Hank Idory: «La novedad es que decidí divertirme»

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«Prefiero escribir acerca de mi experiencia, y si de paso puedo hacer sentir bien a quien las escuche, ese será el mejor regalo»

 

Con su nuevo álbum de estudio bajo el brazo, Sentimental jamboree, Juancho Alegrete, conocido artísticamente como Hank Idory, continúa avanzando en su incansable búsqueda de la melodía perfecta. Un segundo disco, un segundo paso, ya en su haber, que cerciora su manera de comprender y mostrarnos el pop.


Texto: XAVIER VALIÑO.
Fotos: FACUNDO NOVO (Foto 1) y CARLOS SOLER (Foto 2).

 

«Canciones soleadas para hacer sentir bien a los demás». Así define Juancho Alegrete sus canciones o, al menos, eso es lo que le gustaría que fueran y para ello las compone. Hace cuatro años se dio a conocer con un primer disco homónimo con su nuevo apodo musical, Hank Idory, después de formar parte de otras bandas durante décadas. En él habitaba un cóctel invencible de pop, de esos en los que se puede escuchar y disfrutar de pinceladas power-pop, sunshine pop y de algún desvío hacia otras sonoridades como la bossa nova, pasada, por supuesto, por el tamiz del pop. Ahora llega con su segundo álbum bajo el brazo, Sentimental jamboree. Diez nuevas canciones en castellano que buscan, y en ocasiones encuentran, la perfecta melodía pop. Hablamos con él.

 

Cuatro años después de tu debut aparece el segundo disco. ¿Cómo se ve desde dentro la evolución? ¿Se trata más de una continuidad?
En Sentimental jamboree quería que todo sonase mejor y más bonito, no lo veo como una continuidad del primero. Mientras iba escribiendo este disco me imaginaba que todo sonaría mucho más pop y con más colorido.

 

Grabar este disco ha sido un viaje muy accidentado, con sesiones de estudio anuladas, pistas grabadas que desaparecían y, además, la pandemia. Lo último está claro, pero ¿qué sucedió con esas sesiones, esas pistas perdidas?
Los errores de agenda y la falta de una buena comunicación hicieron que la grabación se retrasase semanas, o meses, después de reservar la sesión en el estudio. En otras ocasiones, ProTools daba error y las pistas grabadas quedaban inservibles después de haber invertido tiempo y energía en ellas. Para alguien que está en pleno proceso de creación, estas cosas resultan bastante frustrantes y hay que esforzarse para no perder los nervios. Sentía que no había manera de avanzar y que seguía en el mismo punto, por más que pasara el tiempo y pusiera de mi parte. Entonces estalló la pandemia y todos los planes saltaron por los aires, por lo que muchas cosas quedaron a medias. Decidí que me olvidaría de esas canciones a medias y que escribiría otras nuevas para grabarlas en casa a solas. Así lo hice con cuatro temas: “Mancini, tú y yo”, de la que recuperé algunas pistas grabadas en estudio, “La Costa Azul”, “Las agujas del reloj” y “Carrusel”. Grabé las pistas principales de estas canciones y, posteriormente, las completé con pistas de batería, violines y trompetas en Novoestudios, mi estudio favorito. Al final, descubrí un nuevo método de grabación, escribí canciones que me gustaban mucho más, gané seguridad en mí mismo como músico y, además, me divertí como nunca con todo el proceso.

 

 

En el disco hay, al menos, dos referencias a canciones españolas, no sé si alguna más. Por un lado, “Carrusel”, un título que compartes con Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, aunque no tengan más en común aparentemente. ¿Por qué ese homenaje? ¿Tiene que ver, precisamente, con las vicisitudes de la grabación?
“Carrusel”, de CRAG, es una de esas canciones que aparecen de vez en cuando en mi cabeza. Siempre me ha gustado, pero no se trata de ningún homenaje, la historia de esta canción es otra. Durante los días de la pandemia, cuando no podíamos salir a la calle, cada noche jugábamos en casa a planear cosas divertidas para el futuro. Solíamos decir «háblame del día en que…». Era una forma de evadirnos juntos de esa situación. Justo en ese tiempo había encontrado un riff divertido con dos acordes, con el que me inventaba letras al azar y las iba cantando por casa. Poco a poco, le fui dando forma a la melodía y a la letra, hasta que llegué a esa palabra que encajaba en la métrica y le daba sentido a todo. En realidad, es una canción con la que solo quería hacer feliz a mi familia, pero, efectivamente, a cualquiera le resultaría fácil pensar en la vida como un carrusel. También es cierto que la sensación que tuve al terminar el disco fue como la de bajar de un carrusel.

 

Por otra parte, está “Un rayo de sol”, título también de la conocida canción de Los Diablos. Aunque no parece haber más similitudes, y puede que se trate de una referencia nada más, sí que es posible atisbar la necesidad de luz en buena parte de tus canciones, el deseo de que esté presente en nuestras vidas. Además, tus letras parecen abordar experiencias personales. Me imagino que no te sale hablar de otros, pero precisamente “Un rayo de sol” parece salirse de ese molde, ¿no? ¿Qué buscabas con ese texto?
No se me ocurre un título mejor para una canción pop que “Un rayo de sol”. ¡Bravo por Los Diablos! Siempre que escribo una canción tengo miedo de que sea la última y la inspiración se vaya para siempre; aunque, afortunadamente, termino escribiendo otra canción tiempo después. Eso me hace sentir bien, pero me vuelve a dar miedo pensar si otra vez es la última… Es un círculo vicioso, así que, para no olvidar que siempre habrá otra melodía y escapar de ese bucle, decidí escribirme una canción a mí mismo, pero como si fuera mi inspiración la que me dice «como un rayo de sol volveré a sonar de nuevo en tu voz, otra vez». Y me voy dando las claves, a lo largo de la canción, para confiar en que siempre habrá otra melodía más: «Hace falta ganar y perder, hace falta salir a buscar lo que se fue…». Prefiero escribir acerca de mi experiencia, que es lo que me inspira para hacer canciones, y si de paso puedo hacer sentir bien a quien las escuche, ese será el mejor regalo.

 

En “En estos días” puede encontrarse relación con grupos como Le Mans o La Buena Vida. ¿El sonido de aquellas bandas de Donosti te atrajo en su momento?
De esas bandas me seducía la mezcla de inocencia en las melodías y la ingenuidad en las voces, junto con esa producción tan limpia. Además, los títulos de las canciones, tan poéticos, sintetizaban perfectamente letra y música. En la época en la que descubrí a esas bandas tuve un proyecto que se llamaba Margarita Dreams con el que jugaba a atrapar todo ese sonido. Así que respondiendo a la pregunta, sí, ese sonido me atrajo mucho, muchísimo. De alguna manera, las canciones de Le Mans y la Buena Vida me hacían pensar en uno de mis discos favoritos de Beach Boys, Love you, que fue prácticamente un disco en solitario de Brian Wilson en sus pocos momentos de lucidez, a mediados de los setenta, y que está lleno de inocencia. Si por algo me gusta ese disco es por ese aire tan infantil y tan puro que tiene. Como Le Mans y la Buena Vida. Por cierto, Le Mans también tienen una canción que se titula “Un rayo de sol”.

 

¿Sería posible referirse a tus canciones simplemente como pop? Evidentemente, podríamos ampliarlo a sunshine pop (“Un rayo de sol”), bossa nova “La Costa Azul” o power-pop (“Club de astronomía”), los tres extremos entre los que parece que te mueves.
Sí, es pop. Pero el pop engloba todas esas cosas, ¿no? Además, es una actitud. Creo que no hay que tomar demasiado en serio las melodías y que es bueno jugar con ellas como si nadie mirase. Si no, ya es otra cosa distinta del pop, tal y como yo lo concibo. En ese sentido, a pesar de que me gusta cuidar todos los arreglos con detalle, procuro no hacer más de cuatro o cinco tomas de cada cosa por miedo a perder esa espontaneidad y que ya no suene a pop. Me aburre buscar la perfección en la ejecución. Hay veces que un error de ejecución tiene su magia y también es buena idea dejarlo sonar.

 

¿Puede que en este disco la novedad sea, precisamente, el funk en “Carrusel” o el vals de “Mancini, tú y yo”?
Tal vez la novedad sea que decidí divertirme sin estar pendiente de lo que podrían pensar los demás.

 

«Me aburre buscar la perfección en la ejecución»

 

¿Cómo de complicado es llegar a una melodía casi perfecta como la de “Club de astronomía”? ¿Cuánto hay de prueba y error, cuánto se desecha?
Trato de no reflexionar mucho en el proceso de creación por si se rompe la magia, hay cosas que es mejor que simplemente sucedan. La mayoría de las canciones las escribo cuando voy paseando o de camino a algún recado. Hay un paso de cebra cerca de mi casa con un semáforo que tarda mucho en ponerse en verde, allí he escrito muchas melodías que, si no tengo como grabar, voy tarareando hasta que llego a casa y las consigo registrar. Otras canciones las he escrito mirando por la ventana o cuando preparo un café, pero no es algo que pueda planear, la verdad. “Club de astronomía” tiene una historia curiosa. Escribí las estrofas y el puente hace años, y llegué a grabar una maqueta de un minuto y medio que compartí con algunas amistades. La tenía olvidada porque siempre sentí que le faltaba un buen estribillo. Una noche, a la salida de un concierto en Loco Club, mi amiga Patri empezó a cantarla al saludarme y pensé que si ella la recordaba, después de algunos años, sería porque era una buena melodía. Al día siguiente la toqué de nuevo con la guitarra para recordarla y el estribillo simplemente salió de manera natural: «Lo que quiero decir, es que no sé qué hacer…». Ese día retoqué un poco la letra y ya estaba lista para grabar.

 

 

¿Te resulta más fácil componer con el tiempo, con la experiencia? Y, en ese caso, ¿cuánto tienes que intentar no repetir o no dejarte llevar por lo ya transitado?
Lo único que he aprendido el tiempo que llevo escribiendo canciones es que lo importante es estar atento a todo lo que sucede alrededor y anotarlo en algún sitio. Alguna frase escuchada al azar, alguna conversación, algo que lees… todo puede ser parte de una canción. Hacer canciones no me resulta ahora más difícil que al principio, pero en cada época de mi vida pasan cosas diferentes. Hay veces que no pasa nada y entonces no hay canciones. Solo intento poner banda sonora a todo lo que va pasando y, como cada situación pasa en un contexto diferente, siento que cada canción pide un tratamiento distinto. A veces un toque de bossa nova, a veces un toque de soul y, otras veces, un vox a válvulas es suficiente.

 

Cuando una canción está acabada, ¿lo ves con claridad? ¿Sueles lograr el sonido que tenías en tu cabeza antes de grabar?
Cuando escribo una canción grabo una demo, la guardo y la escucho tiempo después. Si no echo nada en falta es que ya está lista. En ese momento ya tengo claro cómo quiero que suene y cómo van a ser los arreglos y las armonías vocales, al menos lo principal. Luego se me van ocurriendo cosas en las que no había pensado. ¡Es como un juego!

 

Has vivido en tres ciudades: Ourense, Madrid y Valencia. ¿Queda poso de las dos primeras en tu obra, en tu vida, o el Mediterráneo la nutre casi exclusivamente?
Nací en Madrid, donde tuve familia hasta la adolescencia. Pasé la mayor parte de mi infancia en Madrid y Ourense, pero fue en Valencia donde crecí. Cuando voy a Madrid todo me resulta familiar, pero me siento un extraño. Si visito Ourense me parece que vivo una película, porque las calles que conocía no han cambiado nada y es todo como un gran decorado. En Valencia está mi sitio, me encanta esta ciudad. Me siento de aquí, aunque mis recuerdos de niño están en otra parte. Sin querer, todas mis vivencias salen en las canciones. Ourense es una ciudad llena de puentes. Cada mañana, cuando salía de casa veía la misma postal: dos puentes cruzando el río Miño, el Ponte Nova y detrás el del ferrocarril. Volví a Ourense cuando grabé el primer disco de Hank Idory. Fui a ver mi antiguo colegio paseando por las calles de mi infancia, y aunque todo era igual, nada era lo mismo. Yo tampoco. Parecía como si hubiera viajado muy lejos buscando algo y no hubiera encontrado gran cosa. De esa sensación salió parte de “Hoy empieza todo”: «Puentes que no cruzarás, a pesar de los kilómetros que andes…». En Valencia sucede la escena de “Aquellas olas”, la canción que cierra Sentimental jamboree. Una historia real sobre algo que ojalá hubiera pasado, ¡aunque nunca he conseguido una mesa en La Más Bonita! Cuando viajaba de Madrid a Ourense, un amigo de mi familia, Juan, padre de mi admirado Juan Vitoria, de Discos Ámsterdam, nos grababa cintas BASF con música de todo tipo: Elvis Presley, The Beatles, Herp Albert, Vinícius de Moraes, Glenn Miller… Las cantaba todas de memoria mirando por la ventanilla. Cuando terminé Sentimental jamboree pensé que la mezcla de estilos podría ser la banda sonora de esos viajes que hacíamos para encontrarnos con la familia. Me di cuenta, por esa mezcla de estilos y la idea de salir al encuentro, de que todas las canciones forman parte de un gran viaje de recuerdos con su propia banda sonora. Un encuentro sentimental, como dice Paul McCartney en “Junk”. Le pedí a Álvaro Ortega que diseñara el arte del disco con todas esas referencias y el resultado no pudo gustarme más.

 

¿Cómo de necesario es para ti componer?
Es mi forma de estar en equilibrio y el juego más divertido que conozco.

 

 

Supongo que más de una persona te habrá preguntado por qué la referencia a Bowie en tu nombre artístico, si no hay demasiado eco suyo en tus canciones. Tal vez en alguna guitarra…
Cuando estaba terminando de grabar el primero de Hank Idory no tenía todavía un nombre para el proyecto. Un día, buscando un sonido en especial, recuerdo que pensé: «Esto tiene que sonar como la guitarra de Mick Ronson en “Song for Bob Dylan”». Entonces pensé en el disco en el que estaba esa canción y me acordé de ese título tan bonito con el que hice el juego de palabras. Soy fan de Bowie. Me fascina su evolución artística disco a disco.

 

Te defines en las redes sociales como alguien «en busca de la melodía perfecta». Dime algunas canciones que crees tienen esas melodías perfectas que persigues.

“Alfie”, de Burt Bacharach; “Over the rainbow”, de la película El mago de Oz, es perfecta y seguro que David Bowie pensó lo mismo cuando escribió “Starman”. «The honeymoon song», de Mikis Theodorakis, aunque llegué a esta melodía por la versión de Gloria Lasso, que era la sintonía del programa de radio Polvo de estrellas, pero a mí la que me gusta es la versión de Mary Hopkins.“Ordinary song”, un himno pop de la banda The Little Ones; nunca le estaré suficientemente agradecido a mi amigo Vicente Prats por ese descubrimiento.“Rainbow eyes”, de Brian Wilson, en la versión que hace Klé; “Cierra los ojos”, de Cooper; “Waterloo sunset”, de The Kinks; “Cars and girls”, de Prefab Sprout… Hay muchísimas más.

 

 

Supongo que eres consciente de que tu música no puede llegar a todo el mundo y que, hoy en día, hay quien no tiene paciencia para discos de larga duración. Aun así, ¿qué expectativas tienes con este disco y a dónde te gustaría llegar?
Así es. Hoy en día, en general, queda poco sitio para los discos de larga duración, pero pienso que eso cambiará y, en ese sentido, me siento como uno de esos surfistas que espera con su tabla, mirando al horizonte, la gran ola. Mientras tanto, seguiré escribiendo discos. Cuando terminé las canciones de Sentimental jamboree, lo primero que hice fue enviarle una copia a Javier Abad, de Pretty Olivia Records, con la ilusión de que le gustasen y las editasen en vinilo, porque sería la única manera de que se escuchasen de un tirón, mirando la portada, leyendo las letras, estudiando los créditos del álbum… Un ritual que nada tiene que ver con la forma en la que se consume la música en streaming. Ojalá que la gente que se acerque por primera vez a Hank Idory lo haga con esa actitud.

 

Me imagino que no puedes vivir de esto; de hecho, tienes otro trabajo. ¿Cómo se conjugan ambas facetas? ¿Hay suficiente tiempo para la música en tu día a día?
Mi vida tiene mucho que ver con la portada del primer disco: hay una parte creativa que está atrapada en otra más seria y formal. Afortunadamente tengo tiempo para cuidar de las dos. Con el tiempo he descubierto que, en realidad, puedo ser más creativo en mi trabajo y, a la vez, tomarme muy en serio lo de escribir canciones y grabar discos. Desde que lo descubrí, disfruto mucho más, obtengo mejores resultados en las dos facetas y soy mucho más feliz. En el día a día siempre encuentro un momento para la música, descubriendo alguna nueva canción y aprendiendo algo nuevo con el piano, la guitarra o simplemente disfrutando de mis discos favoritos de nuevo.

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