Suede (1993), de Suede: El orgullo del Reino Unido

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TREINTA ANIVERSARIO

«En este disco había glam rock, había punk, provocación, furia y buenas dosis de desencanto. Por eso, cuando se mete a Suede en el saco del britpop se falla el tiro»

 

Con todas las miradas puestas sobre ellos, como perfectos herederos en la dinastía del pop británico, Brett Anderson y los suyos dieron vida a un disco muy digno con el que iniciaron su carrera y con el que, en realidad, se alejaron de los patrones diseñados.

 

Suede
Suede
NUDE RECORDS, 1993

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Para entender mejor la historia de Suede y su encumbramiento por parte de la prensa musical británica, hay que echar un vistazo al comienzo de la década de los noventa y el estado del pop británico. Porque sí, a partir de 1994, el britpop se lo empezó a comer todo, pero, poco antes, lo que sucedía es que el rock alternativo procedente de Estados Unidos marcaba la pauta. Y no era eso lo que estaba casi diseñado, en 1990, desde los despachos de alguna discográfica y en las redacciones de las principales publicaciones.

Nos trasladamos a mayo de aquel año. Con los Smiths en el recuerdo, había un grupo elegido para ocupar el trono: los Stone Roses. Por no extendernos demasiado, hay que recordar que los de Ian Brown habían grabado un disco soberbio y, como punta de lanza de todo lo bueno que ocurrió en Manchester, eran los próximos reyes. La puesta de largo tuvo lugar en Spike Island con aquel concierto y rueda de prensa internacional, convertidos en una suerte de presentación mundial. Pero las cosas se torcieron y la continuación de su mítico debut se retrasó por múltiples problemas legales y contractuales. Esa es otra historia, la de los Stone Roses y el trono del que desaparecieron pero, la que nos ocupa a nosotros, es la de prensa británica buscando llenar un hueco y una respuesta a la invasión de Estados Unidos que había llegado procedente de Seattle.

 

Elegidos para reinar

Y en esas llegaron Suede. El campo de juego era el ideal para que la crítica se desviviera por un grupo que tenía muchos ingredientes para ser el ojito derecho de la prensa musical británica. Concebida en 1989, en torno a la joven pareja formada por el vocalista Brett Anderson y la guitarrista Justine Frischmann, junto al bajista Mat Osman, la banda incorporó poco después al guitarrista Bernard Butler y, con el tiempo, sustituyó su batería electrónica por músicos como Justin Welch, Mike Joyce y finalmente Simon Gilbert.

En 1991, la relación entre Brett y Justine ya no existía. Ella tenía ya una nueva con Damon Albarn y ese revés emocional, por cierto, está presente en las letras de las canciones de lo que terminaría siendo, dos años después, el álbum de debut de Suede. Pero mucho antes de que ese disco largo estuviera en las tiendas, el grupo ya era considerado como la gran esperanza del pop de las islas. Lo que convierte este caso en algo especial y la demostración más palpable de la prisa que se daban los críticos para señalar a la próxima gran promesa, esa cuyos elogios, muchas veces desmedidos, habían llegado antes siquiera de que hubieran editado un single.

Pero a veces la prensa acierta y, cuando estos llegaron, no hicieron más que confirmar que allí había materia prima. “The drowners” y “Metal Mickey” fueron dos cartuchos certeros que multiplicaron las expectativas, pero cuando se publicó “Animal nitrate” ya no había dudas: el trono vacío tenía que ser ocupado por ellos. Con los acontecimientos sucediéndose a toda velocidad, la banda no podía perder el tiempo y ya iba perfilando su primer elepé en los estudios londinenses de Master Rock, desde finales de 1992. Ed Buller se encargaría de producir un disco que saldría a la venta el 29 de marzo de 1993.

 

Una apuesta muy distante del britpop

¿Y qué escuchábamos en ese disco? Pues las reseñas de la época hablaban casi siempre de David Bowie y es evidente que esa influencia estaba ahí. Había glam rock en aquellas canciones, no solo en el sonido, su huella iba mucho más allá: desde la portada, pasando por los juegos con la ambigüedad. Pero también había punk, provocación, furia y buenas dosis de desencanto y orgullo juvenil. Por eso, cuando, llevados por la manía que tenemos de compartimentarlo todo y hacerlo de la forma más sencilla posible, se mete a Suede en el saco del britpop se falla el tiro. Ellos surgieron antes y sus raíces, su mensaje y, sobre todo, su intención, eran muy distintos. Compartieron espacio y tiempo. Poco más.

El propio Brett Anderson lo explicaba y no se me ocurre nada mejor que sus palabras para poner las cosas en su sitio: «Cuando Suede comenzó a escribir canciones, era una documentación de la vida británica. Y luego llegaron estas otras bandas y lo que hicieron fue celebrar la vida británica. Nosotros nunca lo celebramos. Simplemente veíamos la banquetas jodidas y llenas de basura. Nunca fue una onda de que la gente cantara a coro con nosotros como si estuviéramos en un bar. Esa fue la diferencia entre Suede y todas las otras bandas de britpop que vinieron después de nosotros». Yo creo que queda claro.

Escuchar el primer disco del grupo de Brett Anderson es confirmar que, en lo musical, también hablábamos de cosas diferentes. El disco respondió a toda la expectación que había despertado. Tres de sus once canciones ya habían sido disfrutadas y alabadas como singles, así que buena parte del trabajo estaba hecho. Pero había más. El sonido de Suede capturaba el espíritu del presente mirando al pasado y lo hacía con canciones brillantes como la inicial “So young”, con ese falsete exagerado y su historia con drogas, desesperación y otras tantas sensaciones. Qué es el pop sino eso.

Hay dramatismo en “Pantomime horse”, a través de cuya belleza y oscuridad  Anderson deja escapar una parte del desencanto que el final de su relación con Justine le había dejado dentro. Su trabajo como vocalista destaca aún más en “She´s not dead”, en la que las cuerdas elevan el brillo de una composición que es pura poesía y en la que abordaba el suicidio, un asunto que le tocaba muy de cerca y que trata a través del caso de su tía y su pareja; “Breakdown”, por su parte, es una maravilla en la que aparece la distorsión, cuando llega el final. Antes, la canción no ha dejado de crecer en intensidad; sin duda, es una de las cimas del disco. “Sleeping pills” transmite desgarro y dramatismo, y le canta al Valium como fórmula escapista.

Como nada es perfecto, “Moving” abusa de los efectitos y “Animal lover” seguramente le sirvió para desahogarse contra Justine y Damon, pero, en lo musical, se queda muy lejos del notable. Mucho más inspirada es “The next life”, en la que Bernard se sienta al piano y Brett le rinde homenaje a su madre.

Han pasado treinta años. Posiblemente, este no sea el mejor disco de Suede, pero sí les representa a la perfección. Y más allá del caso concreto, representa a un grupo al que se puso en el punto de mira y que supo responder. Por decirlo de una forma sencilla, no se me ocurre que pudieran haber sacado un mejor álbum en aquel momento. Habría tiempo para ello. En Dog man star (1994) fueron un paso más allá en dramatismo y en profundidad, y a los nombres de Bowie, T. Rex o los Smiths bien se podía unir el de Scott Walker. Aquel fue un disco tan ambicioso que, como reacción, dio paso a Coming up (1996), con Richard Oakes ocupando el puesto de Butler y una colección de canciones sobresalientes, pegadizas, eternas. Y sí, para el que escribe, su mejor disco.

Luego llegó el bajón. Y la separación, el paréntesis de una década y la reaparición; la historia tantas veces vivida en este invento que tanto nos gusta. Y las segundas partes en el rock and roll nunca han sido mejores que la primera —perdonen por el atrevimiento— pero, en muchas ocasiones, sí que son buenas; y la de Suede lo es, y mucho. Aún son capaces de editar buenos discos y en caso de duda pueden echarle un oído a Autofiction, editado el año pasado, y despejarla.

Anterior entrega de 30º Aniversario: VS (1993), el difícil segundo disco de Pearl Jam.

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