Punto de Partida: César Campoy y The Housemartins

Autor:

«London 0 Hull 4 me hizo reflexionar muchísimo sobre el sentido de la vida, y el valor de la justicia, la coherencia y la dignidad»

 

Ha publicado recientemente, junto a Juan Puchades y en esta casa, el libro Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70, así que ahondar en álbumes y rescatar sus historias es lo suyo. Pero hoy al periodista cultural César Campoy le complicamos el ejercicio: le toca escoger solo uno, ese que le cambió la vida, el que le marcó para siempre y le encaminó a querer dedicar a la música un espacio muy especial de su rutina. Autor de otros tomos como Érase una vez… Los Brincos y Juan & Junior, especializado en la escena de los Balcanes —también dirige la web Sevdalinkas sobre sonidos tradicionales balcánicos— y amante del cine, ha tenido que viajar hasta 1986 para rescatar esa joya definitiva para él. A continuación nos lo cuenta.

 

The Housemartins
London 0 Hull 4
Go! Discs, 1986

 

Texto: CÉSAR CAMPOY/ EFE EME.

 

El disco con el que la banda británica The Housemartins debutó en 1986, London 0 Hull 4, ha sido la elección de César Campoy. Y así es cómo supo de su existencia: «Había escuchado un par de sencillos, publicados antes. “Think for a minute” me dejó boquiabierto. Alucinaba con la voz de Paul Heaton y ese sonido tan peculiar que lograban sacar a los instrumentos. Evidentemente, con la edición de “Happy hour” todo aquello explotó y el grupo se convirtió en uno de los más populares del Reino Unido. Curiosamente, aquí, la mayoría de la gente apenas se interesó en traducir la letra de aquel pizpireto tema. Casi todo el mundo, al ver aquel videoclip en el cual el cuarteto ejecuta un particular baile, pensaba que se trataba de una banda de esencia festera y desenfadada. No obstante, si rascabas en aquel vistoso continente, te topabas con un contenido agridulce, duro y reivindicativo».

Como es de suponer, no tardó en hacerse con él: «Lo compré nada más publicarse, en 1986, en la zona musical de la Planta Joven de El Corte Inglés de, si no recuerdo mal, el Nuevo Centro de Valencia. Tenía una sección muy interesante, repleta de rarezas, discos de importación, maxisingles… Eran otros tiempos. El formato, evidentemente, era el vinilo. Se trataba del primer elepé de The Housemartins, después de haber publicado algunos sencillos y maxisingles. No recuerdo el precio exacto, pero imagino que estaríamos hablando de en torno a unas 900 pesetas (unos 5 euros)».

Para un melómano como Campoy, oriundo de los surcos de acetato, podemos imaginar que este no fue el primer disco con el que se hizo en su preadolescencia: «Tenía 13 años y ya me había hecho con unos cuantos, eso sí, teniendo en cuenta lo limitado de mi presupuesto. Posiblemente, el primer vinilo que adquirí voluntariamente fue el Thriller, de Michael Jackson, con 9 años. No obstante, en mi casa había mucha música, en formato casete y vinilo, sobre todo española e iberoamericana».

Pese a esas otras primeras adquisiciones, London 0 Hull 4 caló hondo en Campoy y, por ello, continúa siendo un disco muy especial para él. Estos son los motivos: «Como la mayoría de preadolescentes, andaba sumido en dudas ideológicas. El cerebro me estalló cuando, como rezaba la carpeta interior de aquel disco, The Housemartins propugnaban la simbiosis entre el marxismo y el cristianismo puro, por considerarlos próximos entre sí. Recuerdo ver aquel escudo, la marca de la casa, en el que la estrella roja y la cruz se solapaban. London 0 Hull 4 me hizo reflexionar muchísimo sobre el sentido de la vida, y el valor de la justicia, la coherencia y la dignidad. Aquellos textos tremendamente ácidos, como comentaba, en muchas ocasiones recubiertos de melodías guitarreras pop, denunciaban las actitudes machistas y el borreguismo colectivo; clamaban por el reparto de la riqueza; arremetían contra las instituciones más sagradas de Gran Bretaña… No había límite en aquella, aparentemente simpática, insolencia de Heaton, Cullimore, Whitaker y Cook. Incluso te invitaban a pegar fuego a las casas de los banqueros y se desmarcaban con frases como: “No dispares mañana a quien puedas disparar hoy”. ¡¿Cómo?!

En cuanto a lo musical, pese a su aparente sencillez, aquello sonaba a muchísimas cosas que, en ese momento, comenzaban a interesarme. Yo, entonces, empezaba a sumergirme en el universo mod y aquel grupo olía a northern soul, a Motown… pero también a gente con la que disfrutaba mucho, como The Jam, Elvis Costello, Buzzcocks… Por otra parte, sus melodías eran muy de banda británica del momento, en la onda de The Smiths. Eso sí, la forma de desenvolverse y cantar de Paul me parecía mucho más auténtica y menos impostada que la de Morrissey. En definitiva, todo en The Housemartins, en esa época y con aquella edad, era impactante y sorprendente. Además, su personalísimo sentido del humor y su imagen me resultaron tremendamente atractivos. Se alejaban del glamour de la industria y de los elementos artificiosos (a nivel de actitud o vestimenta) que exhibía la mayoría de bandas de su quinta».

¿Podrías destacar algunos temas del repertorio sobre otros?, le preguntamos. Y Campoy reconoce que no es sencillo, pero lo intenta: «En cuanto a las canciones que más me atrapan de aquel disco, te diría que todas. No obstante, elegiré cuatro: “Freedom”, por sus guitarras enloquecidas y los redobles imposibles de Whitaker, además de por su defensa de la prensa libre. “Sitting on a fence”, un rabioso himno contra el conformismo, por los extraterrenales falsetes de Heaton y ese bajo adictivo de Cook. “Flag day”, un desesperado canto antimonárquico, por convertirse en uno de los tempos lentos más sobrecogedores del cuarteto, junto a la estremecedora “Lean on me”. Y una de sus obras cumbre, “Get up off our knees”, porque musicalmente es un torbellino arrebatador aupado por el magnífico piano de Pete Wingfield. Recuerdo perfectamente la primera vez que la escuché: quedé pegado al sillón. Además, su letra, un durísimo alegato contra el capitalismo salvaje, es una de las más directas y duras de la trayectoria de The Housemartins».

Campoy continúa escudriñando las razones de su elección y cada vez lo tiene más claro: «Es el mejor elepé de The Housemartins, sin duda. No obstante, el 96% de lo que publicaron The Housemartins es recomendable, por sorprendente. Su incontinencia compositiva era abrumadora. Además, sus horizontes eran infinitos: la gente les recuerda, sobre todo, por sus estribillos pegadizos pop, pero eran capaces de bordar, sobre todo gracias a la celestial voz de Heaton, otros estilos como el góspel, el rap y, por supuesto, deslumbrar a capela. ¿Qué hacían aquellos cuatro veinteañeros, con pinta de chavales de barrio marginal británico y marcas de acné, cantando cómo los ángeles? Editaban sencillos y maxisingles sin descanso, y en ellos encontrabas material inédito de una valía inapelable. Con toda esa colección de canciones podrían haber sacado al mercado dos o tres elepés más de los que nos brindaron. Y no lo hicieron porque, una vez más, fueron coherentes con sus principios e ideales y decidieron finiquitar el grupo, en lo más alto de su popularidad, porque así lo prometieron en sus inicios. Nunca ansiaron la fama; tan solo, difundir su mensaje».

«Por supuesto que lo sigo escuchando. No ha perdido un ápice de fuerza y frescura, y sus letras no solo han envejecido perfectamente, sino que, más que nunca, están al día y retratan fielmente nuestra realidad. Por salud mental tengo prescrito acudir a London 0 Hull 4, y al resto de la discografía de The Housemartins, de manera periódica», concluye.

Anterior Punto de Partida: Lucas Colman y Lou Reed.

 

 

 

 

 

 

 

Artículos relacionados