Sinematic, de Robbie Robertson

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DISCOS

«Estamos corriendo un grave riesgo con las maquinitas del que ya avisaba Jimmy Page en 1978. Parece que una melodía trabajada ya no es necesaria»

 

Robbie Robertson
Sinematic
UME DIRECT, 2019

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

Reconocer la realidad no es algo que sea fácil. Especialmente si esta aporta algo negativo a nuestra persona. Todos tenemos esa tendencia a la perfección interna mental, y aunque luego nos guste decir eso de «nadie es perfecto», a lo que añadimos «y yo el que menos», especialmente esta última parte ya nos cuesta más digerirla. Que todos tenemos nuestro corazoncito y nuestro ego con ganas de dar guerra. Por ello, y en un acto de constricción que me honora (¿ven?) debo reconocer que últimamente me he convertido en el cascarrabias de los grandes nombres del rock. Ojo, que eso no significa que esté equivocado, ¿eh? Lo que digo es que, pobre de mí, me siento algo solo. Pero no se preocupen. Uno tiene una edad —quizá ahí está el tema— y ya le preocupan poco o nada lo que los demás tengan que decir sobre sus opiniones. Dicho sea esto, me culpo. Yo me cargué los discos de David Bowie (Blackstar), Bob Dylan (Sinatrazos y similares), Bruce Springsteen (Western stars) o Iggy Pop (Free). Será que estoy viviendo la crisis de los cuarenta y cuatro, porque la de los cuarenta ya me queda algo lejos. Pero ahora voy a por Robbie Robertson.

Insisto en mi tesis habitual: un artista puede hacer lo que le plazca, y más si es una leyenda como Robertson, pero nadie me obliga a que me guste lo que haga. Y, desde el respeto, se le puede y se le debe criticar, si hacemos honor a esta a veces malgastada profesión de escriba rockero. Robbie Robertson, el que fuera una de las voces de The Band, que no el cantante como veo en muchas publicaciones, tiene nuevo disco y, en general, a mí no me ha gustado. Algunos aseguran que es el complemento perfecto a Guesswork, lo nuevo de Lloyd Cole, y quizá ahí está el problema. Porque tampoco me gusta. Sinematic, que así se llama lo de Robbie, viene cargado además de un montón de colaboraciones que tampoco acaban de cuajar. Ahí están el grandioso Jim Keltner, Dereck Trucks, Felicity Williams o J.S. Ondara para, simplemente, aparecer en los créditos, probablemente fruto de una evidente carencia de canciones. Especialmente sangrante es la más laureada de todas esas apariciones. La de un hiperactivo Van Morrison que simplemente se presenta para cantar algunas frases por su cuenta en la inicial “I hear you paint houses”. No sé si estuvieron juntos en el estudio pero, si lo hicieron, para cantar cada uno por su lado y a su manera, falta no les hacía. Y lo triste de esta situación es que Robbie puede haber incluido en este trabajo alguna de sus mejores letras, especialmente en las canciones más confesionales e introspectivas como “Once were brothers” o “Dead end kid”. El problema es que la música no acompaña. Estamos corriendo un grave riesgo con las maquinitas del que ya avisaba Jimmy Page en 1978. Parece que una melodía trabajada ya no es necesaria. Una buena base electrónica de fondo, cuatro improvisaciones de guitarra encima y a soltar la letra. En eso estamos convirtiendo el buen arte de la canción. Y peor es que mitos como el antes citado Pop o nuestro protagonista Robbie se suban al carro. También es cierto que, si lo analizamos con rigor, Robbie Robertson lleva sin hacer una gran canción… Así que, enfurruñamientos al margen, si no quieren perder mucho tiempo escuchen buenas —no magistrales— canciones como las ya citadas más arriba y poco más. Háganme caso. La cosa no está para perder mucho tiempo.

 

 

Anterior crítica de discos: Brujería, de La Bien Querida.

 

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