Punto de Partida: José Miguel Valle y los Beatles

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«Las canciones poseen melodías preciosas y adhesivas, pero a la vez inagotables. Y ahí siguen intactas, imperecederas, cuajadas de una vitalidad inmunizada a lo obsolescente»

 

El filósofo y docente José Miguel Valle es también un apasionado de la música. Además de colaborar en esta casa desde hace años, suyos son los libros Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible, que ya se pasea por su cuarta edición, y el reciente Miguel Ríos y el Rock de una noche de verano. Hoy, sin embargo, se detiene en Punto de Partida para hablarnos del disco que le cambió la vida, y no, no es lo que parece.

 

The Beatles
The Beatles: 1962-1966 (Red album)
APPLE RECORDS, 1973

 

Texto: JOSÉ MIGUEL VALLE/ EFE EME.

 

«La primera colección de canciones que recuerdo escuchar de manera compulsiva y repetitiva, hasta saberla y cantarla de memoria, fue el Disco rojo de The Beatles. Aunque habitualmente soy muy exacto con las fechas y me relaciono muy bien con todo lo memorativo, en este caso no logro dar con el domicilio cronológico exacto de aquellas escuchas. Tendríamos diez u once años, es decir, estaban a punto de expirar los años setenta. Hablo en plural porque mi hermano mellizo, Juanjo, y yo estábamos todo el día juntos y ambos escuchábamos estas canciones (y todas las que vinieron después, puesto que compartimos una profunda amistad por la música, él canta, toca la guitarra y compone con un afilado sentido de la melodía). A nuestro padre le habían regalado un magnetofón traído de Suiza, o se lo había comprado a una persona que regresaba de allí tras un tiempo migrada. Hasta ese momento teníamos un tocadiscos de maleta, en el que recuerdo que sonaba siempre en navidades un disco de villancicos con el vinilo rojo. Junto con el magnetofón venían varias casetes. Una de ellas era esta prodigiosa compilación de singles de la primera etapa de The Beatles, 1962-1966, que se publicó por vez primera en el 73, justo hace ahora la friolera de medio siglo, tres años después del óbito del grupo. Otra casete era una antología de The Rolling Stones. Nosotros estábamos todo el día escuchando a The Beatles, aunque el riff de “(I can’t get no) Satisfaction” se me coló en el torrente sanguíneo y me entusiasmaba», relata José Miguel.

Confiesa también que «cuando escuchábamos aquella casete, no sabíamos quiénes eran The Beatles. Me imagino que más tarde nos informaría nuestro padre, que tocaba el saxofón en bandas y amaba la música con un entusiasmo contagioso. Así que empezamos escuchando a The Beatles sin saber que eran ellos y, una vez que lo supimos, continuamos escuchándolos con conocimiento y admiración».

Así describe José Miguel por qué este disco es tan especial para él: «Ahora lo entiendo muy bien. Las canciones del Disco rojo poseen melodías preciosas y adhesivas, pero a la vez inagotables, muy idóneas para los niños que éramos. Las habré escuchado un millón de veces y ahí siguen intactas, imperecederas, cuajadas de una vitalidad inmunizada a lo obsolescente. Cuando entrevisté para El libro de Asfalto + Topo al bajista José Luis Jiménez, me reveló que para él escuchar por vez primera a los Beatles fue una epifanía, algo le estalló para siempre en el cerebro. Eso nos pasó a nosotros. Mis favoritas eran “Help!”, “A hard day’s night”, “All my loving”, que por aquel entonces se cantaba con letra religiosa en misa, “Eight days a week”, “Ticket to ride”. Cuando leí el libro Conversaciones con Lapido, de Arancha Moreno, me llevé una agradable sorpresa cuando Lapido también señalaba el Disco rojo como un momento fundante de su amor por la música. No deja de ser curioso que años más tarde mi grupo favorito fuera 091».

Sobre si considera que este sea el mejor trabajo de los Beatles, concluye lo siguiente: «Se trata de una recopilación, no de un disco de estudio. Ahora bien, lo que sí sé es que tanto el Disco rojo como el Disco azul, que aglutina los posteriores 1967-1970, son las dos mejores antologías que se han editado nunca de un grupo. Tanto The Beatles, como su discográfica EMI, siempre han sido muy cuidadosos con su legado, nada de amontonarlo en recopilaciones estrambóticas, de mal gusto, con portadas horripilantes o repertorio caótico e insensato que no guarda ninguna congruencia ni cronológica ni estilística. Como The Beatles publicaron unos cuantos singles fuera de sus elepés, práctica usual en el ecosistema discográfico de los primeros sesenta, este Disco rojo bien podría ser tratado con la identidad de un álbum propio. Un tiempo después adquirimos el Disco azul, y no nos punzó tanto, porque habían complejizado el sonido y las melodías eran más sinuosas, más difíciles para los niños que todavía éramos. Ahora me encanta, claro, pero es poner el Disco rojo y verme junto a mi hermano tumbados en la cama, dándole la vuelta a la casete una y otra vez, abducidos por unas canciones inmarchitables».

O sea que, como no podía ser de otra manera, José Miguel lo sigue escuchando de vez en cuando: «Cuando me siento muy alegre vuelvo recurrentemente a él. Son canciones tan vivificantes, tan llenas de efervescencia, que suelo poner el disco cuando me embargan múltiples afectos que me indican que estoy viviendo una vida que merece ser vivida. Te contaré un secreto. Cuando en los noventa salió el mini disc de Sony, antes de la eclosión de los cedé grabables, confeccioné y me grabé en ese fabuloso formato un Disco rojo personal. Era casi como el original de aquella casete que siendo un crío escuché un millón de veces con mi hermano en aquel antediluviano magnetofón, pero en el mini disc intercalé la cara B de algunos singles (“Thank you girl”, “I’ll get you”, “She’s a woman”) y retiré alguna balada para así exacerbar su poder euforizante. Una maravilla que de vez en cuando escucho. Y otra confesión. A uno de mis sobrinos, hijo de mi hermano mellizo, cuando cumplió cinco años le regalé el Disco rojo, ya en cedé, con las alucinantes remezclas y remasterización de 2009. Fue su primer disco. Ahora es un chelista prometedor».

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