El oro y el fango: El libro de texto de Diego A. Manrique

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«Me pasma su enorme nivel, que no puedo dejar de comparar con la cantidad de barbaridades que uno lee todos los días en la pantalla del ordenador, cuando, gracias a internet, la información musical está perdiendo el rigor»

 

Esta entrega de «El oro y el fango» se centra en «Jinetes en la tormenta», el libro en el que Diego A. Manrique recoge artículos periodísticos y que Juan Puchades considera lectura imprescindible tanto para profesionales del periodismo musical como para aficionados.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUËLLAR.

 

Charlando por teléfono con Igor Paskual, para consultar algún detalle de su «El arte de mentir» (el libro que publicará a mediados de mes y cuya lectura quizá provoque algún sofoco en almas cándidas y biempensantes), y como lo sé lector entusiasta de bibliografía rock, antes de despedirnos le recomiendo los «Jinetes en la tormenta» de Diego A. Manrique. Me asegura que lo tiene en su lista de la compra y me cuenta lo mucho que ha aprendido de Diego, de cómo disfruta con su escritura y lo importante que fue para él la «Historia del rock» que publicó hace casi tres décadas con «El País» y que coleccionaba todas las semanas. Otro más, pienso. Y es que a lo largo de los años ha sido recurrente tropezarme con gente (de entre treinta y tantos y cincuenta años) que me habla con entusiasmo de aquella enciclopedia por entregas que, en rigor, no es de Diego. Él la pensó y dirigió, coordinando el trabajo de muchos de los mejores expertos musicales del momento, pero es obra colectiva.

Es ese un volumen modélico que yo también compré semana a semana y luego encuaderné (la portada lucía ilustración de Daniel Torres, por entonces rompiendo en medio mundo con sus historietas). Un tomo al que acudo con cierta frecuencia, para consultar datos o contrastar opiniones, pues sigue siendo una obra (pese a que ha quedado desfasada, lógicamente), insuperada en profundidad y estructura. Un trabajo ejemplar, sin duda. Sin embargo, cuando pienso en Diego y en libros, nunca jamás recuerdo esa enciclopedia rockera: lo que me viene a la cabeza son los dos volúmenes que a finales de los setenta publicó (en una colección de monografías vinculada a la revista «Vibraciones») titulados «Historia del rock ‘n’ roll» y que, en realidad, solo cubren los primeros años, la explosión del género y su eclipse a comienzos de los años sesenta. Recuerdo el alegrón que me llevé cuando en una muy extraña librería-tienda de discos bastante hippy (de un pequeño pasaje comercial de la calle Jesús de Valencia), me hice con el primer tomo. Tendría trece o catorce años y devoré aquel volumen revelador que contaba las andanzas de Diddley, Berry, Richard, Presley y los demás. Fue decisivo para meterme en el cuerpo el interés por aquel tiempo, cuando el rock and roll comenzaba a andar. Así que, para mí, esos dos volúmenes son los libros que siempre relaciono con Diego. Los que, probablemente (y junto a muchas más lecturas), me cambiaron la vida (ahora, que me dedico a esto de escribir de música, no sé si precisamente para bien…).

Pero aquella historia del rock fue casi un espejismo: prácticamente al mismo tiempo, Diego publicó la guía «De qué va el rock macarra», años después escribió una breve monografía de encargo sobre Michael Jackson (a la que dio forma de diccionario), y pare usted de contar. Se acabaron los libros con su firma. Es cierto que en la última década ha redactado los textos de algunas colecciones de discolibros para «El País» (Sabina, Serrat, Sinatra, Lennon) y algunos volúmenes breves y aislados (unas entrevistas con Quimi Portet y Manolo García para un tomo que acompañaba la integral en cedé de El Último de la Fila). Pero no eran, estrictamente, libros como tales. A Diego, imbuido en el periodismo del día a día, lo de embarcarse en la aventura de redactar un libro largo se le hace muy cuesta arriba, sus tiempos vitales no van por ahí. Y hasta ahora hacía oídos sordos a los amigos que, periódicamente, le dábamos la brasa sugiriéndole que recopilara artículos. Pasaba olímpicamente. No le importaba lo más mínimo que uno se tomara el trabajo de proponerle diferentes ideas para encarar la faena. Lo que le dijeras era como un murmullo lejano, algo que le entraba por una oreja y le salía por la otra. Solo sonreía ante la ocurrencia.

Desconozco (no le he preguntado), las razones que le han impulsado a recoger ahora alrededor de cien artículos de los centenares (puede que miles) que, a lo largo de los años, ha escrito para «El País» para dar forma a «Jinetes en la tormenta» (Espasa), pero me alegro de que al fin lo haya hecho. Ya tardaba.

«Jinetes en la tormenta» se está tratando de comercializar como una especie de enciclopedia del rock, y algo de eso hay, pues sus entradas tratan y analizan a las principales figuras, pero sin necesidad de recurrir al historicismo estándar, y ese es su encanto: lo que nació como artículos puntuales, diarios y girando alrededor de alguna cuestión concreta, hoy son lectura esencial que nos ayuda a definir retratos, a perfilar horizontes. De tal modo que se convierte en libro de consulta y en lectura imprescindible tanto para el aficionado como para el profesional de la historia musical.

Pero no quiero abundar en la prodigiosa mente enciclopédica de Diego, capaz de recordar datos como el mejor ordenador, ni en su capacidad para analizarlos, cotejarlos con las escuchas personales, cruzarlos en tiempo y espacio y situarlos en la historia interrelacinándolos con sus contemporáneos, con el pasado y con el presente. Eso lo puede hacer muy poca gente. Cada vez menos, de hecho. Es algo que no ofrece un ordenador, solo una mente privilegiada y erudita como la suya, nacida por y para la música. Pero no. No quiero hablar de eso. Tampoco, como decía Igor Paskual, de su fina escritura (Diego escribe que da gusto, y sabe ser culto y popular, suave o mordaz). No. Tampoco de que es un ejemplar muy extraño de periodista musical: cuando los principales compañeros de su generación decidieron echar anclas en el rock o se dejaron atrapar por cada nueva oleada de modernidad que llegaba desde el guitarreo anglosajón, él no. Él, en algún momento de su trayecto musical, entendió que la música es solo una y comenzó a mojar en otras salsas (no es un chiste dada su reconocida pasión por los ritmos calientes) se abrió a la música popular en toda su extensión, sin límites geográficos o sonoros. Con una curiosidad insaciable que supo transmitirnos a quienes le seguíamos e intentábamos aprender musicalmente de él. Diego nos abrió la mente, nos hizo comprender que no pasaba nada si no éramos necesariamente rockeros militantes, que había otros muchos sonidos que podían hacernos felices y que los prejuicios se quitaban escuchando con atención y con los sentidos abiertos. Es por ello, por haber hecho ese viaje leyéndolo en la prensa y escuchándolo en la radio, que me enojo levemente con este libro, porque se ha orientado abiertamente hacia el rock (las páginas dedicadas a otros géneros son mínimas), cercenando toda esa rica panorámica musical que ha guiado su labor como crítico musical. Aunque me consuelo pensando en que las (deseables) buenas ventas le animarán a que «Jinetes en la tormenta» solo sea el primer volumen de una serie que recoja el grueso de su obra. Porque lo suyo es una obra, dispersa en artículos, pero obra, tan sólida y rotunda como la del mejor escritor o el más certero historiador.

En realidad, me gustaría resaltar que leyendo esta selección de artículos, me pasma su enorme nivel, que no puedo dejar de comparar con la cantidad de barbaridades que uno lee todos los días en la pantalla del ordenador, cuando, gracias a internet, la información musical está perdiendo el rigor para transformarse en muchos casos en mero entretenimiento (esas entradas, me niego a llamarlas artículos, tipo los «diez vídeos más sexys del pop»), cuando la Wikipedia deja que su sombra libérrima caiga sobre tanto escrito torpe y rutinario, desapasionado. Unos tiempos en los que las entrevistas caen en el sopor promocional (el primero que publica una entrevista con artista en promoción, ya sabe que le resuelve el cuestionario a muchos de los que vendrán detrás), cuando la crítica de disco es una somera descripción del contenido, sin alma, sin ambición de trascender. Frente a todo esto, leer a Diego es acceder al secreto más profundo de este oficio.

Todos los que nos dedicamos a escribir o hablar de música deberíamos leer (estudiar) este libro, hacer acto de contrición y ver si controlamos un diez por ciento de lo que controla él, y de no ser así, abandonar. Tendríamos que autoanalizarnos y comprobar si somos capaces de transmitir en un breve texto periodístico la mitad de información veraz que traslada él al lector junto con sus análisis contundentes: si con un par de líneas o palabras podemos definir y situar al objeto de nuestro artículo. De no ser así, o hay que cambiar de oficio o hay que regresar a la casilla de salida. Por eso, me atrevo a decir que «Jinetes en la tormenta» es el mayor manual para periodistas musicales que se ha publicado en castellano.

Aconsejo leerlo mientras se disfruta de su escritura e información, de las muchas anécdotas relatadas, pero también mientras se analizan los modos, las estructuras y técnicas periodísticas con las que Diego se enfrenta a una crónica, un relato, una entrevista o, incluso, un obituario. Aunque, llámenme pesimista contumaz o pájaro de mal agüero, no sé si la gente ahora mismo es muy capaz de analizar nada, porque leo cosas que me provocan escalofríos y vergüenza ajena. En todo caso, quien tenga un par de neuronas en su sitio, tiene un libro al que recurrir para aprender (aviso imprescindible para tanto aficionado al corta/pega: ¡una cosa es aprender y otra copiar!), un ameno e inigualable libro de texto.

Diego, ¿para cuándo el segundo volumen?

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