Punto de partida: Santy Pérez y Joaquín Sabina

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«La primera época que escuché el disco supe que quería ser músico y hacerme con una guitarra. Así lo hice. La segunda época, el reencuentro, es cuando supe que quería escribir canciones»

Santy Pérez se ha estrenado con «Charlas de ética», un disco divertido y sorprendente con el que se posiciona como uno de los más jóvenes e interesantes cantautores rock. Nos cuenta que el disco que le cambió la vida fue uno de Sabina.

 

Joaquín Sabina
«Yo, mi, me, contigo»
BMG, 1996

 

Casi todos los discos que me sirvieron de influencia desde mi más tierna juventud son discos «made in Spain» y parece que a veces queda muy chabacano y poco «cool» no escoger uno rarísimo de un prestigioso artista internacional, pero, ¡qué coño! Las cosas son como son y no voy a ser yo quien cambie la historia y mucho menos la mía, por eso el disco que he elegido es mi Biblia particular, mi curso de primaria, el cero de mi punto de partida…

«Yo, mi, me, contigo» de Joaquín Sabina es el disco que me abrió los ojos (y sobre todo los oídos) a la música. También es el culpable de que, a veces para criticar y a veces para alabar, muchos me espeten eso de «tu estilo recuerda mucho al de Sabina». Pues claro, joder, ¡a quién te va a recordar si no! ¿A Beyoncé? Esto es lo que he mamado ininterrumpidamente desde el año en que fue publicado. En aquella época yo tenía siete (escasos) años. La única música que había llegado a mis orejas había sido por mi padre (los Stones, Miguel Ríos, Jethro Tull…) o por boca de mi madre, la cual siempre cantaba canciones de Ana Belén y de Sabina en casa sin yo saber a quién pertenecían esa clase de horteradas (maravillosas horteradas) como «Y nos dieron las diez, y las once, y las doce y la una…».

Hasta hace poco seguía figurando en la carcasa de plástico la pegatina del ya extinto Pryca indicando las 2.500 pesetas que costó, pero no fui yo quien lo compró, evidentemente no era tan pudiente ni independiente a esa edad. Como el disco salió poco antes de que llegase el verano, o al menos por esas fechas desembarcó en casa, ya se sabía que iba a ser, en su versión casete, el firme candidato a poner la banda sonora al larguísimo viaje en coche que tocase ese año. Y así fue, no debía haber otra cinta en aquel Renault 11 durante nuestro viaje familiar a Salou, solo sonaba «Yo, mi, me, contigo», ida, vuelta y desplazamientos. Supongo que esa comunión tan intensa y continua con ese señor de voz cazallera (y ayudado por unos cuantos improperios que con siete años me resultaban divertidos de escuchar en una canción, por ejemplo «puta grúa» en ‘No soporto el rap’) fue lo que originó que, a mi llegada a Madrid, arrasase la estantería de los discos de mi casa para escucharme de principio a fin cada canción de Sabina. Y así fueron cayendo aquella tarde, uno a uno, «Juez y parte», «Hotel, dulce hotel», «Física y química»… pero rápidamente regresé a «Yo, mi, me, contigo».

Me parece un disco redondo en todos los sentidos, de arriba abajo, de ancho y de largo, del comienzo al final… Y sobre todo físicamente, claro. Pero eso le pasa a todos los discos. Musicalmente no podía ser más ecléctico. Seguramente el más ecléctico de toda su carrera: rumba (‘Mi primo el Nano’), ritmos caribeños (‘Postal de La Habana’), balada melódica (‘Contigo’), rock duro (‘Seis de la mañana’), vals… ¡Si hay hasta un rap!

Un detalle favorecedor también son las colaboraciones. Gracias a él y a la gira de presentación (con Los Rodríguez de teloneros) conocí a dos piezas claves del rock argentino y, para mí, padre e hijo del rock universal: Charly García (que colabora en ‘Es mentira’) y Andrés Calamaro (en ‘Viridiana’)

Muchos valoran «19 días y 500 noches» como su obra cumbre, y realmente en cuanto a letras a mí también me lo parece (‘De purísima y oro’, ‘A mis cuarenta y diez’) pero el sonido siempre me ha parecido sucio y maquetero y las canciones carentes de la frescura que tienen las de «Yo, mi, me…», que muestran a un Sabina cerca de la cincuentena haciendo gala de su eterna y peligrosa juventud, con la que tanta escuela ha hecho pero intercalando entre sus gamberradas líricas algunas de las mejores imágenes poéticas que se han plasmado jamás en una canción («y fusilar al rey de los poetas con balas de juguete», que dice en esa especie vals afrancesado titulado ‘Jugar por jugar’ o «por decir lo que pienso sin pensar lo que digo más de un beso me dieron, y más de un bofetón» en ‘Tan joven y tan viejo’).

No podría elegir una sola canción. Me gustan todas. Quizá, con el tiempo, hay algunas que menos, como pueden ser ‘El capitán de su calle’ o ‘No soporto el rap’, pero no descartaría nada de ese disco. Nada de nada. Ni siquiera algunos fallos sonoros que se pueden apreciar, como alguna voz, que no se sabe bien qué dice.

Durante aquellos años lo escuché excesivamente. Conocía cada palabra que en él se incluía: algunas tardé algunos años en llegar a comprenderlas y, sobre todo, en aplicarlas a mi vida. Después lo guardé y no volví a escucharlo. Llegaron de golpe brusco a mi conocimiento Radio Futura, Duncan Dhu, Leño y Extremoduro. Eso fue lo mejor que pudo pasarme con «Yo, mi me, contigo», porque varios años después, quizá a los trece o catorce, lo reencontré como quién encuentra un símbolo religioso en un desván que le hace una señal que sirve al que cree y, claro, yo creo en Sabina como único Dios. Estaba brillando de polvo en la estantería y sé que lo hizo para llamar mi atención, porque en casa somos muy limpios, y fue cuando empecé a gozar cada audición. Ya no solo comprendía las letras perfectamente, sino que además, mi oído, ya algo más educado, empezaba a reconocer cientos de detalles nuevos, detalles que, por cierto, a día de hoy sigo descubriendo en cada nueva escucha.

La primera época que escuché el disco supe que quería ser músico y hacerme con una guitarra. Así lo hice. La segunda época, el reencuentro, es cuando supe que quería escribir canciones y que se podía ser cantautor sin hacer una competencia desleal a los fabricantes de somníferos, como en el caso de… muchos casos. Ha envejecido de una forma tan maravillosa que si no fuese por la actual voz de Sabina (y la baja calidad de sus últimas entregas), cualquiera podría creer que fue publicado ayer y no hace casi veinte años.

Anterior entrega de Punto de partida: Enrique Bunbury y David Bowie.

 

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