Punki, de Juarma

Autor:

LIBROS

«Un libro que trata de la familia y la amistad, de las relaciones sentimentales, de la búsqueda de un lugar en el mundo»

 

Juarma
Punki
BLACKIE BOOKS, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

No se dejen engañar por el título. Este es un libro que adopta hechuras clásicas y trata de la familia y la amistad, de las relaciones sentimentales, de la búsqueda de un lugar en el mundo. Una trama marcada, sin saberlo Juarma quizás, por el mundo de Shakespeare. Tras Al final siempre ganan los monstruos, su primera novela, el autor vuelve a su espacio central, Villa de la Fuente, cerca de Granada, y vuelve a los amigos que conformaban esa primera novela, pero aquí se cede la pauta narrativa a Álex, que establece un contrapunto con el pasado.

De hecho, la acción bascula fundamentalmente entre un presente en el que el narrador quiere luchar para no perecer ahogado en el mar de los embates del pasado, y ese pasado focalizado en un día de fiesta en el pueblo: la romería de San Isidro de 1998. Desde el primer momento, en que las acciones parecen disponerse en forma de relato breve, de cables sueltos más que de capítulo, vemos a Álex entrando en el Centro Provincial de Drogodependencias. Tiene una mujer y una hija y ha decidido dejar la droga definitivamente, pero un conflicto con otro drogadicto lo va a meter en problemas, en problemas que van a crecer como una bola de nieve.

De hecho, Álex quiere partir de cero porque en su vida los problemas han sido una costumbre. Tiene una parte serena y creativa, aquella en la que edita un fanzine con sus cómics y en la que ensaya con su grupo punk, Trankimazín, pero el maltrato al que le somete su padre, por un lado, y su propensión a exaltarse, por otro, dan continuamente al traste con su voluntad vital de reforma. Mientras ello ocurre, va pasando la vida como en una de esas novelas tremendistas, las que representó casi exclusivamente Camilo José Cela.

Lo observamos acudiendo a la carpa de los Cucaracha, donde se organiza el baile, acostándose con señores para conseguir algo de cocaína, tiene accidentes de coche en estado no muy católico y encontronazos con la guardia civil. Las palizas —que da o recibe— parecen tan inevitables y necesarias para él como el aire. Sin embargo, su parte serena y creativa desea una vida tranquila con la mujer y la hija a quienes adora y un aprovechamiento de las clases de la Facultad de Bellas Artes, en la que se matricula.

Poco a poco, esas galaxias de escenas aparentemente descoordinadas se van atrayendo hasta acabar anudadas. Los cabos se sueldan cuando ha de acudir a Granada al entierro del Lolo, ahí se unen su pasado y su futuro. No solamente vuelve a ver a los viejos amigos, sino que —por mediación de las redes sociales— conoce a Vanessa, una valenciana que se encapricha de sus dibujos y le quiere comprar alguno. Es uno de los ejes del relato que aparece en la segunda parte, junto a Toni, el líder del grupo Los Soñadores, que compite en un concurso de rock con Trankimazín y que seduce a la amiga de Álex, Paula.

Paula ha compartido con Álex litronas, conciertos y depresiones, siempre han estado juntos y siempre se han querido, el problema es que ninguno de los dos se atrevió a decir las palabras mágicas, y lo que podía haber sido una relación maravillosa se malogra, se estraga y acaba por morir. En el fondo, esta última parte tiene como núcleo una lucha de poder, eso que al final acaba destrozando al ser humano más fuerte —vuelta a Shakespeare—, que Álex solventa retirándose, ya divorciado, a un pequeño apartamento en el pueblo donde vive su hermana Ángela y desvelando dos de los secretos que vuelcan la historia del revés. El narrador se revela modélico, modelando la narración y dejando una parte escondida que el ojo del lector adivina, pero no ve.

Se le podría reprochar a la novela algunos fragmentos excesivamente moralistas, o el tono, en otros, cercano a un programa nocturno de confidencias radiofónicas, pero son tachas menores, casi inexistentes, frente a la vibrante exposición, al nervio y el músculo que va cogiendo poco a poco, sin prisas, hasta conformar una perfecta red de vivencias, de reflexiones desde el arrabal, de vida y pasión y heridas de las que no se sale indemne. Como en las buenas novelas, al llegar a la última página de Punki notamos que hemos vivido, que somos otro.

Anterior crítica de libros: Dejadme que os cuente algo del grupo Lone Star, de Pere Gené y Sergio Martos.

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