerdas de nylon (odiaba las de  metal) y tocaba de una manera única versiones de Sinatra orquestadas en seis cuerdas por él. Me quedaba embobado escuchándolo y me hacía sentir un niño de pecho al lado de su complejidad armónica y altísimo nivel musical.

Zamora muchas veces se iba, desaparecía, tocaba fondo y volvía con fuerzas para tirar un poco más.

Esta vez no, esta vez no va a volver y para mí desde hace cuatro días el mundo es un lugar más frío, más absurdo, más cabrón y sobre todo más solitario.

Te voy a extrañar mucho, amigo, de verdad, ya sabes que a ti no puedo mentirte.

 

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NOS VEMOS, PATO

Texto: Germán Vilella.

Querido compañero, hasta pronto.

El tiempo pasa rápido y antes de darnos cuenta haremos con Guille ese trío que nos propusiste hacer hace un par de años. En el Mas Allá no habrán mánagers ni discográficos/editores ni ninguno de los otros muros contra los que se estrelló tu Talento. Seguro que ya estáis componiendo y, a lo mejor, ya tenéis cantante… Uno de vuestra edad… 42… Elvis Presley. La Tierra, la Humanidad no os merece.

Respeto mucho tu decisión. Se dice que lo peor es para el que se queda y no para el que se va. Lo creo. Sin embargo, yo soy una persona mucho más rica de lo que sería sin haberte conocido, ya que en mi memoria hay un espacio muy grande que tú llenas con tu sabiduría y tu manera crítica de ver las cosas. Usando un argentinismo, como a ti siempre te ha gustado hacer, te digo, «Qué bueno que viniste!». Nos vemos, Pato. Ahora sí que vuelas alto.

 

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ALGO MÁS QUE EL QUINTO RODRÍGUEZ

Texto: Juan Puchades.

Das una vuelta por Internet para leer sobre la muerte de Daniel Zamora y, entre una buena colección de lugares comunes y desinformación variada, hay quienes lo definen como el bajista «del mítico grupo Los Rodríguez». Me quedo con esa frase. Totalmente cierta. Aunque los principales integrantes del grupo, intuyo, no se dieron cuenta de la verdadera dimensión de la banda que habían liderado hasta que era demasiado tarde. Hasta que ésta ya no existía. Pero Dani Zamora, me temo, siempre lo supo. Quizás porque miraba desde un lado, desde el margen exterior de la foto. Así tuvo la perspectiva de ver lo que otros no vieron: Que aquello era algo grande (quizás por ello siempre viajaba con una cámara de fotos, como queriendo dejar testimonio de lo que estaba vedado a ojos ajenos, no a los suyos). Algo demasiado grande para ser entendido en un país tan cainita para el rock and roll como España. Demasiado bueno para apreciarlo en tiempo real. Tal vez por todo ello, Dani fue quien peor llevo el fin: Si has tocado junto a sus majestades Ariel Rot y Andrés Calamaro en compañía de dos portentosos e ilustres guardias de asalto como Julián Infante y Germán Vilella, al servicio de la mejor colección de canciones que dio el rock en castellano de los años 90, tu bajo no se lo puedes prestar a cualquiera. Y con razón.

Pero la razón suele estar reñida con la realidad. Y cuando Dani tropezó con la realidad quiso refugiarse en la razón. Aparcó el bajo y trató de cambiar de oficio, escribió un par de libros echando mano de su talento para el humor, recuperó su colección de fotos para otro en el que recordó la historia de la mayor aventura musical en la que se vio envuelto e, incluso, durante un tiempo acarició la idea de completar ese volumen con una historia de Los Rodríguez contada de primera mano.

Pero los tropezones se sucedieron: Un cáncer en mala hora, el retiro obligatorio, la dificultad para reengancharse con las cuatro cuerdas de manera profesional lejos del epicentro musical, desencuentros personales… Hasta que el 28 de noviembre Dani debió hartarse de todo y acabó con su vida. Es una salida cuando las cosas se ponen demasiado cuesta arriba.

Ahora es fácil decir que el Pato Zamora era un enorme bajista, con la pulsación exacta que necesitaban esos Rodríguez que adoraban el rock tanto como amaban la música popular y la fusión de ritmos. Pero es que es cierto y, afortunadamente, él pudo saberse reconocido en vida por sus compañeros de grupo, por los fans y por la prensa. Suyo es el puesto, para siempre, de «quinto Rodríguez». El bajista que no salía en las fotos y que se vengó fotografiando a los protagonistas principales hasta en el baño (tal cual).

Todo es cierto. Dani fue el bajista que, desde Sin documentos (aunque ya había estado en directo ocupando esa posición que nunca se terminaba de cubrir), siempre siguió con paso firme las ideas que manejaban Calamaro y Rot, fue versátil y apoyó un sonido nacido para ser grande. Para hacer historia, para cambiarla, para abrir un nuevo capítulo de ella. Y él supo estar ahí, con su cara de bajista concentrado sobre las tablas, y de niño malo al bajar del escenario.

Después de una muerte, quedan los recuerdos. En el caso de Dani, también quedan los discos, los textos y las fotos.

Ahora mismo, de fondo, en el lector de CDs suena Sin documentos. Julián Infante y Dani Zamora siguen vivos.

 

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AUTOBIOGRAFÍA DE DANIEL ZAMORA

Extraída de www.danielzamora.com

Nací en PALAFRUGELL  (Girona), enclave surrealista por excelencia, el 24 de julio de 1965. Mi papá no se cansa de contar que una noche del año 1969 me encontró a altas horas de la madrugada tocando su armónica en la oscuridad de mi habitación, episodio que indicaba de forma clara que las cosas no marchaban demasiado bien. Añádase a esto que tuve la desgracia de tener un hermano 9 años mayor que yo, lo que significa que desde 1970 escuché a diario la música de Hendrix, Yes, James Brown, Emerson, Lake&Palmer, King Krimson, Led Zeppelin, Rolling Stones y los Deep Purple de esa bestia galáctica llamada Glenn Hughes.

En un primer momento me incliné por emular los redobles de batería de Ian Paice en el sofá de casa con una par de baquetas caseras, pero debido al vertiginoso grado de sofisticación que estaba alcanzando, poco tiempo después deseché  la vulgar pretensión de ser baterista y encaucé mi talento hacia la síntesis conceptual que supone ser bajista: los bajistas somos anfibios que fluctuamos entre dos mundos, el del ritmo y el de la armonía, y con esa masculina elegancia que nos caracteriza, nos encargamos de gestionar la furia cromañónica de esos tipos rudimentarios que aporrean las baterías y el lamentable amaneramiento ególatra que exhiben la mayoría de guitarristas y teclistas. Tal cosa sucedió en la primavera de 1976, cuando escuché el bajo que Hughes tocaba en «You keep on moving». Este decisivo acontecimiento está bien documentado en mi libro de relatos cortos CUENTOS IMPRESENTABLES.

Empecé a tocar las líneas de bajo de Machine Head, Come taste the band, Burn, etc, con una guitarra española que amplificaba con un micro conectado a un magnétofono, no siendo hasta marzo del 80 cuando por 35.000 pelas me compré mi primer bajo y mi primer equipo, un delfos electra-jazz y un paquidérmico music-son, y para disgusto de mis padres y vecinos me dediqué a tocar el bajo durante 25 horas diarias. El dudoso premio a tal dedicación fue formar parte a los 15 añitos de las más prestigiosas agrupaciones musicales de Palafrugell, mientras que con el mismo ímpetu dilapidaba una parte muy importante de mis recursos energéticos a través de furiosos episodios onanistas con las primeras fulanas que aparecían en bolas en la revista Interviú. Quiero aprovechar la ocasión para enviar una amplia gama de tocamientos exhaustivos a mi icoño (1) sexual del momento, la imponente Agata Liss.

De 1981 a 1983 estudié bajo eléctico y armonía en la academia Zeleste de Barcelona. En 1983 me fui a Madrid a ver qué cosas pasaban por allí, y a los pocos meses, a través de un anuncio en el periódico segunda mano empecé a tocar con Prisma, una banda cuyas principales influencias eran Van Halen, Toto y Rush. El tipo de la batería resultó ser Germán Vilella. En el verano del 85 lo dejamos para atender  la llamada del Glorioso Ejército Español, y un año después volví al mundo civil y me puse a dar clases de bajo eléctrico en el Rockservatorio, una academia dirigida por Hermes Calabria, el baterista de Barón Rojo (por cierto, para promocionar la academia grabamos un disco… ¿alguien me puede conseguir una copia?) Grabé un disco de latin-fussion que jamás llegué a escuchar con Walter Banegas, quien fuera teclista de Asfalto. Me puse a tocar con el gran José Luis Deckler en su mítica y desconocidísima formación de jazz-rock P.I.S (Proceso de Investigación de Sonido) junto a Cacho Casal a la batería, mientras estudiaba guitarra de jazz y armonía en el Ateneo Musical que dirige ese cachondo genial que es FÉLIX SANTOS. A finales de los 80, aprovechando la euforia de las recién creadas televisiones privadas, me tiré 3 años viviendo a base de hacer play-backs con multitud de artistas, la mayoría de los cuales no voy a citar por que me da mucha vergüenza… A pesar de todo, reconozco que fue divertido salir en la tele con Rod Stewart, Al Jarreau, Zucchero… Raphael, Massiel, Romina y Al Bano, Bertín Osborne y/o aquellos sujetos de la infame canción del “tractor amarillo”. Obran en mi poder muchos de esos videos, que naturalmente estoy dispuesto a vender al mejor postor (2).

En mayo del 91 Germán me llamó y me dijo que LOS RODRÍGUEZ se habían quedado sin bajista y que me pasara por los locales de la calle Tablada a ver si llegábamos a un acuerdo. Increíblemente llegamos a un acuerdo y ya a finales de mes estábamos actuando por Galicia. En total calculo que ese verano realizamos unos 50 shows, presentando BUENA SUERTE –¿cómo pudieron grabar los muchachos un disco tan acojonante sin mí?– y completando el repertorio con algunos clásicos de Tequila y Moris. En noviembre me fui a tocar con Alejandro Sanz por una serie de motivos que no me da la gana explicar –Ariel sólo cuenta una parte de la verdad en ese libelo vergonzante titulado Sin vuelta atrás–, y en verano del 92 nos volvimos a encontar en Tablada, yo sin Alejandro Sanz y los muchachos sin Candy Abelló, así que nada, otra vez juntos de nuevo mientras iniciábamos los ensayos para la grabación de las demos de SIN DOCUMENTOS, álbum que vería la luz en la primavera de 1993. En septiembre de ese año la banda obtuvo su primer número 1, y desde entonces no paramos de recorrer la península y La Argentina cosechando un gran éxito de público y crítica, cosa por otra parte muy lógica y comprensible. Antes de empezar la gira de verano de 1994 volvimos al estudio para registrar las demos de PALABRAS MÁS PALABRAS MENOS, disco que grabamos en la sierra de Ronda en enero de 1995. Mientras se sucedían las giras apoteósicas, participé en un disco de Sergio Makaroff cuyo título no recuerdo en este momento… sí, el de la bicicleta, y también grabé el bajo de “Viridiana”, uno de los cortes del Yo, mí, me, contigo de Joaquín Sabina, justo antes de iniciar junto al ínclito jienense la que sería última gira de Los Rodríguez. En octubre nos encerramos por última vez en el estudio para grabar algunos cortes del HASTA LUEGO, obra póstuma que para regocijo de los compositores de la banda se vendió a patadas.

A finales del 96, ya con el grupo disuelto, me di cuenta que estaba hasta los cojones de los personajillos que uno se encuentra en el mundo de la música profesional. A pesar de ello todavía grabé algunas canciones del disco de debut de Andy Chango –en mi opinión en ese disco se encuentran algunas de mis mejores perfomances– y en el 97-98 hice una gira con Manolo Tena, tras la cual me decidí a descolgarme el bajo por una temporada laaaaarga laaaaarga laaaaarga. Me retiré a mi villa de Formentera a vivir de mis inexistentes rentas y me dió por escribir, y en eso estuve un par de años hasta que en la primavera del 2000 publiqué el  DICCIONARIO PARA EL TERCER MILENIO, obra que catapultó a la fama al Gran Wyoming, un muchacho talentoso a quien creí justo brindar una oportunidad accediendo a sus ruegos para que le permitiera escribir el prólogo de mi libro. Ese mismo año empecé a componer mis primeras canciones y ese hecho, poco a poco, me fue devolviendo las ganas de tocar de nuevo. Luego publiqué el NUEVO DICCIONARIO PARA EL TERCER MILENIO y casi inmediatamente los CUENTOS IMPRESENTABLES, y en julio del 2002 mi ya histórico LOS RODRÍGUEZ DESDE LA COCINA. En septiembre volví a Madrid para, en compañía de ARIEL ROT –en catalán, Ariel Eructo- y Germán “Mike Carrara” Vilella, grabar algunas canciones de Lo siento, Frank. Actualmente se me ha puesto en las pelotas grabar un disco en solitario, por dos motivos fundamentales. Uno, por el reto personal que supone, y dos, por que es verdaderamente notable la guita que te levantas si eres el compositor de un disco que más o menos funciona. Así que nada, intentaré grabarlo cuanto antes, y ya advierto que me quedan pendientes todavía unos cuantos libros, uno de ellos –será el último, lo juro- sobre mis peripecias con Los Rodríguez, esta vez sin fotos pero con un explosivo DVD conformado por las más sórdidas y escalofriantes imágenes filmadas por mi cámara de video (ni de coña os penseis que costará menos de 30 o 40  euros).

(1): icoño: aplícase a la mujer que de forma unánime es considerada por toda una generación de machos como arquetipo modélico por lo que respecta a sus encantos sexuales.

(2): no se examinarán ofertas inferiores a 60.000 euros.

 

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El bajo de Daniel Zamora, puede escucharse en los siguientes discos:

Los Rodríguez:
Sin documentos, 1993.
Palabras más, palabras menos, 1995.
Hasta luego, 1997
Para no olvidar, 2002 (incluye comentarios de Dani a las canciones y los vídeos).

Sergio Makaroff:
Un hombre feo, 1996.

Joaquín Sabina:
Yo, mí, me, contigo, 1996 (junto al resto de Los Rodríguez, toca en el tema «Viridiana»).

Andy Chango:
Andy Chango, 1998.

Ariel Rot:
Lo siento, Frank, 2003.
Etiqueta negra, 2007 (colabora en algunos temas inéditos, en maqueta o junto a The Rota).

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Puedes leer textos de Daniel en los siguientes libros:

Diccionario caca-chondo del tercer mileno, 2000.
Cuentos impresentables, 2002.
Nuevo diccionario para el tercer milenio, 2002.

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Las fotos que Daniel Zamora realizó junto a Los Rodríguez, están recogidas en el libro:
Los Rodríguez desde la cocina, 2002.

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