Todo un año para cambiar de vida, de Jess Fabric (Viva Suecia)

Autor:

LIBROS

«Experiencias de siempre, pero matizadas por una suprema elegancia al explicarlas»

 

Jess Fabric
Todo un año para cambiar de vida
BANDAÀPARTE & SUBTERFUGE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es curioso. Subterfuge empezó hace más de 25 años como un fanzine. Cuando se convirtió en discográfica, el éxito —no solo Dover, ya Australian Blonde, Dr. Explosion o Undershakers habían tenido cierta repercusión— le hizo abandonar la palabra escrita, y ahora ha vuelto a ella. En colaboración con los andaluces Bandaàparte, editores que desde el amateurismo publican textos elegantes con gusto exquisito, inician una colaboración en la que irán dando salida a libros en los que la música sea un componente necesario. El estreno lo dan con este Todo un año para cambiar de vida en el que el bajista del grupo Viva Suecia, Jess Fabric, nos cuenta sus historias. Historias que han ido apareciendo en una conocida red social y que han captado la atención de los lectores que buscan pasión por la música, humor y cierto costumbrismo sencillo. Como señala en el prólogo Virginia Díaz —quien escuche Radio 3 o vea Cachitos la conocerá— se trata de “conocer al ser humano que hay detrás del artista”.

Ser humano que, como todos, ha nacido, claro; en su caso de padres bien jóvenes, pero de personalidad marcada. Él, guardia civil con misiones de protección de la naturaleza, le inculcó una serie de saberes y devociones que le agradece. Hasta el extremo se las inculcó que fue capaz de marcharse de la boda de su hijo porque el Real Madrid jugaba la final de Champions. También agradece a sus profesores —aunque a alguno no lo pueda ni ver—, pero sí que hubo otros que le enseñaron el placer de la lectura o del cómic. O el de música, que les hizo dejar la sempiterna flauta para dedicar un curso a la historia de los Beatles.

Un ser humano que también tuvo una educación sentimental, Canciones, colegas, cómics, revistas en las que aparecen señoritas… Y que, sin ninguna educación musical en casa, dedicó las 30.000 pesetas de un cumpleaños que están destinadas a ropa en comprarse un bajo negro, bonito, que lo imantó cual sirena desde un escaparate. Por supuesto, no sabía tocar el bajo. Sí tuvo educación andalucista de un abuelo, de izquierdas de los de antes, que le prestaba desde niños libros ilegibles. Menos uno sobre el Che Guevara. Ese nunca lo olvidó.

Tercer paso. Trabajo y abandonar el hogar. Las primeras experiencias en la cocina —hay que comer—, la formación del grupo, las giras, sus anécdotas, el viaje a México. Y sobre todo la familia, su esposa y su hija, sobre todo esta última, centro conductor más que por ella misma por la experiencia de Jess como padre: sus dificultades, sus alegrías. Nada nuevo, pero aquí contado con cercanía y amenidad. Como hablando en una terraza entre amigos, que se cuentan eso, dichas y dificultades. Y es que, si ser padre ya es de por sí difícil, ser padre y músico es inimaginable.

Y sobre todo canciones. Aunque no habla mucho de ellas, siempre están presentes. Unas canciones que, señala, no cambian mucho el mundo, pero nos hacen mejores personas. No es del todo así. Las canciones no nos hacen mejores, nos hacen más sensibles, lo cual es un primer paso, claro. Igual que la lectura nos conecta a otras experiencias que en el caso de Jess Fabric son las de siempre, pero matizadas por una suprema elegancia al explicarlas.

Anterior crítica de libros: El intercambio, de Rebecca Fleet.

 

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