We, de Arcade Fire

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DISCOS

«Otra colección de canciones memorables, como acostumbran a entregar Arcade Fire, solo que, esta vez, poniendo banda sonora a lo que hemos vivido todos»

 

Arcade Fire
We
COLUMBIA RECORDS, 2022

 

Texto: SARA MORALES.

 

Puede que no hayamos aprendido la lección pero, de momento, los que seguimos, tenemos la obligación moral de celebrar la vida; aunque solo sea –que no es poco– por todos los que la han perdido, aunque solo sea porque somos afortunados de poder contarlo. Ahora, a toro más o menos pasado, y recomponiendo todavía los destrozos de una humanidad herida de muerte por un virus desconocido y atroz, tenemos la suerte de poder sumar a nuestra mochila vital la experiencia de este acontecimiento histórico que asoló la rutina que conocíamos y detuvo el ritmo vertiginoso de una realidad que parecía invencible. Somos vulnerables, lo hemos visto. Somos desdichadamente humanos, con nuestros errores, con nuestros fracasos, con vestigios de un aprendizaje que no terminar de cuajar ni de dar los frutos que debería tras el guantazo, porque nuestra naturaleza es reincidente. Programada para errar una y mil veces, creemos adherirnos al conocimiento de la empírica, pero esta, esta vez, nos dejó fuera de juego y hoy seguimos remendando las piezas de nuestro entendimiento. Con las incógnitas que siempre quedarán abiertas, con el dolor de los que cayeron, pero también con el ímpetu de que en ese reiterar rutinas y comportamientos nuestro, ahora, en cuanto se ha podido, hemos vuelto a abrazar la vida con pasión. Así somos y, en definitiva, es lo único que nos queda. Vivirla.

Y de esto va el nuevo disco de Arcade Fire. Tras cinco años de silencio desde Everything now, en 2017, y con una pandemia de por medio, llega We. Nosotros. Así de sencillo. Claro, no podía ser de otra manera. Un homenaje a los que seguimos habitando el mundo que nos ha quedado, porque solo nosotros podemos recordar a los que se fueron e impedir volver a la espiral de egos e individualismos en la que vivíamos inmersos antes de esta era insólita.

Concebido en los meses más duros del confinamiento, producido por Nigen Godrich junto a los líderes Win Butler y Régine Chassagne, y grabado en lugares como Nueva Orleans, El Paso y Mont Desert Island, este nuevo álbum de los canadienses, el sexto ya, trae todas estas reflexiones a cuestas; por eso, está dividido en dos partes: el antes y el después. El durante y el resultado. Lo que éramos hace tiempo y los que somos ahora, quizá. Un camino catártico y reflexivo de siete canciones que nos llevan de viaje de la oscuridad hacia la luz, del agotamiento humano y la pérdida de horizontes, a los colores de la inercia que conocimos, asumiendo que ya nunca volverá a ser igual, pero que, de cualquier modo, hemos de aprovechar. Seguro que esta es la razón por la que los cinco de Arcade Fire se hayan decidido esta vez por una fórmula que roza el electropop. Sin obviar sus raíces barrocas, profundizando en ellas, como siempre, con la tilde puesta en el costumbrismo indie con el que nacieron, pero ya convertidos en peces gordos del rock alternativo con ademanes arty.

La primera parte del disco atiende claramente al miedo, a la soledad, a la angustia del aislamiento y a la crudeza de unas circunstancias increíbles pero a las que, sin remedio, también llegamos a acostumbrarnos. De ahí “Age of anxiety I”, con ese latido tenebrista e inquietante, solo dulcificado por un piano que acompaña a la voz de Win Butler hablándonos directamente. Un mensaje limpio que va creciendo en instrumentación hasta llegar a un bajo denso y turbador que, antes, se ha dejado brillar en un estribillo hipnótico con destellos resplandecientes. Igual que en “Age of anxiety II (Rabbit hole)”, donde vuelve a recobrar protagonismo el piano aunque, ahora, la voz de Win se entremezcla con la de Régine (abismal en el solo que se marca) para desembocar en una atmósfera espacial donde, por cierto, a todos aquellos que se lo plantearon, decirles que parecen sobrevolar los meteoritos.

La fase cruda del disco llega a su fin con una nana, “End of the empire I-IV”. La ansiedad ha remitido para dar paso al siguiente estado mental: la vuelta a los orígenes, a las necesidades primarias, al hambre de hermandad y al deseo de confraternizar con los nuestros. Eso que nos fue arrebatado y que por su ausencia nos quebró: un abrazo, una mirada, una sonrisa, volver a estar juntos. El individuo, pese a su egocentrismo inherente, está hecho para vivir en comunidad. Y esta canción, este pasaje, tan delicado como revitalizante, invita a ello. Ojalá hayamos aprendido algo.

La segunda parte de We encierra cuatro temas con la mirada puesta en el optimismo, en la alegría de estar vivos, de volver a conectar con nosotros mismos y con los demás. Parece que Arcade Fire continúan confiando en el ser humano. Hay esperanza. Y lo demuestran en “The lighting I y II”, que fue el primer single con el que nos adelantaron este trabajo, y representa un nuevo renacer que va acelerando el ritmo hasta estallar en el alumbramiento de cada uno de nosotros. Como si nos hubiéramos dado a luz a nosotros mismos. Maravilloso.

Continúan con “Unconditional I (Lookout kid)”, elegido como segundo adelanto del disco. Qué cucos, ahora con la totalidad del mismo entre las manos, damos cuenta de que nos presentaron la parte bonita de la historia; pero no importa porque, ahora también, tras la angustiosa tríada inicial, esta segunda parte cobra un valor -y un sentido- todavía mayor. Aquí, en “Unconditional I (Lookout kid)”, reconocemos a los canadienses más folkys. Esos que nos contagiaron hace años con sus muecas americana y para las que siempre tienen un hueco en sus trabajos. En este, es esta canción que se levanta a modo de consejo para las próximas generaciones, arraigado en el amor incondicional a los hijos. El futuro les pertenece, pero es incierto. Por eso, es significativo que el repertorio continúe con “Unconditional II (Race and religion)”. Un tema que vuelve a tambalear nuestras creencias a base de percusiones tribales, el canto femenino de Régine y un dubstep muy sugerente, encarnando un viaje a nuestras raíces y a los principios deontológicos del ser humano, si es que no los hemos perdido ya por el camino.

“We”, la canción que da nombre al disco, es la encargada de cerrarlo. Con una intro pseudo siniestra, que bien podría haber encajado en la primera parte del trabajo, se deja iluminar por las cuerdas de una guitarra. La sencillez chispea en un pasaje de rock con raíces clásicas, pero en manos de una de las grandes bandas contemporáneas, maestra y diestra de la multiinstrumentación. Porque pese a la dureza conceptual en ciertos fragmentos del álbum, que reproducen soberbios en atmósferas y sensaciones, incitan al baile. Y no con desgana, al contrario; con avidez. Con otra colección de canciones memorables, como acostumbran a entregar Arcade Fire, solo que esta vez, poniendo banda sonora a lo que hemos vivido todos. Y seguirán llegando discos hijos de la pandemia para poner sonido a un tiempo sin igual, pero pocos alcanzarán este nivel de epicismo humanista y humanizador.

Anterior crítica de discos: En directo, de Bruno Lomas.

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