La vida secreta de Leonard Cohen

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COMBUSTIONES

 

«Las sesiones de sus discos esconden numerosas tomas alternativas y, sobre todo, hay decenas de directos memorables olvidados bajo el polvo»

 

Con motivo de la publicación del nuevo disco antológico de Leonard Cohen, inspirado en el documental Hallelujah: Leonard Cohen, a journey, a song, Julio Valdeón reflexiona sobre los motivos por los que terminan viendo la luz determinados documentos, en detrimento de otros que permanecen inéditos.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Recibo encantado la noticia de un recopilatorio de Leonard Cohen. Más que nada porque demuestra que la industria no olvida al gran seductor, al poeta que conjugó como nadie lo profano y lo sagrado, el descreimiento y la posibilidad del éxtasis, la sensualidad y el exotismo, con las preocupaciones espirituales, la sorna y la humildad, los versos más mundanos y el recogimiento de los grandes místicos, la luz del Mediterráneo y el frío casi boreal, los ecos centroeuropeos y las viejas tonadas judías con el bagaje del country y las aportaciones de Hank Williams y otros ilustres francotiradores de la soledad. Todo en Cohen me enamora, me seduce y fascina. Desde sus primeros y deslumbrantes discos, grabados en Nueva York y Nashville, a sus experimentos de los setenta, incluida la muy loca aventura de juntarse con el megalómano y wagneriano Phil Spector, pasando por sus valses electrónicos de los ochenta y primeros noventa, y el feliz resurgimiento en el ocaso de su vida.

No entiendo bien a cuenta de qué la promoción insiste en que estamos ante la primera antología de su carrera: me basta con levantarme un segundo y caminar hasta la estantería para comprobar que atesoro varios recopilatorios suyos. El primero, el célebre Greatest hits publicado en 1975. Desde entonces Columbia y Sony han publicado otra media docena (More best of…, The essential, etc.). Entiendo que cada cual vende su mercancía como mejor le parece o puede. Pero lamento que seis años después de su muerte, y tras una carrera de medio siglo, necesitemos la percha de un documental para publicar algo. Eso y que, por increíble que parezca, tratándose de uno de los artistas más venerados del siglo veinte, los custodios de su legado todavía no hayan inaugurado unas bootleg series en condiciones. Cohen no fue ni tan prolífico como su admirado Bob Dylan, con sus toneladas de canciones inéditas, ni tan impresionista como el torrencial Miles Davis, que dejó decenas de horas de grabaciones en el estudio, pero las sesiones de sus discos esconden numerosas tomas alternativas y, sobre todo, hay decenas de directos memorables olvidados bajo el polvo.

Todo un rastro de giras magníficas, desde el tour por los psiquiátricos hasta las apabullantes demostraciones que siguieron a la publicación de I’m your man y The future, que merece una serie de lanzamientos propia. Por no hablar de los registros en vídeo, diseminados en conciertos y también en legendarias actuaciones en televisión. Que semejante legado siga inédito en su práctica totalidad demuestra el poco amor que la industria tiene a veces por sí misma, así como la diferencia que puede suponer que al cargo de la nave tengas a alguien de la inteligencia, la sensibilidad, la seriedad y el compromiso de Jeff Rossen, mánager de Dylan.

Los mismos inconscientes que pagaremos por el enésimo recopilatorio, y muchos otros que se abstendrán, daríamos bastante dinero por unas box sets y unos discos y películas de conciertos en condiciones, que documenten con exhaustivo rigor los rincones secretos de una carrera hipnótica. Si no por amor a su obra, carajo, háganlo por desplumarnos.

Anterior entrega de Combustiones: Todo lo que no es tradición, ¿es plagio?.

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