Suecia, tanto con tan poco

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Desde que ABBA deslumbró en Eurovisión hace casi cincuenta años, el país escandinavo se convirtió en la potencia mundial —en lo musical— que mejor partido ha sacado a su capital humano y a su talento. En todos los géneros.
Carlos Pérez de Ziriza da cuenta de ello en este artículo, que complementa su reportaje en profundidad sobre el pop en Suecia, en
Cuadernos Efe Eme 37.

 

Selección y texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Con solo once millones de habitantes, no hay otro país que extraiga mayor partido de su capital. Ninguno que con una población tan escasa aporte tanto al PIB musical del planeta. Suecia es el país que ha obtenido más puntos a lo largo de la historia de Eurovisión, aunque Irlanda lo haya ganado más veces. No es casualidad que su primer triunfo, décadas antes de que se convirtiera en una galería de friquis, lo obtuvieran ABBA con “Waterloo”, en 1974. Ahí empezó su factoría de hits, sustentada en el dominio del inglés, la fiabilidad de la que hacen gala algunas de sus marcas emblemáticas y su habilidad para dar con la melodía memorable, herencia (dicen algunas teorías) de la tradición schlager, género musical popular allí desde hace casi un siglo. Este texto, complementario al publicado en Cuadernos Efe Eme 37, repasa algunos de los estilos en los que han sobresalido. Que son prácticamente todos.

 

El eurodisco

Abba Son los grandes patriarcas de la gran factoría sueca de canciones pop. El mito fundacional. La madre de este cordero. Indiscutible. El eros y el tánatos quinta esencial del pop sueco de las últimas cinco décadas. Su júbilo y su drama. Su euforia y su melancolía. Ayudaron a perfilar los contornos de una forma muy europea de filtrar el corpus de la música disco: el eurodisco. Aunque también cultivaron un pop de amplísimo rango, que se alimentaba de la tradición melódica de los Beatles o Elton John y de las producciones sentimentalmente inflamadas que había patentado Phil Spector. Lo único que nos faltaba por ver era que publicaran un disco de canciones nuevas en pleno siglo veintiuno, cuarenta años después de su disolución, promocionado con conciertos en los que sus protagonistas son avatares digitales de sus miembros, como probó el más que digno Voyage (2021).

Lo que hicieron ABBA no cayó en saco roto: aunque a los críticos de Allmusic se les fuera un poco la mano al decir que Ace of Base fueron los ABBA de los noventa, algo de eso hay. ¿Hay alguien que pudiera escapar durante el verano de 1993 a “All that she wants”? Es el tercer grupo sueco más exitoso de la historia, solo por detrás de ABBA y Roxette. Cincuenta millones de discos para unos músicos que se habían fogueado en el punk y el synth pop de inspiración new romantic, pero a los que les cambió la vida cuando descubrieron el italodisco y el house. Triunfaron en paralelo al éxito de otros músicos suecos de pop electrónico como Dr. Alban o Army of Lovers (cuya estética camp era mucho más divertida), con quienes encabezaron una suerte de exitoso triunvirato, precedido por la repercusión del dúo Rob’n’Raz a finales de los ochenta.

 

El rock (de inspiración AOR)

Per Gessle y Marie Fredriksson habían mantenido carreras previas en solitario durante la primera mitad de los ochenta. De hecho, Gessle trabajó con Frida Lyngstad, de ABBA, en una de las canciones de su tercer disco en solitario y el primero que publicaba en inglés, Something’s going on (1982). Cuando el director de EMI en su país, Rolf Nygren, les propuso en 1986 a Gesle y Fredriksson que se unieran y convirtieran “Svarta glas” en “Black glasses”, todo se disparó: cincuenta mil copias del single vendidas y la proyección exterior a punto de caramelo. Con Look sharp! (1988) conquistaron el mercado yanqui, colocando nueve millones de discos en los hogares de todo el mundo. La buena estrella comercial de su pop rock de primero de AOR, tan presto al arquetípico riff de guitarra como a la balada meliflua, continuó en discos como Joyride (1991), Crash! boom! bang! (1994) o Have a nice day (1999), con especial predicamento en España, que acogió con fervor su Baladas en español (1997). Fredriksson falleció en 2019 a causa de un tumor que arrastraba desde hacía años. Si nos adentráramos en el terreno del heavy metal en cualquier de sus acepciones, desde el hair metal de los ochenta al post metal, el terreno es tan inabarcable (de Europe a Cult of Luna) que daría para varios libros. Así que no disparen al selector.

 

El indie pop

Peter Svensson y Magnus Sveningsson también venían del heavy metal, hasta que se juntaron con Nina Persson en 1992, y completaron el quinteto con Bengt Lagerberg y Lars-Olof Johansson. Discos como Emmerdale (1994), Life (1995) o Gran turismo (1998) convirtieron a The Cardigans en una banda de ventas millonarias, pero en realidad no eran más que la punta del iceberg: por debajo de ellos (en cuanto a popularidad, claro), estaban Club 8, The Wannadies, Cinnamon, Komeda, Eggstone, Shout Out Louds, Popsicle, Red Sleeping Beauty, Lacrosse, Jens Lekman o Speedmarket Avenue. Y sellos tan exquisitos, toda una escuela de pop artesanal, como Labrador. También Peter Bjorn and John, quienes últimamente han destacado más por sus producciones (sobre todo las de Björn Yttling para Drake, Chrissie Hynde, Franz Ferdinand, Lykke Li o Primal Scream), que por una carrera que desde aquel hit que fue “Young folks” (2006) no ha vuelto a asaltar las listas de éxitos.

 

Las divas synth pop (o disco)

La primera vez que vi a Robyn sobre un escenario fue en 2008 en Cheste (Valencia), como telonera de Madonna. Era plenamente lógico. Era una de sus teóricas herederas. Lo que no podíamos imaginar entonces es que fuera (ahora ya con dos millones de discos vendidos en todo el mundo) la primera gran estrella de una saga de mujeres que, en ocasiones aupadas a la popularidad por talent shows, hayan salido de un molde similar: Zara Larsson, Tove Lo, Lykke Li, Loreen (ganadora de Eurovisión en 2012 y 2023: única mujer en lograrlo dos veces) o el dúo femenino Icona Pop. Todas ellas tienen una deuda con Robyn y con hits como “Dancing on my own” (2010), gran himno a la melancolía en la pista de baile.

 

Los productores pop

En Suecia, el productor también es la estrella. Precisamente fue Karl Martin Sandberg, más conocido como Max Martin, uno de los primeros productores de Robyn, cuando esta empezaba en el mundo de la música, a mediados de los noventa. Entonces Martin trabajaba junto al malogrado Deniz Pop, otro de los grandes magos suecos del sonido, en su estudio. De hecho, ya figuraba en los créditos del segundo álbum de Ace of Base, en 1995. Aupó los primeros singles de Robyn a lo alto de las listas domésticas, pero también lo haría luego (aunque ya a las de medio mundo) con Celine Dion, Backstreet Boys, Britney Spears, Pink, Def Leppard, Bon Jovi, Usher, Avril Lavigne, Jessie J, Katy Perry, Christina Aguilera, Taylor Swift, Ariana Grande, The Weeknd o Coldplay, tanto con algunos de sus álbumes como sus singles. Durante los últimos veinticinco años, este productor de Estocolmo, uno de los cinco mejor pagados de todo el mundo, también curtido en sus años mozos en una banda de glam metal de escasísima repercusión (It’s Alive), ha convertido en oro todo lo que ha tocado. Y luego le han seguido Rami Yacoub, Kristian Lundin, Per Magnusson o Andreas Carlsson.

 

El rock de rompe y rasga (del hard al garage)

The Hives son, seguramente, el nombre más popular (al menos en España, junto a los muy venidos a menos Mando Diao) de ese revival del garage rock alumbrado entre finales de los noventa y principios de los dos mil, otra vez cotizando muy alto tras la irrupción de los norteamericanos The Strokes, The White Stripes y Black Rebel Motorcycle Club o de otras bestias pardas llegadas desde otros puntos del planeta como The Cherry Valence, The Mooney Suzuki, The Vines, Jet, The Datsuns, The International Noise Conspiracy o The Michelle Gun Elephant. Pero Suecia llevaba ya algún tiempo siendo punta de lanza del rescate del hard rock y el garage rock de hechuras agrestes desde mediados de los noventa: The Hellacopters, Backyard Babies, Division of Laura Lee o Caesars ya estaban ahí. Sin olvidarnos del post hardcore (muy melódico, algo emo en sus inicios) de los fabulosos Starmarket.

 

El folk pop

Uno de los primeros referentes de José González fue Silvio Rodríguez, hasta que se alistó en un primer grupo que hacía punk y hardcore (se repite el patrón sueco de fogueo en formaciones de árido rock de guitarras) y se le abrió la mente a muchas otras cosas que ya no eran solo folk. Desde su proyecto Junip hasta sus cuatro discos en solitario, muy espaciados en el tiempo, ha proyectado una visión de la música nada fundamentalista, colaborando con formaciones de electrónica (Zero 7), de hip hop (Plan B), con DJs, (Jori Hulkkonen) y hasta con el colectivo de música de cámara The String Theory, con quienes visitó España en un notable espectáculo. Junto a Christian Kjellvander o The Tallest Man OnEarth, es el músico sueco que más y mejor está difundiendo esa visión tan escandinava del folk de toda la vida. Pulida, aseada, ecléctica y con visos de proyección comercial.

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