Ramoncín: “En los ochenta no había más líder que yo”

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“No venderse fue lo que hice yo, que me senté con el director general de la compañía y le dije: ‘Tú no vas a tocar mis letras, porque este es mi disco. Y si no, te prendo fuego’”

 

Se cumplen cuarenta años de “Ramoncín y W.C.?”, el debut de Ramón J. Márquez. Su reedición lleva a Carlos H. Vázquez a preguntarle por sus inicios, plagados de actitud y alguna que otra polémica.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ. Foto: MARTIN J. LOUIS.

 

Es el ángel de cuero con piel de rock and roll. Ramoncín nunca se ha ido, está latente. Y cuarenta años después rememora su primer disco, “Ramoncín y W.C.?” (EMI, 1978), un elepé que Warner acaba de reeditar con material extra, como el concierto del Teatro Barceló del 8 de febrero del 78 y la actuación en el programa “Bailando en las calles”, de Radio 3, el 3 de agosto de 1977. ‘Marica de terciopelo’, ‘Rock and roll duduá’, ‘Cómete una paraguaya’… Himnos patrios (unos piensan en ello como punk) que han llegado al ideario actual para celebrar el cuadragésimo aniversario de su nacimiento, entre el tardofranquismo y los inicios de la movida madrileña.

Es común encontrarse con el músico madrileño en el Hotel Urban de Madrid, frente al Congreso de los Diputados; es un punto fijo a la hora de quedar con él. Ramón J. Márquez, Ramoncín, lleva en su brazo derecho el rabo del diablo tatuado y en su rostro la sonrisa del vallecano. Cerveza para hablar del tiempo que ha pasado cuando el presente hierve a treinta y cinco grados en las calle.

 

¿Sigues entendiendo la vanidad de la misma manera que antes?
La primera vez que me preguntaron si yo era un vanidoso pensé: “¿Yo, vanidoso?” [se refiere a la entrevista con Mercedes Milá en el programa “Dos por dos” de Televisión Española]. Y lo que dije fue sincero: “No lo sé”. Pero es que nunca he sido vanidoso. Creo que una cosa es la actitud y otra la vanidad, aunque la vanidad no es una buena compañera de viaje.

 

En otra entrevista, en este caso de “Disco Exprés”, decían que tenías media hostia pero que eras enormemente agresivo.
Me pasa que yo soy muy peligroso. Los grandes, gordos, altos y de gimnasio pueden parecer fuertes, pero no son peligrosos. En el barrio y en los billares la gente no era fuerte ni alta ni gorda, sino que era peligrosa o no. Yo me di cuenta (muy pronto) que tenía un nivel de peligrosidad alta. Aprendí a pelearme y a defenderme muy bien. He tenido pocas peleas, sobre todo después de hacerme famoso, pero no he perdido una sola en mi vida, posiblemente por el entrenamiento de boxeo. Aunque pienso que no se puede arreglar nada a hostias, y las que me he llevado ha sido por ponerme en medio. Hay gente a la que una buena hostia le viene que te cagas.

 

¿Recuerdas la primera hostia que te llevaste?
Y no la olvidaré. Durante una semana estuve planeando cómo asesinar al tipo que me la dio, un guardia civil de la casa-cuartel de la calle Ancora, de donde salieron mis primeros grandes amigos: Julito, Sansegundo… Aquel tipo era el sargento Puga. Me acuerdo hasta del nombre. Era un borracho que vivía allí. Esto pasó un 1 de mayo (día del trabajador). Mi barrio era una zona portuaria donde estaba la RENFE, el Águila, Standard Eléctrica, Isolux… En esos días, la Policía tomaba todo aquello. Era acojonante. No era recomendable andar por allí el 1 de mayo. El 1 de mayo, por la tarde, las mujeres cosían las heridas de la cabeza de sus maridos porque los grises (policía franquista) les habían dado de palos. Te abrían la cabeza, ibas a curarte y te detenían, así que la gente se curaba en sus casas. Esa era la situación. Yo anduve paseando por allí con una chica con la que estaba saliendo (Margarita). Posiblemente más de lo normal y casi provocando, y llevaba el pelo largo. En una de esas que pasé, llegó el tío, el guardia civil, y me dio una hostia con la mano abierta. No lo vi. Era un pobre desgraciado, un cirrótico que palmó en su momento. Pero esa hostia me duró tanto tiempo que todavía me duele. No se me olvidará jamás, pero me vino muy bien, porque me puso en el lado que tenía que estar.

 

¿Te reconoces cuando te ves hace cuarenta años?
En algunas cosas sí, como todos. Pregúntale a cualquiera. Nosotros estábamos más expuestos (¡me gustaría ver una foto tuya o de cualquier persona de hace tiempo!). Cuarenta años es mucho. Entonces éramos todos muy delgados y muy huesudos. La gente de barrio teníamos algo famélico en las caras.

 

 

Para vivir en el barrio, ¿había que cambiar o adaptarse?
La gran mayoría de la gente trabajaba en el barrio. Era un barrio súper seguro, pero yo quería salir de ahí. Había unos límites que no me interesaban y había que hacer algo, como aplicarse en la Universidad, pero a mí la Universidad no me ponía nada. Fui y me puse a hacer teatro. No había nada que me llamara la atención, ni pensaba en ser médico o astrónomo. No encontraba lo que quería ser, así que lo mejor era adaptarse para escapar. A partir de los 18 y 19, cuando fui padre, la sensación ya era distinta. No me veía tan fuera del nido, pero todo el mundo quería dar un paso más arriba. Los chicos querían irse, pero no por tener nada en contra del barrio, sino porque querían cambiarse de casa, aunque fuera en Atocha. Eso ya era salir del barrio, pero se produjo en muy pocos casos. Se vivía de un sueldo y tampoco teníamos caprichos, pero para vivir, comer, vestir o estudiar no había problemas.

 

Me llama la atención, porque en ‘Rock and roll duduá’ dices: “…escabúllete, quema tus libros…”. Entiendo que te referías a los libros de texto del colegio, pero son cosas que te podían dar una salida. También hay un mensaje muy similar en ‘Soy un chaval’, del disco “Barriobajero”.
Sí. Tenía que haber dicho “quema tus libros de texto”. En la canción ‘Barriobajero’ también decía algo parecido: “El color de sus bolas y las últimas que perdió jugando en la valla del barrio antes de robarnos el juego a cambio de un libro para ser mayores”. Era una reacción e imagino que también era una frase fácil para ese momento. Creo que si eso lo dice alguien que no lee libros, entonces tendría un sentido distinto, porque sería un desprecio. Yo he leído a muchos compañeros míos, en alguna entrevista, decir que no habían leído ningún libro o que solo habían leído uno o dos. Me resulta increíble. Yo tengo en casa una biblioteca con unos veinte mil libros. No me habré leído todos, pero la mitad seguro. Aquello de quemar los libros eran cosas que decía entonces sin medir; era lo que sentía.

 

¿Cómo se entendería ahora la frase “mastúrbate en el metro”, de ‘Ponte las gafas’?
Sería imposible. Tampoco se entendería nada de ese disco, ni la portada, la contraportada o las fotos interiores. Tendría que estar dando explicaciones cada dos minutos. Era un disco reivindicativo y entonces lo entendió todo el mundo. Gonzalo Torrente Ballester, que tuvimos a bien recibirle en los conciertos hasta poco antes de morir, venía con alguno de sus hijos siempre que tocábamos en los alrededores de Salamanca. Un día me llamó Paco Umbral y me dijo que leyera el periódico “Información”, porque Gonzalo Torrente Ballester decía en las páginas que acababa de leer un poema en métrica libre, y que no había leído nada parecido desde Walt Whitman. Poca gente te hace esos regalos ahora, y encima tienes que estar dando muchas explicaciones. Ahora mismo un chaval de 22 años no tiene posibilidad ninguna de salir el sábado en el programa más visto de la televisión y cantar algo parecido a ‘Marica de terciopelo’ y dedicárselo a los presos que están en la cárcel, como dije yo en su momento.

 

¿Qué te parece el caso de Valtonyc?
Ahí hay problema civil, no penal; las leyes distinguen entre lo civil y lo penal. Tú, civilmente, puedes decirle a un tío que no se puede cagar en la madre de no sé quién, que no puede hacer tal cosa porque conllevaría una multa y una censura, pero de ahí a convertirlo en penal es como si se estuviera aplicando la ley de “vagos y maleantes” de mi época. A mí, por cantar ‘Marica de terciopelo’, podrían haberme aplicado un código parecido a este y haber empezado por lo civil y haber terminado por lo penal. Ahora mismo te puedo explicar por qué creo que es mejor la República que la Monarquía, y te lo puedo explicar de una manera educada. Eso ya es el gusto de cada uno. Pero hay otros que eligen otra vía y dicen “guillotina al Borbón”, por ejemplo. Bueno, pues eso, si es un problema, es un problema civil, no penal. Si fuera un problema penal, en mis cuarenta años de entrevistas, por las cosas que han sacado de mí podían haber metido en la cárcel a muchos periodistas, si aplicáramos el mismo rasero. Pienso que es un escándalo que le pase eso a una persona, y todo por decirlo en las letras de unas canciones. Es un artista, y el arte tiene siempre que trasgredir, porque si no no es arte. Un artista del Renacimiento no hubiera podido decir nada de haber sido políticamente correcto. No se habrían hecho obras maestras de la literatura. Así que es escandaloso que haya un señor fugado por unas opiniones dichas en canciones, por muy burras o muy bestias que puedan parecer. Y eso nos deja en muy mal lugar.

 

Tú mismo has contado que las canciones de “Ramoncín y W.C.?”, tu primer disco, ya las tenías censuradas.
Estaban todas censuradas desde antes de grabar. Como para tocar en directo tenías que pasar la censura de las canciones, estaban todas censuradas. Llevaban todas un sello con el yugo y las flechas (todavía las tengo en casa). Yo me preguntaba por qué me censuraban ‘Rock and roll duduá’. Tampoco se podía mantener una conversación con ellos [los censores], te las censuraban y a tomar por culo.

 

 

En cuanto a las discográficas, ¿iban de de modernos, pero tenían un trasfondo rancio?
Era una industria antigua. No les gustaba la música que hacíamos. Eso de entrada.

 

¿Y por qué os ficharon?
Es una industria y era lo que tenían que hacer. Es un negocio. Pero no les gustábamos para nada. Entrabas al despacho de algún directivo y tenía puesto jazz, blues, los Beatles… Y algunos hasta Pink Floyd. Cuando fui a Barcelona a visitar a la gente de la compañía (EMI), conocí a Ray Girado (Rafael Gil), que era un tío encantador. Además, me hizo un regalo maravilloso, el “Nine tonight” de Bob Seger, donde viene el ‘Rock and roll never forgets’. Incluso nos hicimos medio amigos. Él fue el que quería ver (estudiar) conmigo las letras de “Barriobajero” antes de que saliera el disco. De ahí el mito de que yo fui a su despacho para prenderle fuego, pero la verdad es que solo le enseñé la lata de gasolina. Eran unos señores que podían vender galletas, corbatas o artistas. Les daba igual.

 

En los negocios, ¿había que cambiar, o adaptarse también?
Había que adaptarse para intentar cambiarlo. Pero la industria ha cambiado muchísimo. Ahora ha dado un giro muy grande. Y ha ocurrido que a los que les gustaba la música parece que por fin han llegado al lugar donde estaban los otros.

 

Cuando conoces a Salvador Pérez (EMI), a través de Martin J. Louis y Bertha M. Yebra (“Popular 1”), le pides un millón de pesetas como adelanto. ¿Había necesidad?
Yo tenía una obsesión: comprarme un equipo. Un error. Entonces un equipo valía un millón de pesetas. Pero no nos dábamos cuenta de que tener un equipo era una estupidez, porque había que alquilarlo. Algunos, como Asfalto, lo tenían en propiedad. Es que un millón de pesetas era muchísimo dinero. Piensa que un apartamento costaba en ese tiempo unas seiscientas mil pesetas. Y un coche cuarenta mil. Un millón era mucho dinero. En realidad me dieron setecientos cincuenta mil y me adelantaron doscientos cincuenta mil. De ese millón tenía que devolver doscientos cincuenta mil. Y muy bien, porque eso me permitió dedicarme exclusivamente a eso.

 

¿Qué era no venderse?
Pues unos lo interpretaban de una manera y otros la interpretaban de otra. Todo el mundo consideraba que irse a una multinacional era “venderse”, pero esto es una industria. Entonces, ¿todo el mundo se ha terminado vendiendo a la industria? No venderse era lo que hice yo, que fue llegar “Barriobajero”, sentarme con el director general de la compañía, y decirle: “Tú no vas a tocar mis letras, porque este es mi disco. Y si no, te prendo fuego”. No recuerdo que muchos hicieran eso. Había firmado seis discos con ellos. Así que imagínate si alguien me va a llamar a mí “vendido” ahora.

 

¿Crees que la banda te lastraba? Preferías ser solista…
Es que yo sabía lo que quería y ellos eran unos críos. El primer batería que había se llamaba Fernando Vilasante, pero le gustaba jugar al tenis y le daba miedo tocar en directo. Para que tocara la primera vez en directo le dije: “O sales o te inflo a hostias”. Tocamos con un grupo que se llamaba Vibraciones. En ese grupo estaba de cantante Alfonso, un tipo de mi barrio. Cantaba a lo Paul Rodgers y era muy bueno, pero se frustró en ese concierto. El guitarrista era Enrique Sierra, que luego fue a Radio Futura. Alfonso no quiso cantar porque no había amplificación de voz y yo lo hice después con mi voz saliendo del amplificador Marshall de Jero Ramiro, mi guitarrista. ¡Fíjate! Mi voz en un concierto saliendo por un amplificador. Kike (Enrique Sanz) era un crío. Tenía 15 o 16 años. Luego fue a Union Pacific. Jero quería ser Ritchie Blackmore. Tenía 17 años y trabajaba en una oficina. No había manera de convencerle de que para hacer esto, tocar, había que dejar el trabajo. Además, yo quería tener dos guitarristas.

 

Cosa que él no quería…
No quería ni oír hablar de ello. De hecho hay conciertos donde no está él. Me di cuenta inmediatamente de una cosa: escribía mis canciones, hacía mis melodías, las letras y me peleaba con las compañías. El concepto de grupo no existe. Dime un grupo clásico que siga existiendo.

 

¿Los Stones?
¿Y si se separa Mick Jagger de ellos?

 

Ya no sería un grupo, salvo que metan otro cantante.
¿Pero quiénes son los Stones? Mick Jagger y Keith Richards. ¿Quién eran Dire Straits?

 

Mark Knopfler.
¿Quién era Police?

 

Sting.
¿Quién era Leño?

 

Rosendo.
Es muy difícil que haya un grupo. Y hay dúos por ahí de gira que ni se hablan. Un grupo es un concepto muy difícil. Siempre hay un líder. Rainbow sin Ritchie Blackmore no es Rainbow. Luego hay grupos como Pink Floyd que han ido moviéndose, pero es como si ahora hubiera dos Pink Floyd: el de Roger Waters y el de David Gilmour. O lo que está haciendo Brian May con Queen, que no sé por qué no se ha dado cuenta de que Queen sin Freddie Mercury no es Queen. Es muy difícil el concepto del grupo y yo me di cuenta muy rápido. ¿Todo el mundo opinando? (Risas) Y sobre todo porque eran críos y yo ya tenía unos conocimientos para defenderme de los contratos. No me lastraban, porque lo pasábamos de puta madre y fue divertidísimo, pero yo quería otra cosa: dos baterías, dos guitarristas, un teclista…

 

¿Te sentías un líder, musicalmente hablando?
Ahora, sinceramente, no. Creo que los líderes musicales ahora tienen veinte años y es lo que tiene que ser. Desde ese punto de vista, en los ochenta no había más líder que yo, pero ahora no. Y si lo fuera no lo diría. Cuando vendes más discos que nadie, más entradas que nadie y llenas más que nadie, eres el jefe. Y eso me pasó a mí durante una temporada, como les pasó a otros.

 

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