Punto de partida: Raúl Rodríguez y Radio Futura

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«Ese acercamiento desde el lenguaje del rock experimental a un tejido de lírica y rítmica tradicional afrolatina desembocó en afluentes que otros cursamos después»

 

Tras una década investigando los sones del Caribe afro-andaluz, origen de sus discos Razón del son y La raíz eléctrica, Raúl Rodríguez culmina su trilogía con La razón eléctrica, donde profundiza en la creatividad que conecta al flamenco con las músicas de África y Latinoamérica. Un arduo trabajo en el que el musicólogo y antropólogo adquiere un tono más intimista y autobiográfico partiendo de su encuentro con artistas de todos los rincones, desde Mali hasta Senegal o Haití. Su intensa búsqueda, reflejada en un discolibro de doce canciones y cincuenta páginas donde explica su composición, en las que ha usado el tres flamenco —un híbrido entre la guitarra flamenca y el tres cubano—, quizá empezase mucho tiempo atrás, fijándose en propuestas musicales que también contenían un espíritu investigador. Así se entiende que escoja De un país en llamas, de los siempre inquietos Radio Futura, como el disco que le cambió la vida. Aquí explica cómo ocurrió.

 

Radio Futura
De un país en llamas
ARIOLA, 1985

 

Texto: RAÚL RODRÍGUEZ / EFE EME.
Foto: LUA RODRÍGUEZ RACHIDE.

 

Cumplí 12 años en enero del 86, cuando llegué para quedarme a vivir en Sanlúcar de Guadiana, un pequeño pueblo en la frontera sureña con Portugal en el que el río hace de espejo con su vecino Alcoutim. Venía de una infancia en casas efervescentes, rodeado de superhéroes que formaban parte de Veneno, Pata Negra, Smash, Tabletom, Jarcha y otras bandas mitológicas de aquella escena de ciudad encantada que era Sevilla en los primeros años ochenta. Mi madre, una de las principales damas magas de aquella corte de los milagros, tuvo que mudarse —como otros muchos artistas del sur— al Madrid de los años plenos de la Movida para poder comenzar su carrera de Martirio, y yo llegué a mitad de curso en aquel invierno para vivir con mi padre, médico de primaria y también músico siempre de guardia, en la frontera del fin del mundo conocido. El cambio a una escuela rural y a una tierra de otros tiempos acabó transformándome de manera decisiva. Llegué de la gran ciudad sabiendo tocar un poco la batería y ya teniendo un gusto propio, pero ignorando aún que sería en aquel pueblo mínimo donde acabaría por curtirme como aprendiz de músico, por tener tanto tiempo a mano en aquellas tardes eternas en las que «el eco del silencio me enseñó a tocar».

Recién aterrizado en aquel cumpleaños, Mamen, la farmacéutica amiga, me dijo al oído que le pidiera un regalo. Lo pensé durante la cena y se lo confesé después: «quiero la cinta nueva de Radio Futura», de quienes había escuchado en la radio “No tocarte”, ya sabiendo que aquella Escuela de calor sería nuestra academia de futuro, intuyendo que sería un disco importante, un punto de partida, una especie de llave maestra que me abriría puertas por dentro, dándome razones eléctricas para poder seguir aprendiendo. Aún desconocía que esa misma comarca beturiana del Andévalo onubense había sido también, a finales de los sesenta, el entorno en el que contactaron con el rock y la filosofía los hermanos Auserón en sus años adolescentes en Villanueva de los Castillejos, donde conocieron al mismo Simón que puso nombre a su retrato de la figura eólica de aquellos sabios de mundo interior que fueron tomados por los tontos del pueblo. No lo sabía, pero lo que había pedido de regalo era un mapa.

Como en una profecía, aquel disco que se cerraba diciendo «la vida en la frontera no espera / es todo lo que debes saber», estaba lleno de versos que se convirtieron en mi primer oráculo poético, chillándome al oído por los cascos de mi walkman primerizo mensajes secretos que pareciera que hubieran sido escritos para aquel niño perdido que empezaba a estrenar la vida justo allí, en aquella frontera en la que acaban todos los caminos: «madrugada, volviendo hacia el pueblo»; «tu seguridad depende tan solo de ti»; «ya no tengo más que perder»; «el mismo aire que fecunda la selva / entierra ciudades en polvo»; «soy amigo del silencio / no se puede pasar», «cuando intento atrapar algo que huye», «él encuentra un sentido al enigma que no le dejaba existir», «perseguido, por la calle desierta, corrió en zig-zag», «si tienes que jugártelo a una carta / ve de cara al decir tu palabra…». La voz de Santiago parecía la de un mago lejano y a la vez prójimo, palabra cierta y certera que ponía luces a compás en aquellas calles sin alumbrado. Los sonidos siempre sorprendentes de las cuerdas de Enrique Sierra, raspando la arena, abrían vetas desconocidas a estilos, aún hoy, inéditos. Las líneas de Luis —probablemente también perfiladas junto al extraordinario bajista que es el productor Jo Dworniak— sostenían bailando un entramado de ideas punzantes que siguen siendo semillas de son escondido. Los tambores hechiceros de Solrac Velázquez martilleaban mi cabeza mientras rodaba por aquellos caminos de tierra y me perdía por los montes desconocidos de un mundo en el que no operaban los satélites. Con el tiempo supe que todo lo que importa está en esa memoria incógnita de la que no hay registro ni soporte material; ahí es donde el recuerdo sigue vibrando como una cuerda siempre afinada.

Tras haber producido la remezcla de Semilla negra en la que participaba Raimundo poniendo sus cuerdas de fuego, De un país en llamas fue el primer disco de Radio Futura que produjo Jo Dworniak —quien, en otra carambola del destino, acabaría siendo, ya en 1994, el productor del único disco de Caraoscura, con el que me estrenaría como guitarrista adulto—. A partir de este disco, Jo comenzó a transformar de forma sigilosa pero determinante el rumbo de la música ibérica, aportando soluciones nuevas a viejos problemas y produciendo música de influencia decisiva, como La canción de Juan PerroÉchate un cantecito otros muchos discos que acabaron modelando estilos que aún no habían llegado a definirse. Quizá tuvo que ser el forastero inglés quien entendiera la forma en la que los locales ibéricos pudiéramos hacernos inteligibles al mundo. Desde lejos se ve más.

Ese acercamiento desde el lenguaje del rock experimental a un tejido de lírica y rítmica tradicional afrolatina —hay rumba en “El tonto Simón”, hay bolero en “Han caído los dos”, hay son en “El viento de África”, hay ritmos mandingas en “Un vaso de agua (al enemigo)”…— trazó una línea que el mismo grupo desarrolló en sus siguientes discos y que acabó desembocando en muchos afluentes que otros cursamos después, abriendo surcos en una tierra imaginaria de música eléctrica ibérica que hasta entonces estaba desierta.

En 2012 acabé formando parte de la banda de Juan Perro y La Zarabanda, cumpliendo el sueño de aquel niño que sigo siendo, el mismo niño en la memoria a la que regresé cuando cerraron el mundo en 2020, para abrirme por dentro y concentrarme en escribir “De vuelta a casa”, la canción que habla de aquel muchacho que, treinta años después y tras haber dado la vuelta al planeta, volvería al mismo pueblo para encontrar la voz propia y poder decir que fue allí, en aquel «país en llamas», donde «rompí a cantar para cantarte a ti».

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