Tres golpes de rabia, emoción y belleza

Autor:

COMBUSTIONES

«Un taconazo de furia y llanto. Un rayo fulminante, de negros, gitanos y putas; de fantasmas y voces de otros siglos»

 

El nuevo disco de Tomás de Perrate parece haber llegado para revolucionar la escena. Para recordar que el flamenco sigue gozando de buena salud y que se pueden seguir ideando tradiciones vanguardistas en torno al género. Julio Valdeón lo analiza.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Ni Perrate (Utrera, 1964) acaba de aterrizar en el flamenco, ni podía presumir de disponer de un público ávido de novedades que lo siguiera por listas y teatros. Aristócrata del género, el hijo de Perrate de Utrera, nieto de Manuel Torres, primo de El Lebrijano, acumula una carrera todoterreno. De esas que lo mismo aparcan en un tablao como solista, que lo encuentran, mundo adelante, enrolado en una compañía flamenca, en su caso la de Israel Galván. Hay que comer y hay salir adelante. Lo de enrolarse en discos propios queda para los tiempos muertos. Pero que las obras originales de Perrate sean pocas no significa menores. En caso de duda me remito al último de los suyos, Tres golpes, publicado a finales de mayo.

¿Vanguardia? ¿Arqueología? ¿Modernidad o clasicismo? ¿Heterodoxia? De todo esto hay y casi todo encaja a la hora de describir una obra monumental. Un taconazo de furia y llanto. Un rayo fulminante, de negros, gitanos y putas; de fantasmas y voces de otros siglos, de marineros en la Sevilla del siglo dieciseis y cantaores que crecieron escuchando a Camarón, Jimi Hendrix, los Beatles y Pata Negra. Un torbellino, acuchillado en toda la cruz, de un estilo que admite mil y una herejías a condición de que sus hacedores conozcan el percal del derecho y del revés. Producido por Raül Refree, y aconsejado por Pedro G. Romero, lo que hace aquí Tomás de Perrate no se veía desde que Enrique Morente maridó Lorca y Cohen con las guitarras, como abejas de plomo, de los Lagartija Nick.

Llega el verano y el calor aconseja músicas y lecturas ligeritas. Al menos eso sentencian los suplementos estivales, convencidos de que lectores y oyentes pierden masa encefálica a medida que suben las temperaturas. Como yo no lo creo, y como entiendo que los discos más agradecidos, los que te acompañarán hasta el último día, no son los de satisfacciones automáticas, les invito a sumergirse en una obra caleidoscópica y golosa, de vapores sulfurosos hasta conformar un disco infinito. Especialmente recomendado para quienes llevan años, ¡siglos!, empeñados en que no hay nada nuevo bajo el sol y blablablá. Nada más rancio y antiguo, y por tanto más reciente, inaugural, moderno, que estos Tres golpes.

Anterior entrega de Combustiones: La vida secreta de Leonard Cohen.

Artículos relacionados