OPERACIÓN RESCATE
«Se esperaba mucho de ellos. Seguramente mucho más de lo que jamás aspiraron a conseguir»
Fernando Ballesteros nos acompaña hasta 1993 para recuperar el cuarto disco de los escoceses Teenage Fanclub, Thirteen. Un álbum con aciertos y errores que acabó lastrado por la presión, por una agotadora grabación y una acogida muy tibia.
Teenage Fanclub
Thirteen
CREATION RECORDS / GEFFEN, 1993
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Hay veces en las que, por extraño que parezca, un disco sale mejor parado de la comparación con la cosecha de su año que del enfrentamiento con el resto de la obra de su autor. No ocurre en muchas ocasiones pero, cuando pasa, su mérito es hablar muy bien de la producción en cuestión. Pongamos por caso, como ejemplo práctico, el álbum Thirteen de Teenage Fanclub.
Uno echa la vista atrás y repasa lo que sucedió en 1993 en el mundo del pop, y aquel disco de los escoceses le miraba a los ojos a la mayor parte de los lanzamientos del curso. Sin embargo, vuelvan a escuchar aquel elepe del balón de baloncesto en su portada, y luego hagan lo propio con Bandwagonesque y Grand Prix, los disco previo y posterior a Thirteen. Efectivamente, los temores se confirman: estaba bastante por debajo de ambos.
Los Teenage habían despegado en el 91, su disco les había puesto en órbita. Habían girado con algunos de los grupos más grandes y Spin eligió su álbum como el mejor del año. De la misma cosecha, por ejemplo, que el Nevermind de Nirvana, para que nos hagamos una idea. En aquel ramillete de extraordinarias canciones todo funcionaba a la perfección. Habían encontrado un sonido y el salto de calidad desde los ramalazos de genialidad melódica y ruido del debut A catholic education era más que considerable. Entre medias, God knows it’s true les puso en contacto con Don Fleming y con él encontraron esa voz propia que tan pronto les emparentaba con Sonic Youth como con los Beatles. Pero siempre Teenage.
Presión contraproducente
Así que todos esperaban mucho de la continuación de Bandwagonesque, y la presión, que suele hacer estragos en estos casos, precipitó los acontecimientos. Después de dos años de gira se metieron en el estudio, y aquel fue un camino tortuoso que lastró el resultado final y empeoró la sensación que se les quedó a los autores de todo el proceso. De Glasgow a Manchester se sucedieron meses de trabajo, decenas y decenas de bocetos de canciones que hubo que ir construyendo y la certeza, casi como una amenaza, de que se esperaba mucho de ellos. Seguramente mucho más de lo que jamás aspiraron a conseguir. Porque la suya era otra historia.
Pasó lo que suele pasar en estos casos. Thirteen salió a la venta y fue recibido con críticas bastante tibias. Nada parecía quedar en la prensa especializada del entusiasmo de unos meses antes. El propio Norman Blake hizo en 2016 un ranking de los discos de su grupo y situó el que aquí nos ocupa en último lugar. Entre los motivos que le impulsaron a tomar esta decisión se encontraba el mal recuerdo que guarda de aquellos largos meses que duró el parto, y el poco favorable recibimiento de la prensa. El vocalista, despreocupado, con esa frescura y falta de pretensiones de la que siempre ha hecho gala, contaba en las entrevistas promocionales cómo había ido todo y lo hacía sin faltar a la verdad. No maquillaba absolutamente nada. Tan sincero estaba siendo que los encargados de la compañía discográfica le hicieron una llamada, le dieron un toque de atención. Le dijeron que no podía contar aquello, que no podía hablar mal del disco, porque eso generaba un caldo de cultivo negativo en la crítica.
Cascada de críticas
Dicho y hecho. Por los motivos que fuera, el entusiasmo hacia Thirteen brilló por su ausencia. Norman lo tiene claro. En varias ocasiones ha echado la vista atrás para recordar que aquellas entrevistas habían motivado alguna crítica negativa y que estas ejercen —o ejercían, cuando la crítica era influyente— una especie de efecto llamada. Un par de reseñas negativas y la rueda se pone en marcha, las demás llegan en cascada. La cuarta cita un párrafo de la tercera y le da una idea al autor de la quinta, y así hasta el infinito. Bueno, no tanto, pero sí hasta unos cuantos textos que dejan el poso de que el disco no está a la altura. Y, ojo, ya lo hemos dejado claro, y el propio grupo siempre ha sido consciente de que Thirteen es inferior a los mejores elepés de la banda, pero aun así cabe preguntarse si fue tratado con justicia en su momento. Porque aquel disco tenía muy buenas canciones.
Es cierto que Thirteen comienza brillante y que se va resintiendo a lo largo del minutaje, que deja atrás muy pronto los momentos más destacados del lote, pero aun así es glorioso el comienzo en tromba con el riff musculoso de «Hang on», puro Marc Bolan, y ese sonido robusto que pronto deja paso a las armonías marca de la casa. Una delicia.
Si olvidamos las expectativas depositadas en ellos y juzgamos las canciones sin prejuicios y muy lejos ya de aquel 1993, hay aquí muy buen material. La efervescencia incontestable del single «Radio» funciona a la primera, y la energía de «The cabbage» convence hasta al escéptico.
La obra avanza y los textos muestran un sentido del humor que, tal vez, muchos no supieron apreciar a la primera. Títulos como «Song to the cynic» y «Commercial alternative» son casi guiños a quien esté dispuesto a interpretarlos, y canciones como «Escher» liberan melodías de las que se quedan para siempre. Otras como «120 mins» o la propia «Song for the…» hubiesen ganado con una pisadita de acelerador, porque dejan cierta sensación de lo que pudo ser y no fue.
Han pasado dos décadas y media y, de vez en cuando, nos da por reflexionar sobre los motivos que hicieron que una obra fuera recibida bastante peor de lo que merecía (o eso nos parece a muchos). Hay quien —lo he leído por ahí— ve en «Norman 3» una de las razones del destripe. Aquella canción fue lanzada como single, y quizá fue demasiada exposición para un tema en el que Norman repite «I’m in love with you» decenas de veces. El mensaje se queda, sí, el tema es pegadizo pero, querido, lo habíamos pillado, más o menos, a la décima.
Tres autores se reparten la autoría del cancionero aquí rescatado: Norman Blake, Gerard Love y Ray McGinley. Los tres componen y los tres cantan. Y los resultados son desiguales, aunque no llega a adolecer de falta de unidad el conjunto.
Pasado y presente
A los Teenage también se les acusó de estar muy pendientes del pasado, bendito pecado, en todo caso. Hasta el mismísimo título les emparentaba con Big Star, uno de los referentes del grupo, en un gesto que los escribas interpretaron como una deuda más al pasado. Vaya, que a muchos les iba a parecer mal cualquier cosa, que estaban delicaditos y con los bolis cargados, esperando lo que iban a ofrecer los chavales. Aunque había motivos, digamos, más racionales para opinar que Thirteen era peor que su antecesor. Hay canciones que no terminan de arrancar, que prometen y no dan, y la segunda parte del trabajo se resiente. Eso sí, como los Teenage son así, aún sacaban la cabeza para firmar «Fear of flying» y «Gene Clark», más homenajes, ¿deudas? En cualquier caso, un temazo que lleva a Gene en su título y a Neil en sus surcos.
Uno repasa lo que sucedió entonces y se encuentra a un Norman molesto, decepcionado, un hombre que se mostraba cáustico y con un deje de cierta amargura. Eran los tiempos en los que arremetió contra algunas de las bandas que nada tenían que ver con lo suyo. Aun así, él comparaba a su grupo con Stone Temple Pilots o los Peppers para poner el acento en sus diferencias: «Somos lo opuesto a la música de músculos y tatuajes de mierda», llegó a decir. Lo suyo, como le contó al New Musical Express, era escribir canciones honestas.
Tras Thirteen llegó Grand Prix, y si el proceso de grabación lastró el resultado del primero, en el álbum siguiente todo fue muy diferente. En aquella grabación Norman conoció a la que terminaría siendo su esposa, todo fluyó sin ningún problema y los escoceses se sacaron de la manga trece canciones que dan forma a uno de los mejores discos de la década. Desde entonces, nunca se han ido, pero cada vez tardan más en dar nuevas señales de vida en forma de canciones monumentales. Y aunque la inspiración les visita, porque el talento les sobra, ya nunca lo ha hecho con la exuberancia que fueron capaces de plasmar en Grand Prix.
Da igual, han hecho discos sobresalientes y en todo este tiempo el pop ha ido de aquí para allá, ellos no. Los Teenage han seguido su camino, el de las canciones honestas. Las que nos alegran la vida o, en el peor de los casos, nos la hacen más llevadera.
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Anterior entrega de Operación rescate: Second helping (1974), de Lynyrd Skynyrd.