Un Neil Young tocado por los dioses

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COMBUSTIONES

«En la tradición rock ninguno me hechiza y envenena como el cantautor epiléptico a lomos de Old Black»

 

Julio Valdeón se agencia el último lanzamiento de Neil Young, Way down the rust bucket, que es en realidad un directo extraído de los ensayos para la gira de Ragged glory que el canadiense grabó en 1990. Estas son sus impresiones.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

El invierno del descontento y el virus dura ya más de un año. Necesitado de treguas recurro a un brebaje infalible. Camino con los niños, Brooklyn mediante, en una tarde de viento feroz, para agenciarme en una tienda de discos a punto de cerrar el Way down the rust bucket, de Neil Young. Lo grabó el 13 de noviembre de 1990 en en club de Santa Cruz, California, como parte de los ensayos para la gira de presentación de Ragged glory. Lo ha publicado dentro de la serie de lanzamientos de archivo. Después de unos ochenta irregulares, Young volvió a dar señales de vida con el lustroso Freedom, esa joyita en forma de epé que fue El dorado y, de vuelta con Crazy Horse, el bestial Ragged glory. Uno de los discos esenciales de su carrera. Uno de mis favoritos entre los suyos. Una supernova de óxido eléctrico, lirismo ruidista y country explosivo. Lo presentaría con una gira histórica, inmortalizada en el directo Weld (más la rodaja Arc). Todavía no había alcanzado la velocidad de crucero del tour, es evidente que algunas canciones estaban poco rodadas, y sin embargo qué forma de cantar, de tocar, de… apabullar.

Existen otros guitarristas más limpios, más elegantes, más exactos o precisos, más vanguardistas, pirotécnicos, melódicos y vertiginosos, más académicos, más pulcros, etc. Pero en la tradición rock ninguno me hechiza y envenena como el cantautor epiléptico a lomos de Old Black. Young me acompaña desde que con 13 años mi primo me prestó Rust never sleeps con el gesto cómplice de quien revela al neófito la contraseña a un mundo alternativo. El cuelgue fue instantáneo. No importan las series de discos cutres o los tropiezos. Tampoco reparo demasiado en sus obsesiones roussonianas, sus discursos anti científicos, el reaccionarismo de manual, sección hippie. Sé de sobra que lleva años sin entregar una obra realmente notable, diría que desde el embriagador pasote eléctrico con Crazy Horse de Psychedelic pill. En Way down the rust bucket todo lo que perdemos de arrolladora exactitud, esa impresión de himalaya eléctrico que destila el Weld, con el grupo en un momento encantado, lo ganamos en inmediatez. Nada como un directo del tirón, y del principio de una gira, para que aflore el claroscuro del oficio, la paleta de brillos, fortalezas, debilidades, sortilegios, errores y evocaciones de un repertorio y un artista que ganan con las versiones más crudas de sí mismos. Para sentarse con una cerveza o un whisky, darle al play, subir el volumen al once, cerrar los ojos y soñar, no bien arrancan los espumarajos de Country home, que viajas por la ruta 1 de California, asomado al océano a lomos de unas canciones matadoras y en compañía de un artista tocado por los dioses.

Anterior entrega de Combustiones: En el bando de Pablo Guerrero (aunque llueva a cántaros).

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