Un largo tiempo, de Miguel Ríos

Autor:

DISCOS

«Un trabajo absolutamente distinto a todo lo que ha hecho hasta ahora, con elevados niveles de creatividad y dignidad»

 

Miguel Ríos
Un largo tiempo
ALTAFONTE, 2021

 

Texto: JOSÉ MIGUEL VALLE.

 

Son encomiables las muchas mutaciones y reinvenciones que Miguel Ríos ha llevado a cabo a lo largo de su longeva carrera. Si se examina su obra, es fácil advertir cómo su naturaleza artística ha consistido en una perpetua metamorfosis. A pesar de que su primera y casi antediluviana grabación se publicó bajo el apelativo del «rey del twist» allá por 1962, el rock y sus variaciones genéticas han sido el nutriente natural de un repertorio que sin embargo posee identidad unificadora. Miguel ha logrado que su personalidad sea reconocible en la volubilidad de los estilos en los que se ha detenido. Trece años después de entregar piezas inéditas, y diez de anunciar su incumplida retirada, el eterno abuelo rockero (así se le apodaba cariñosamente hace cuatro decenios) vuelve a provocarnos una alegre sorpresa al presentarnos su nueva y sobria mutación cuando está a punto de cumplir setenta y siete años. Asumiendo edad y contexto epocal, en esta enésima reinvención se rodea de instrumentos acústicos para dar salida a un cancionero plagado de intimismo y serenidad, reposadas autoevaluciones, lúcido posicionamiento político.

Miguel ha tenido el acierto de reencarnarse en diez canciones compuestas por él mismo, un número que se adecúa perfectamente a los tiempos de la economía de la atención y el mundo pantallizado. En esta ocasión se acompaña del Black Betty Trio capitaneado por el guitarrista y productor Jose Nortes. El resultado es fantástico. Sonido unitariamente desnudo, linealidad argumentativa y un código estético homogéneo. Todo suena artesanal, orgánico, próximo, con una instrumentación deliberadamente espartana en la que el piano, la guitarra, el violín y la mandolina maceran esa idea de un folk primitivo y precursor del rock and roll, que se acentúa con un steel guitar y cuerdas en diferentes pasajes. La bien cuidada y llena de matices voz de Miguel multiplica su habitual protagonismo gracias a esta instrumentación austera (no hay batería) aunque llena de preciosidad.

“En un largo tiempo” se inaugura con una narrativa autorreferencial sobre la irrupción del rock and roll como contramodelo cultural en los años cincuenta, el papel de emisario de Elvis Presley y el sobrecogimiento biográfico que le provocó a nuestro protagonista su descubrimiento entre tanta adocenada grisura franquista en su Granada natal. Es el momento más eléctrico, porque a partir de aquí el disco es un remanso de paz. «Que salgan los clowns», escrita por Stephen Sondheim y popularizada por Sinatra, es la primera de las dos versiones del disco, una hermosa canción con estribillo infeccioso sobre la soledad y la pérdida que rememora las grandes baladas de Miguel. «Cruce de caminos» insiste en esta sonoridad relajada mientras nos relata la mítica del pacto con el diablo para hacer rock eternamente frente a la fugacidad de los productos artísticos prefabricados. Inspirada en una columna del exquisito Manuel Vicent, «Por San Juan» es una hermosa pieza de calidez mediterránea y temperatura estival para retratar esos ritos y experiencias vitales que nos hacen entender la suerte que supone existir.

La solemnidad que le proporcionan los arreglos de cuerda a «Esplendor en la hierba» testimonia la templada y sabia toma de conciencia del tiempo presente de Miguel, la lejanía de una juventud que sin embargo no le hace claudicar ni del mundo ni de las quimeras que lo perfeccionan. Encontramos folclore estadounidense en «La estirpe de Caín», activismo para retratar el tiempo pandémico, el surgimiento de la sociedad del riesgo, las obscenas desigualdades materiales, las políticas ecocidas y polarizadas, la indecencia que supone contemplar a «ricos en Mercedes que gritan libertad».

La profunda retrospectiva confesional y la música que punza de «Para que yo me llame Ángel González» (con sobrecogedora aportación lírica del poeta) da paso a «El blues de la tercera edad», canto a la dignidad y a la aceptación serena de la senectud protagonizado por una mujer llamada Ana que cobra una exigua pensión y refleja la soledad generacional de los que pelearon en el siglo pasado por un mundo más decente. El folk polvoriento se recalca con el divertido country de forajidos y tahúres «A contra ley». El disco se clausura con otra versión, la pieza «Comes then goes» de Eddie Vedder. Es una hermosa y deliberada coincidencia que una de las voces más bonitas del rock contemporáneo sea releída por la voz más vetusta y señera del rock patrio. Rebautizada al castellano como «Viene y luego va», es un bluegrass con atmósfera crepuscular sobre lo enigmático de vivir, muy idónea para bajar el telón y decir adiós de un modo taciturno y discreto.

Recuerdo que cuando entrevisté a Carlos Narea para la redacción del libro sobre el Rock & Ríos, el que fuera brazo derecho del viejo rockero en su época de mareante fenómeno social me confesó que desde que Miguel se había jubilado no paraba de trabajar. Afortunadamente, cabría añadir. Este álbum refrenda una jubilación fértil e indagadora. Se trata de un trabajo absolutamente distinto a todo lo que ha hecho Miguel hasta ahora, un disco con elevados niveles de creatividad y dignidad. Atrevimiento y curiosidad elegante para hacerse merecido acreedor de una admiración que no cesa.

Anterior crítica de discos: Seremos, de Ismael Serrano.

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