Robe Iniesta, entre el éxtasis, la comunión y los detalles

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«Ni un solo acorde sin la respuesta de un mar de brazos en alto. Ni un solo verso sin el eco desbocado del público»

 

Con un repertorio singular, que extrae los matices de su catálogo discográfico, que entona al completo su álbum Mayeútica y hace guiños a Extremoduro, Robe Iniesta se plantó ante el público madrileño más hablador y cercano de lo habitual. Allí estuvo África Egido.

 

Robe Iniesta
Parque Tierno Galván, Madrid
11 de junio de 2022

 

Texto: ÁFRICA EGIDO.
Fotos: CLARA DE VARGAS BARROSO.

 

Lo de Robe Iniesta es digno de estudio. Pocos artistas han logrado una trayectoria como la suya, dejando que solo hablen sus canciones. Ni una elaborada promoción, ni un pomposo espectáculo. Nada. Solo música y lo que parece una fe inquebrantable en ella.

El sábado, once mil personas abarrotaron el madrileño parque Tierno Galván para disfrutar de un nuevo concierto de la gira Ahora es cuando, y lo que ocurrió bajo el escenario fue tan significativo como el repertorio sobre las tablas. Desde las siete de la tarde, adultos, adolescentes y niños (sí, también) desafiaron el récord de temperaturas que asfixiaba a la capital, para ponerse a los pies del de Plasencia a su paso por el festival Madrid Escena. Ni un solo acorde sin la respuesta de un mar de brazos en alto. Ni un solo verso sin el eco desbocado del público.

El cantante saltó a las tablas rozando las nueve de la noche. «Espero que disfrutéis de la tarde, de la noche o de lo que cojones sea esto. Menuda normativa municipal de mierda», espetaba después de interpretar “Del tiempo perdido”, abiertamente molesto con la obligación de acabar el show antes de las doce. No le faltaba razón, pues la luz del sol y un repertorio inicial que pedía recogimiento descafeinaron ligeramente los primeros minutos del concierto. «No os perdáis nada –advertía después Iniesta–. Porque si no sois vosotros, ¿quiénes? Si no es aquí, ¿dónde? Y si no es ahora, ¿cuándo? Disfrutad del momento porque sois vosotros, estáis aquí y ahora es cuando». A partir de ese momento, y mientras el sol caía tras el escenario, hubo tiempo para canciones nuevas, cortes de sus primeros discos en solitario (Lo que aletea en nuestras cabezas y Destrozares) y recuerdos a Extremoduro con “Si te vas”, “Tango suicida” o el frenético “Mi corazón”, que coronó la primera cumbre emocional de la noche. «El que no esté colocado, que se coloque», recordó en ese momento el músico, aludiendo a una de las frases más recordadas de Enrique Tierno Galván en sus años como alcalde de la capital.

Poco a poco la noche se abrió paso, y el show, en perfecta sincronía, cambió de ritmo impulsado por el “Segundo movimiento: lo de fuera”, del álbum La Ley Innata. La virulencia de ese corte, y un Robe anormalmente hablador y cercano, llevaron al público al descanso con la sensación de que, ahora, por fin, el calor brotaba de dentro.

Desde entonces, el concierto se transformó. La segunda parte fue por y para una comunidad enfervorecida que remó tan a favor que hasta algún guardia de seguridad dedicó parte de su tiempo a tomar fotografías del show. Sonó Mayéutica al completo y, como es habitual, no hubo una escenografía ostentosa, ni un Iniesta agitando al público. Las canciones lo hicieron por él.

Sin apenas tiempo para salir del éxtasis mayéutico, los bises (los hits de Extremoduro “A fuego”, “La vereda de la puerta de atrás” y “Ama, ama y ensancha el alma”) desataron la euforia. Si bien Robe no diseñó un repertorio destinado al aplauso fácil, sí regaló una traca final que permitió a los presentes viajar a su pasado, pasear por sus recuerdos y revivirse a través de las canciones. Menudo regalo.

El repertorio de Robe, el de ahora, es una apuesta por los matices, por la belleza de un susurro, por un coro a tiempo y con presencia, por el silencio, por un teclado que a veces susurra, por un violín que cuenta una historia, por un… «shhh, ven, viaja conmigo, espera, siéntate a mi lado y vamos a escucharnos». Los grandes recintos, como el del Madrid Escena, dejan demasiadas fugas a un viaje como el suyo que, dentro de un teatro, se vuelve tan vibrante y conmovedor. Aun así, el concierto facilitó el éxtasis, la emoción y la comunión. ¿Quién no se conforma con tanto?

El cantante se despidió con un cálido «hasta siempre, siempre, siempre» y, entre el público, resonó su emoción. La misma con la que, poco a poco, el recinto se vació dejando un río de personas que fluía a oscuras por las praderas colindantes. En silencio. Como quien, tras un largo viaje, marcha a casa algo desubicado. De vuelta a la realidad.

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