Vidas ajenas, pasiones propias, de Wilma Lorenzo

Autor:

LIBROS

«Todas las imágenes contienen un alma perfectamente lírica: buscan esa otra realidad que hay en la realidad»

 

Wilma Lorenzo
Vidas ajenas, pasiones propias
LUDWERG, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Jovencísima, Wilma Lorenzo ya se ha hecho con una carrera prestigiosa en el mundo de la comunicación musical. Ha trabajado con los mejores músicos de nuestro territorio, ha asesorado a todo el espectro que se mueve entre partituras y conciertos, escribe artículos maravillosos y destaca por su pulcritud estética en su labor como fotógrafa. Y de ese arte se modela Vidas ajenas, pasiones propias, un volumen en el que se abren dos vías paralelas de retratos: el exterior, en las imágenes gráficas; el interior, en los pequeños textos que las acompañan. Ambas vertientes permanecen ligadas, indisolubles, por la electricidad de un diseño gráfico cuidadísimo.

La ambientación es variada, el cromatismo también —aunque dominen tonos de rojo—, pero todas las imágenes contienen un alma perfectamente lírica: buscan esa otra realidad que hay en la realidad. Son poemas en imágenes. Parnasianos en la forma, casi. La fotógrafa busca la geometría, los ángulos y las líneas rectas, encajes simétricos, para que de ello salga la desolación. Son paisajes sin figuras, edificios destartalados en los que a veces se adivina vida tras alguna ventana, pero traspasados por la desolación. Hay exterior, y hay interior, y las pocas figuras humanas que aparecen son primeros planos que se esconden.

Pero a la vez es un viaje por el interior. Cuando, frente a un hall que parece comido por una jauría, el texto señala que está destrozada interiormente, pero la estructura aguanta, la ambivalencia conecta firmemente la casa con la persona. En parte, el libro es una historia de amor total —no solamente por otra persona, por la vida, por la superación—, que abarca lo que hay dentro y hay fuera, el espacio y el alma.

Hay mucho de diario, o de crónica: pequeños sentimientos, narraciones de lo mínimo, sentencias… Pero todo se revela de una finura deslumbrante. La coherencia —señala— tiene la costumbre de desaparecer cuando el poder llama a la puerta. No podría ser dicho con más elegancia. Dividido el libro en cuatro partes —sobre la entrada en la madurez, el amor, la realidad y la noche—, está todo tan imbricado que resulta difícil separar las temáticas: la única temática es uno mismo y su estilo. Un estilo que aquí, como en los mejores fotógrafos, se viste de la claridad o la oscuridad de la poesía.

Anterior crítica de libros: Todo un año para cambiar de vida, de Jess Fabric.

 

 

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