Paraísos mejores, de Javier Ruibal

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DISCOS

«Si hay algo que hace necesario a Javier Ruibal, y va más allá de un talento musical extraordinario, es su mirada al mundo»

 

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Javier ruibal
Paraísos mejores
KARONTE

 

Texto: Marta Sanz.

 

Sin ser algo premeditado, los últimos años han sido para Javier Ruibal un homenaje. Tras un disco en directo celebrando sus 35 años de carrera, el delicioso documental de Cesar Martínez (Javier Ruibal, por libre) y un Premio Nacional de las Músicas Actuales, el compositor del Puerto de Santa María, lejos de acomodarse en una merecida ovación, sale de nuevo a escena subiendo la apuesta con Paraísos mejores, una vuelta al mundo a bordo de un corazón ruibalero, más que nunca al albergar dos generaciones: la del padre que compone, y la del hijo que produce. Y no hacen falta muchos acordes para darse cuenta de que el puesto de Javi Ruibal no es sucesión imperativa, porque hace un trabajo magistral, llenando de vendavales el disco, dibujando a cada paso el paisaje que la canción requería. El equipaje preciso para el verbo ágil y cuidado de un artesano del lenguaje, sin miedo a los vericuetos literarios y todas las palabras pronunciadas.

No nos engaña el oído si en los primeros segundos de “Tu divo favorito” nos sentimos en Nueva York, donde con inevitable coreografía recorremos la ciudad. De noche, por supuesto. Y no cesan los pasos de baile cuando sale el sol radiante de “Mil bella navegante”, al alimón con Juan Luis Guerra, con el que crea una fiesta de obligada asistencia, un escalón a la felicidad de poso largo.

El siguiente paraíso, “Un sinmorir día a día”, se hace real junto a la formación Fetén Fetén, entre primeros pasos de piano que hacen al final veredas guitarra, y cuentan una historia de amor indisimulado y doliente, bellísima letra de ritmo lento. La cadencia se acelera en los “Confines de Orión”, donde nostalgia y devenir sin cauce son voz en primera persona, canción de escuchar con calma para asimilar, y desaprender.

Y si hay algo que nunca falta en los discos de Javier Ruibal son las mujeres únicas y comunes, a las que tanto ama y respeta, y por eso consigue otorgar un alma más vívida que algunas de las que merodean las aceras del mundo. Las hay como “La geisha gitana”, que desentumece caderas, o “La mujer manjar”, de besos con conjuro, retrato de mil mujeres que hacen hogar y espantan todos los miedos que acechan en la rutina. Porque si hay algo que hace necesario a Javier Ruibal, y va más allá de un talento musical extraordinario, es su mirada al mundo. Asomarse a sus ojos es ver la belleza sin ambages, la que importa, es saber del compromiso que nace desde la más pura sensibilidad, la que hace creíble el impulso de “Black star line” –ritmos reivindicativos que comparte junto al brasileño Chico César-, las ganas de “Cuenta conmigo compadre” y la valiente en fondo y forma “El fin del mundo fue ayer”.

Sin ganas de deshacer las maletas, este viaje termina de nuevo en casa, y aunque no cierre el disco, yo siempre volvería a “Corazón timbalero”, por ser la desgarradora verdad de un padre a su hijo, por versos como «no hay lágrima que consuele a ese que ya no seré». Porque tras imágenes de una vida entera se vuelve de pronto inmenso futuro, da un vuelco al estómago y al momento que la escuchas, y es despertador de vivientes. Una puerta a este paraíso ruibalero a la que no me cansaría nunca de llamar.

Anterior crítica de discos: Vida, de Ana Belén.

 

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