Tierra inestable, de Claire Fuller

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LIBROS

«Lo magistral del texto es que las páginas finales ayudan a interpretar el principio sin tener que releerlo»

 

Claire Fuller
Tierra inestable
IMPEDIMENTA, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Una madre con sus dos hijos vive en una casa a las afueras de una pequeña población británica. El padre ha muerto hace tiempo, aplastado por un tractor que se inclinó demasiado hacia el suelo. Sobreviven porque el potentado empresario a quien pertenecen los terrenos y la casa les deja habitar en ella sin alquiler. Así pueden vivir, vendiendo algunas verduras a la tienda de delicatessen del pueblo y los trabajos del hermano, Julius, que combina fontanería con ayudas en granjas o lo que le salga.

Cuando, una mañana, la madre baja al salón, empieza a sentirse mal y fallece, empiezan los problemas para los hermanos, que rondan los cincuenta años. Su vida, tranquila y activa —no son seres primitivos, ni mucho menos— empieza a fallar porque la sociedad del siglo XXI los ha dejado atrás sin ofrecerles alternativas. No entienden la burocracia que conlleva un funeral, no tienen cuentas bancarias —el dinero lo conservan en una lata— y tienen un móvil de los primeros que aparecieron. Por supuesto, internet es ciencia ficción para ellos. Los pagos no están al día, de hecho les cortan la electricidad —el móvil se carga en el bar—, y Jeanie, la hermana, apenas sabe leer ni escribir. De pequeña, una enfermedad le impidió ir a la escuela. Todos los trámites del funeral para enterrar a su madre les superan.

No se trata, sin embargo, de una novela tremendista, a pesar de que este mundo moderno que damos por supuesto los arrase. Cuando llega el desahucio logran encontrar una caravana olvidada en un solar y la convierten en un hogar todo lo confortable que puede ser. Hasta llevan allí su piano, porque la familia siente una pulsión mayúscula y emocional por la música. Por ello, el dueño del pub del pueblo, donde Julius pasa muchas tardes, los contrata para una actuación. Así, en la novela se establece una pulsión casi primigenia de clan autosuficiente, al mismo tiempo que el mundo continuamente lanza nuevas modernidades.

Tampoco es un relato de decadencia o decrepitud. Pase los que pase, los hermanos siempre mantienen alto el nivel de optimismo. Nunca se hunden, y su sonrisa y ánimo hacen que el lector tenga mucha más simpatía que compasión por ellos. Supervivientes puros, pueden comer lo que dejan los clientes en restaurantes de hospital, dormir en unos baños públicos o perderlo todo, pero siempre lo hacen con una confianza en el futuro memorable, con la convicción de que ellos merecen salir de la miseria.

Poco a poco van descubriendo secretos de su madre que los condicionan. El pasado ni siquiera es pasado, que dijo Faulkner, pero es que ni siquiera es nuestro pasado. Lo magistral del texto es que las páginas finales ayudan a interpretar el principio sin tener que releerlo. Todo lo que sabemos, y que entonces no tenía más explicación que un azar que guía las vidas, se conforma claro, patente. La decisión de alguien —certera o interesada— lanza redes que condicionan el futuro de todos los que están cerca cuando las tira.

Esas redes que se tejen entre los personajes concluyen con una estructura cerrada, en la que se van anudando decisiones y actitudes, pero la novela va más allá y habla de cómo el progreso va dejando atrás quienes no conocen sus ritos, de que realmente nos obligan a vivir con necesidades y de que ser sencillo y puro, como siempre ha pasado en la intrahistoria, resulta tan extraño como intolerable.

Anterior crítica de libros: Punki, de Juarma.

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