Víctor Manuel: «Los Beatles acertaban todo el tiempo, pero no conozco a nadie más que tenga esa llave»

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«Antes había un mercado más “libre”, en el sentido de que alguien en una emisora recibía un disco tuyo y lo ponía porque quería»

 

Al mismo tiempo que se reeditan muchos de sus discos de los setenta, Víctor Manuel regresa a los escenarios con la gira Volver para cantarlo. En esta charla con Carlos H. Vázquez reflexiona sobre el presente, pero también sobre el pasado más remoto.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos en directo: PIXELIN PHOTO.

 

Qué sueño de tormenta la que está cayendo en Madrid. Si uno le echa (bastante) imaginación y cierra los ojos, igual puede creer que está en el norte, pero ni por asomo. No caerá esa breva. Va a haber que conformarse con la lluvia, porque el mar ni está ni se le espera. Y si fuera necesaria una ayuda extra, que cante Víctor Manuel “Marinero”.

Ha sido un año terrible para la música en directo, y ahora que empiezan a volver, llueve. Es el caso de las Noches del Botánico, que arrancó su primera fecha con tormenta. El día que se hace esta entrevista, el cielo está plomizo y nadie sale de casa sin su paraguas. Quedan días hasta la fecha de Víctor Manuel (23 de junio). Antes tiene otra actuación en el Parador de Corias que ya tiene todo vendido. Tras Madrid, el Festival Cruïlla (25 de junio), Onda-Castellón (25 de junio) y Burgos (28 de junio), con las entradas agotadas. Es Víctor Manuel un hombre ocupado que ha pasado la pandemia con la guitarra cogiendo polvo y cocinando mucho para matar el aburrimiento, tan necesario como el orden en la estantería de los vinilos, colección que aumentará con la reedición, por parte de Universal, de su discografía de los años setenta: Víctor Manuel, Dame la mano, Verde, Todos tenemos un precio, Cómicos, En directo y 10. Se avecinan precipitaciones. A resguardo con un café no hay gota que cale los huesos.

 

Durante la pandemia te dio por ordenar todo. Curioso, cuanto menos, ya que tu último trabajo de estudio se titula Casi nada está en su sitio.
Traté de poner por lo menos la casa en su sitio. Cuando vives muchos años en la misma casa, y nosotros llevamos ahí ya cuarenta y cinco años, acabas acumulando ya no lo tuyo, sino lo que van abandonando los hijos y traen a casa, y hay un momento que no encuentras nada. Entonces me dediqué a ordenar. Empecé por los discos, por tenerlo todo clasificado en el ordenador. Pero lo que me pasa ahora es que en vez de buscar un disco pongo Spotify, que es comodísimo, evidentemente. Siempre pienso que para qué querría yo tantos discos en casa si ya están todos en Spotify, aunque nunca he tirado nada, salvo alguna cosa que no me interesaba. Mi hijo me vio tan alterado con el orden, que me dijo: «Ten cuidado, que igual acabas antes que de que termine la pandemia». Y, efectivamente, acabé mucho antes.

 

¿Qué criterio utilizas para ordenar los vinilos?
Los vinilos los tengo casi por décadas. Tengo música americana, música francesa, música italiana, pop… Es básicamente eso: década, estilo…

 

¿Orden alfabético?
A eso no llego [risas].

 

Con lo soñador que eres, ¿cómo podías aburrirte?
Tengo una gran capacidad de aburrimiento, y es estupendo. Aburrirse no quiere decir que la cabeza no te funcione, sino que haces las labores imprescindibles y no mueves un músculo más allá que te saque de tu zona de confort. En ese sentido, me aburro caminando, me aburro escuchando música, me aburro leyendo… Hay muchísimas formas de aburrirse. Estás moviendo cosas, pero al mismo tiempo estás en la inacción más absoluta.

 

Tampoco escribiste ni una línea.
Nada, nada. Agarré la guitarra hace dos semanas, porque empiezan los conciertos, y estaba de polvo hasta arriba, porque la había dejado fuera de la funda. Lo primero que hice fue limpiarla y tocarla un poquito. Estaba casi afinada. En la primera semana de pandemia me pidieron un artículo para la revista Tapas. Estaba un poco eufórico, porque pensaba que esto iba a ser cosa de un mes o dos, les expliqué que me habían sobrado no sé cuántas canciones del disco anterior y que había por lo menos un setenta por ciento aprovechables, y que iba a componer otro poco para tener un disco listo para cuando se pudiese salir… Pero nada de eso hice. El único que compuso una canción en casa fue mi nieto de seis años. Un día, su padre le dio un acorde en el piano y él se arrancó: «El coronavirus, el coronavirus… el peor virus de mi existencia. Quiero salir de casa, quiero salir de casa… para ver a mis amigos».

 

¡Canción protesta!
[Risas] Sí, un cantautor en toda regla.

 

No querías tocar en directo por no hacerlo delante de un público con mascarillas. Pero ahora ya estás de gira…
Me espantaba la idea por la distancia que te produce. Todos hemos cambiado un montón de hábitos que teníamos, y ver a un público con mascarilla y separadísimo… El verano pasado tuve alguna proposición y dije que no a todo, porque no podía ser, y también esperando a que se diesen mejores condiciones y tener la vacuna, estar protegido de alguna manera. Ahora voy a cantar a la gente con mascarillas, pero espero que pronto se la puedan quitar.

 

Universal reedita tus discos de los setenta. ¿Eso no es como mirar las fotos de la adolescencia?
Es duro, pero yo lo quería así. Todo eso está descatalogado, menos algún grandes éxitos que sacan con “Quiero abrazarte tanto” y unas cuantas canciones. Yo quería tener los discos en crudo. Hay discos que funcionaron bien, otros que estaban bien pero que no funcionaron nada, y otros que directamente ni estaban bien ni funcionaron. Sobre todo el período más politizado, el que va a partir del año 73, cuando ya pongo la proa y me la ponen al mismo tiempo. Ahí hay canciones de mucha militancia política, canciones extrañas, muy raras… Cuando me pongo a escuchar algún disco de estos me acabo preguntando si eso lo he hecho yo.

 

«Ahora lo que más existe es la autocensura del tío que está escribiendo»

 

Dime un ejemplo.
“Nuevas oraciones no. 2”, que es un poema con una forma extraña y con música «por cojones». Pero ahora no se me ocurriría hacer eso, porque es antifuncional, porque no le puede gustar a nadie más que a mí cuando lo estoy haciendo.

 

¿Como los poemas musicados de Fina de Calderón?
Sí, pero eso es muy anterior. Tenía dos canciones de Fina de Calderón; ella fue la que habló de mí a la casa Belter cuando yo estaba empezando. Grabé dos canciones suyas que se llamaban “Primer disco” y “Sin embargo”.

 

¿Y “Por caridad”?
Era una canción italiana típica de aquella época. También había otra mía que se llamaba “Ninette”. Solo hablaré de la mía: horrible.

 

No quisiera olvidarme de tu segundo single con Belter: “Un gran hombre”, que estaba dedicado a Francisco Franco. ¿Tu padre entendía de política?
No. No es que no entendiese, es que mi padre no hablaba, que es diferente. Mi padre entendía perfectamente. Escuchaba Radio Pirenaica por las noches, tapado con una manta; leía España de Tánger, que era un periódico que llegaba extrañamente, no sé por qué conductos, y lo repartían por suscripción. Lo dirigía Eduardo Haro Tecglen en Tánger y traía noticias que aquí no encontrabas en ningún periódico. Mi padre estaba politizado, pero yo no tenía ni idea de quién era nadie. Empecé a enterarme realmente de lo que pasaba en este país cuando empecé a viajar a América. Incluso las primeras canciones que escribí y que me prohibieron no tenían trasfondo político; era un sentimiento. Quería escribir “La planta 14” y no me dejaban. Pero lo de “Un gran hombre” es muy anterior. Era un single del 66 que tenía como cara B “Lejano, lejano”, que era un versión de “Lontano, lontano”, de Luigi Tenco, que se suicidó en el 67, en San Remo. Era una canción muy bonita, escribía muy bien este hombre. Escribí otra sobre [Pablo Ruiz] Picasso (“Picasso”). Cuando lees la letra de “Un gran hombre”, piensas que no se entiende, que solo lo ha podido escribir un tío desinformado que no sabe nada, solo lo que sale en los telediarios. Supongo que editarían quinientos ejemplares, que son los que andan ahora por los mercadillos. Es una canción que pasó desapercibida, pero apareció catorce años después en un reportaje, cuando hice la canción “Pon tu voto a trabajar” para la campaña del Partido Comunista en las primeras elecciones democráticas. Igual que yo tengo memoria, hay gente que se acuerda de estas cosas.

 

¿Cuándo empezaste a tener conciencia de que eras una persona de izquierdas?
Empecé por lecturas. El primer libro que me abrió los ojos fue El movimiento obrero en Asturias, de un catedrático de universidad que se llamaba David Ruiz. Es de esos libros que se publicaban en vida de Franco, por supuesto, pero tenía otros circuitos, como el ámbito universitario, y por ahí se van desarrollando editoriales muy pequeñas que no llegan a ningún sitio. Ahí empecé a saber que el alcalde de Mieres fue un tío que se llamaba Manuel Llaneza y que yo no conocía nada de esa historia. Cuando te dicen que está enterrado en el Cementerio Civil de Mieres, que uno de los hijos estuvo en la guerrilla, en el monte, hasta el año 49, después de acabar la guerra… Al cabo del tiempo, conocí al hijo de Manuel Llaneza, que me cuenta lo que hacían en el monte, cómo salió de Asturias en el año 49 hacia Francia en una barcaza con otros catorces guerrilleros…

 

Era un maqui, entiendo.
Era un maqui con una vida espectacular. Me contó esta puntita de lo que había hecho, cómo chantajeaba a los ricos en Mieres… Decía que le mandaban una carta con la mitad de una cuchilla Gillette y el que se presentaba tenía que hacerlo con la otra mitad para saber a quién tenían que darle la pasta.

 

Como lo de la manzana mordida en El portero, ¿no?
Sí. Esta persona se llama Aristides Llaneza. Estaba absolutamente bragado, con unos huevos que le arrastraban. Su mujer vivía en el pueblo, le cortaron el pelo, lo típico, y se quedó embarazada, entonces empezó a haber risas en Mieres: «¿De quién será?»… Y Aristides se presentó un domingo a las doce de la mañana en el Café Carolina de Mieres y pidió un vermut. Se lo tomó, dijo adiós y se fue para el monte otra vez. Entraba en Mieres cuando le salía de los cojones para ver a su mujer.

 

¿Por qué censuraron “La planta 14”?
Yo creo que fue por «sentados en el suelo, los mineros se hacen cruces y reniegan de Dios». Siempre era por una palabra. Te tocaba un censor, pero cada uno tenía sus manías y sus causas. “Asturias”, por ejemplo, fue por «millones de puños gritan su cólera por los aires…». Se ve que no querían que los puños gritaran. Y encima no era mío el poema, sino de Pedro Garfias, así que no lo iba a quitar. Y con “La planta 14” igual, porque no se podía renegar de Dios. Todo lo demás les podía sonar a una tragedia en la mina, pero eso concretamente era atacar a uno de los pilares. Son esas tonterías que, cuando lo miras con la distancia, dices: «Pero qué gilipollas y qué imbéciles».

 

Miguel Ríos me contó en una entrevista que según el censor que te tocara, había cosas que pasaban y otras que no, cuando con otro podía ser al revés.
Es la eterna verdad. Tengo el ejemplo máximo con la canción “Santiago de Chile” de Silvio Rodríguez. Me contaron que les autorizaron a publicar esta canción en el disco que iban a editar porque entendieron mal la letra: «Eso no está muerto / No me lo mataron / Ni con la distancia / Ni con el vil soldado». Ellos entendieron «con el beso dado».

 

En “La planta 14”, ¿uno es patrón, minero o el chófer?
Me parece especialmente cruel lo mío con el chófer, porque cuando eres muy joven te preguntas por qué ese hombre es un chófer. Quizá porque no tiene más remedio, porque tiene que vivir de ello y ponerse una gorra de plato o lo que le digan que se ponga. Pero era una imagen también de cómo en ese círculo tan opresivo un señor podía estar con una gorra de plato…

 

En tu caso, ¿cuánto duró la censura?
Yo creo que el primer disco que grabé en total libertad fue en el año 77 [10], aunque primero hice uno de estudio [Cómicos] y a continuación otro en directo en el Teatro Monumental de Madrid [En directo] en condiciones muy precarias, porque se grababa con un magnetofón de dos pistas. Ahí ya estaba la primera grabación de “Asturias” que se hizo, porque ya se podía.

 

Estaba pensando en “Cuervo ingenuo”, de Javier Krahe, censurada por el PSOE ya en la democracia…
Esas cosas no se pueden entender. Además, estamos hablando de un noble como Javier Krahe. Como la censura a cualquiera de estos chavales que rapean y les caen dos años de cárcel. Me parece una tontería, porque me obligan a conocer a Pablo Hasél, yo que no tenía ninguna intención de saber lo que hacía, porque escucho otro tipo de música que me interesa más. Pero bueno, son las leyes que tenemos en este país. Y los jueces, a veces, son muy aplicados y lo aplican al pie de la letra, y otras veces se relajan más y no meten puros. Pero en fin, que es una tontería; cualquier chaval de estos va a Europa y le mete un puro al gobierno español.

 

¿Cómo es eso de que tienes unas cuarenta canciones que son una mierda?
Sí. Tengo como unas cuarenta canciones que son una mierda. Canciones funcionariales, en el sentido de que son cosas que has escuchado y que tratas de reproducir, y era con lo que yo me defendía cuando cantaba en la radio, cuando llegué a Madrid y todo eso. Creo que solo grabé “Ninette” de todas esas canciones, porque cuando tuve posibilidad de hacer otro disco las que llegaron fueron “El cobarde” y “El tren de madera”, con las que fui al Festival del Atlántico, en Tenerife, en Puerto de la Cruz. Pero yo ya había cambiado; había aprendido a cantar de otra manera, inspirado sobre todo en un cantante asturiano tradicional que se llamaba El Presi [José González Cristóbal], que cantaba muy bronco y muy bonito. Él cantaba canción popular y de ahí tiré, entones me salieron canciones que se hicieron muy populares: “El abuelo Vitor”, “La romería”, “Paxariños”, “Carmina”… canciones que corresponden al primer bloque de trabajo. Lo que pasa es que el “El abuelo Vitor” es un caso muy extraño. Yo en esa época tenía una nostalgia tremenda de Asturias. Pensaba que estaba en Madrid de manera provisional, para ganar algo de dinero y volverme para montar una cafetería. Recuerdo que fui a tomar sidra con paisanos míos y volví a casa y escribí una canción muy asturiana. Yo creo que “Paxariños” está escrita en un estado etílico, como “La romería”. Era pura nostalgia. Cuando escribí “El abuelo Vitor”, se la enseñé a un amigo mío, un periodista de Mieres que pasó por casa. Se la canté y se puso a llorar. Me resultó tan extraño que alguien llorase con una canción… Y además yo estaba hablando de mi abuelo, no del suyo. Le pregunté por qué lloraba y me dijo que era porque él también tenía abuelo. Ese fue el gran poder de esa canción, que cuando salió conmocionó a mucha gente. Hay personas que me han dicho que iban con el coche, de noche por la carretera, y que tuvieron que parar en el arcén porque no podía seguir conduciendo; tenían los ojos llenos de lágrimas. Son canciones muy emotivas, escritas en unas circunstancias muy concretas. La canción se hizo universal y funcionó en otros muchos lugares.

 

«A los que no se manifiestan políticamente es más fácil contratarles, porque son más cómodos y ya está»

 

¿Cuándo una canción es para siempre?
Ojalá lo supiésemos. Yo creo mucho más en la temporalidad de las canciones. A lo mejor “El abuelo Vitor” la saco diez años antes o diez años después y no pasa nada. También hay canciones que grabas y después crecen ellas solas, y no se sabe por qué mecanismo. “Asturias” no ha sido lo mismo siempre; cuando salió, era una canción que gustaba, pero después se ha convertido en otra cosa. Hay unas canciones que se quedan y tienen algo interno. Si tuviéramos esa llave… Yo creo que los únicos que la tuvieron fueron los Beatles, porque acertaban todo el tiempo, pero no conozco a nadie más que tenga esa llave.

 

En 1978, con Soy un corazón tendido al sol, cambias de registro y la cosa cambia. ¿Qué proceso seguiste?
Cambié primero mi manera de cantar y, por tanto, de componer y de cantar al mismo tiempo. También empecé a cantar con más aire; lo anterior siempre estaba un poco en bruto, muy gritado, y ahí empecé a tomar más aire para cantar. Me abrí a una temática diferente también, porque estaba muy encorsetado en todo el período político-musical. El último disco que hice antes de Soy un corazón tendido al sol fue 10 y todavía había mucha política dentro. El otro día me mandaron una versión que hicimos de “Socialismo en libertad”, cantada por Leño, Teddy Bautista y por mí. Y claro, oyes eso… [risas] O un disco que hice en la RDA en el año 77 [Spanien]. Fui a un festival de canción política y grabé un montón de canciones que estaban prohibidas aquí y que metí con “Asturias” y otras. Hubo también un período de reflexión. No me echaron de Polygram, pero casi. Les expliqué que quería cambiar, porque hacía no sé cuántos años que no vendía un puto disco y quería ver si encajaba otra vez en la música. Y no se lo creyeron, porque llevaba muchos discos sin vender y sin hacer nada. Entonces me fui a CBS, donde estaban Tomás Muñoz, gran capo de la música, y Aurelio González, que murió muy joven de un tumor cerebral benigno, a los treinta y cinco años. A Aurelio le gustaba mucho lo que le llevé, y me creyó. Y recuerdo una frase que dijo Tomás Muñoz: «Hombre, si este ha escrito “Canción para Pilar” o “Quiero abrazarte tanto”, no se le ha tenido que olvidar». Y con ese mecanismo entré y tuve acceso a un tipo de producción que aquí no se usaba todavía. Me mandaron a Italia, a trabajar a Milán con Danilo Vaona. Entonces las compañías que tenían tanto dinero te mandaban dos meses fuera, con hotel y estudio para grabar las veinticuatro horas. En ese momento, Danilo Vaona se encontraba muy fresco de trabajo y estaba con sonidos muy potentes. Encajé bien y fue la reintroducción de nuevo en el mundo de la música. Es muy curioso: recuerdo que los medios, diez años atrás, cuando salió “El abuelo Vitor”, me recibieron como la gran esperanza, ese tipo de cosas que decís a veces, y diez años después me volvieron a decir lo mismo: el cantante revelación. ¡En el año 79! Debían querer decir «renacido» o «resucitado».

 

¿Crees que la gente se cansó entonces de la canción política?
Sí. Es que esa época que vivimos entonces no es traspasable al momento presente. No puedes mirar con los ojos de hoy lo que hacíamos entonces. Lo que nosotros encontrábamos era una gran complicidad en los medios; era un mercado más «libre», en el sentido de que alguien en una emisora recibía un disco tuyo y lo ponía porque quería. Esa complicidad existía igual con la gente que escribía. De alguna manera te protegían o estaban, digamos, en un carril parecido al tuyo y les interesaba lo que estabas haciendo. Eso ya hace muchos años que dejó de existir. Ahora lo que más existe es la autocensura del tío que está escribiendo. El otro día, me decía Fran Perea: «Joder, yo me metí en la campaña de [José Luis Rodríguez] Zapatero y vaya palos que me cayeron, no lo vuelvo a hacer». Claro, no es que le cayeran palos, decía Fran que hubo mucha gente que había dejado de contratarle, aunque ha podido trabajar, porque otra gente le ha llamado. En mi caso, hay sitios donde yo me he tirado sin cantar… Bueno, el Ayuntamiento de Madrid, sin ir más lejos. La última vez creo que fue en el año 82. Ya son años, ¿no? Y eso que en medio está “La Puerta de Alcalá”, “Contamíname”… en fin. No he dejado nunca de hacer discos y de tener un éxito de vez en cuando. Hay muchos ayuntamientos que no te contratan nunca simplemente porque dicen que no. Supongo que a algún ayuntamiento de izquierdas también le pasará con alguien de derechas, pero no es tan obvio. A los que no se manifiestan políticamente es más fácil contratarles, porque son más cómodos, y ya está. Punto.

 

¿Siempre hay una canción para todo?
Sí. Lo que tienes que encontrar es la forma de contarlo. Cada autor mira las cosas de una determinada manera y, pasado por su filtro, sale una cosa o sale otra. Pero se puede escribir de todo, prácticamente. La única canción que se me ha resistido, porque era imposible meterla en cuatro o cinco minutos, es una que quería hacerle a un pariente mío al que llamaban Che y que había salido de Asturias y acabó en la banda de Al Capone. Volvió de Nueva York a Asturias en el 36, como instructor de ametralladoras. Le habían tiroteado tantas veces las piernas que, cuando llegó a Asturias, se las cortaron por la gangrena y pasó a una silla de ruedas. Es una historia maravillosa que incluso grabé y se tituló “Che, ¿qué te dijo Capone al verte aparecer?”, pero nunca he podido con ella. Quizá porque el tema sobrepasaba esa cosa que tiene una canción, que tienes que concretar y acotar.

 

Da más para libro…
Sí. Del libro tengo ciento y pico páginas, pero no paso de ahí.

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